CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 9 junio 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el saludo que dirigió Benedicto XVI el 27 de mayo al encontrarse con la población de Wadowice, cuna de Karol Wojtyla.
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Queridos hermanos y hermanas:
He llegado con gran emoción al lugar del nacimiento de mi gran predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II, a la ciudad de su infancia y de su juventud. Wadowice no podía faltar en el itinerario de la peregrinación que estoy realizando en tierra polaca tras sus huellas. He querido detenerme precisamente aquí, en Wadowice, en los lugares en los que su fe nació y maduró, para orar juntamente con vosotros a fin de que pronto sea elevado al honor de los altares.
Johann Wolfgang von Goethe, el gran poeta alemán, dijo: «Quien quiera comprender a un poeta, debería ir a su pueblo». Del mismo modo, para comprender la vida y el ministerio de Juan Pablo II, era necesario venir a su ciudad natal. Él mismo confesó que aquí, en Wadowice, «comenzó todo: comenzó la vida, comenzó la escuela, los estudios, comenzó el teatro… y el sacerdocio» (Wadowice, 16 de junio de 1999).
Juan Pablo II, recordando aquellos comienzos, se refería a menudo a un signo: el de la fuente bautismal, que veneraba de modo particular en la iglesia de Wadowice. En 1979, durante su primera peregrinación a Polonia, confesó: «En esta fuente bautismal, el 20 de junio de 1920, me fue concedida la gracia de convertirme en hijo de Dios, junto con la fe de mi Redentor y fui acogido en la comunidad eclesial. Ya besé una vez solemnemente esta fuente bautismal, el año del milenario del bautismo de Polonia, cuando era arzobispo de Cracovia. Luego lo hice una vez más (…) en el 50° aniversario de mi bautismo, cuando era cardenal, y hoy he besado esta fuente bautismal por tercer vez, llegando de Roma como Sucesor de san Pedro» (Discurso del 7 de junio de 1979: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de junio de 1979, p. 12).
Parece que estas palabras de Juan Pablo II encierran la clave para comprender la coherencia de su fe, el radicalismo de su vida cristiana y el deseo de santidad que manifestó continuamente. Aquí hay una profunda conciencia de la gracia divina, del amor gratuito de Dios al hombre, que, mediante el lavatorio con el agua y la efusión del Espíritu Santo, introduce al catecúmeno en la comunidad de sus hijos redimidos por la sangre de Cristo.
Pero hay también la conciencia de que el bautismo que justifica es también una llamada a buscar la justicia que brota de la fe. El programa más común de una vida auténticamente cristiana se resume en la fidelidad a las promesas del santo bautismo. La consigna de esta peregrinación: «Permaneced firmes en la fe», encuentra aquí su dimensión concreta, que se podría expresar con la exhortación: «Permaneced firmes en la observancia de las promesas bautismales». El siervo de Dios Juan Pablo II es testigo de esta fidelidad, que en este lugar se expresa de modo muy especial.
Mi gran predecesor afirmó que la basílica de Wadowice y la parroquia donde nació fueron lugares de particular importancia para el desarrollo de su vida espiritual y de la vocación sacerdotal que estaba manifestándose en él. Una vez dijo: «En este templo me acerqué por primera vez al sacramento de la confesión y en él hice mi primera Comunión. Aquí fui monaguillo. Aquí di gracias a Dios por el don del sacerdocio y, ya como arzobispo de Cracovia, aquí viví el jubileo de mis veinticinco años de sacerdocio. Sólo Dios, dador de todo bien, sabe cuántas gracias recibí en este templo y en esta comunidad parroquial. A él, Dios uno y trino, le doy gloria en el umbral de esta iglesia» (Homilía en Wadowice, 16 de junio de 1999: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de julio de 1999, p. 10).
El templo es signo de la comunión de los creyentes unidos por la presencia de Dios, que habita en medio de ellos. Esta comunidad es la Iglesia amada por Juan Pablo II. Su amor a la Iglesia nació en la parroquia de Wadowice. En ella vio el ambiente de la vida sacramental, de la evangelización y de la formación en una fe madura. Por eso, como sacerdote, como obispo y como Papa manifestaba gran solicitud por las comunidades parroquiales. Con el espíritu de esa misma solicitud, durante la visita ad limina Apostolorum pedí a los obispos polacos que hicieran todo lo posible para que la parroquia polaca sea realmente una «comunidad eclesial» y una «familia de la Iglesia».
Para terminar, permitidme aludir también a una característica de la fe y de la espiritualidad de Juan Pablo II, relacionada con este lugar. Él mismo recordó muchas veces la profunda devoción de los habitantes de Wadowice a la imagen local de la Virgen del Perpetuo Socorro y la costumbre de los alumnos de la escuela secundaria de entonces de orar diariamente ante ella. Este recuerdo nos permite llegar al origen de la convicción que alimentaba Juan Pablo II: la convicción del lugar excepcional que ocupa María en la historia de la salvación y en la de la Iglesia. De ella brotaba también la convicción del lugar excepcional que la Madre de Dios tenía en su vida, una convicción que se expresaba en el «Totus tuus», lleno de entrega. Hasta los últimos instantes de su peregrinación terrena permaneció fiel a esta consagración.
Con el espíritu de esta devoción, ante esta imagen quiero dar gracias a Dios por el pontificado de Juan Pablo II y, como él, pedirle a la Virgen que vele sobre la Iglesia, cuya guía por voluntad de Dios me ha sido encomendada. Os pido también a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que me acompañéis con la misma oración con que sosteníais a vuestro gran compatriota. Os bendigo de corazón a todos vosotros, aquí presentes, y a todos los que vienen a Wadowice para beber en los manantiales del espíritu de fe de Juan Pablo II.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]