ROMA, lunes, 29 enero 2007 (ZENIT.org).- En un editorial en el diario «Avvenire», monseñor Rino Fisichella, obispo auxiliar de Roma, hace una valoración del efecto que ha tenido la encíclica «Deus caritas est» del Papa Benedicto XVI, un año después de su publicación.

Monseñor Fisichella, rector de la Universidad Pontificia Lateranense, indica que el documento había creado mucha expectación porque, en su primera encíclica, cada Papa hace público su «programa» de pontificado y presenta los principios sobre los que quiere orientar su línea pastoral.

Con «Deus caritas est», publicada el 25 de enero de 2006, indica monseñor Fisichella, «Benedicto XVI no eludía las expectativas; al contrario, afirmaba que su programa era el que la Iglesia persigue desde hace dos mil años, dar testimonio del amor y vivir de él».

«El efecto que la encíclica ha provocado ha sido una avalancha --añade--. Es suficiente verificar su recepción en el curso de pocos meses para comprender en qué medida Benedicto XVI no sólo ha dado en la diana, sino que ha sido eficazmente comprendido por todos».

Según el firmante del editorial, la encíclica «ha sido objeto de lectura, estudio, reflexión y debate en los diversos ámbitos: desde las comunidades cristianas a los ambientes de la cultura laica: El texto ha sido tomado entre las manos por católicos, ortodoxos, reformados: cada uno ha captado la valencia ecuménica y le ha dado una lectura personal, aportando una contribución de notable interés».

Y cita como ejemplo lo que el famoso teólogo de Tubinga, Eberahrd Jüngel, ha escrito al respecto: «Normalmente los teólogos protestantes leen con cierta desconfianza las encíclicas papales. Soy un teólogo protestante, por tanto, entro en esta regla. Sin embargo, no hay regla sin excepciones. He leído la primera encíclica de Benedicto XVI más de una vez. El texto me ha impresionado, porque ha evocado en el lector evangélico una sintonía que brota de un profundo consenso de vasto alcance ecuménico».

Según monseñor Fisichella, en estas palabras no hay «ninguna expresión de cortesía sino la convicción de que en esas páginas encuentran espacio contenidos que tienen una vitalidad que supera las incomprensiones, los confines y las contradicciones que llevamos dentro».

La encíclica, explica el obispo auxiliar de Roma, «en el lenguaje simple y catequético al que Benedicto XVI nos ha habituado en sus intervenciones, contiene temas que tienen necesidad de gran reflexión para entrar en los comportamientos y convertirse plenamente en cultura y estilo de vida».

«Basta pensar en el gran tema del amor cristiano que va más allá de toda forma de mito desencarnado, pues en la persona de Jesucristo entra directamente en la historia y se convierte en paradigma para cuantos están a la búsqueda de un amor genuino, gratuito y verdadero que dé respuesta al sentido definitivo a la propia existencia».

No hay que infravalorar tampoco, añade monseñor Fisichellla, «el gran desafío cultural que emerge de esas páginas sobre todo para Occidente. Cada vez más fragmentado en una especie de apatía capaz de hacer que pierda la orientación y con ella la identidad conquistada, este viejo mundo es estimulado a comprender que sin la recuperación de las propias raíces no tiene verdadero futuro».

La encíclica, explica el editorialista, «invita también a considerar el tema de la corporalidad como superación de una parcial e instrumental visión que limita el amor a la pasión y hace mercancía del cuerpo por el mero gusto de la diversión grosera y sin reglas».

«Resulta valioso todo lo que propone para lograr construir una unidad profunda en cada persona. Sólo así se recupera la verdadera armonía que permite vivir en aquél equilibrio nunca obvio de espíritu y cuerpo, de razón y sentimientos, de eros y agape».

Indica monseñor Fisichella que, tras los miles de intervenciones que la prensa mundial ha dedicado a la encíclica, pasado un año, son cada vez más numerosos los comentarios teológicos y las publicaciones razonadas.

«Son sólo el inicio –concluye-- de un largo camino que no podrá detenerse pronto para que la recepción de este primer texto del magisterio de Benedicto XVI pueda traer sus frutos».

«Si desde ahora uno se siente tocado por estas páginas y se logra ofrecer una comprensión profunda del amor, entonces es verdad que el cristianismo no es en primer lugar una teoría sino el encuentro con el misterio de una persona que merece que se tenga una relación con ella durante toda la vida».