ROMA, jueves, 7 junio 2007 (ZENIT.org).- El obispo no oficial de Zhengding, Hebei, China, monseñor Julius Jia Zhiguo, fue arrestado por la policía el pasado 5 de junio. Es la novena vez que el prelado es arrestado desde 2004. Ha informado de ellos la Fundación Kung, asociación estadounidense que trabaja por la libertad religiosa en China.
La policía le sacó de su casa, a las 9,30 de la mañana, hora local. Según algunas fuentes, los agentes habrían hablado de «diez días de arresto». El lugar de la detención es desconocido.
El motivo del arresto no está claro, pero un experto explicó a la agencia AsiaNews que podría ser una «provocación» en previsión de la publicación de la carta de Benedicto XVI a la Iglesia en China. Queda sin embargo el hecho de que Hebei es una de las provincias más golpeadas por la persecución anticatólica del régimen chino.
El último arresto del prelado, de 73 años, se remonta a noviembre de 2005. En el pasado, monseñor Jia pasó en prisión cerca de veinte años.
Desde que estaba libre, se encontraba siempre bajo el estricto control de la policía, que le limita la actividad pastoral. No puede visitar a los fieles de su diócesis y ni siquiera administrar la unción de los enfermos a los católicos en estado terminal.
No siendo reconocido por el Gobierno, no podría ejercer su ministerio. Por eso, antes de grandes fiestas religiosas (Navidad, Epifanía, Pascua, Pentecostés y la Asunción) es secuestrado y obligado a sufrir adoctrinamiento para prevenir celebraciones y reuniones de cristianos subterráneos.
Este estrecho control se explica probablemente por el hecho de que la suya es una de las diócesis más vivas de Hebei, la zona con más alta concentración de católicos, con cerca de un millón y medio de fieles.
Una atención especial le fue dedicada en el momento de la muerte de Juan Pablo II, el 2 de abril, ya que las autoridades se esperaban luchas intestinas entre los obispos, análogamente a lo que sucede a la muerte de un jefe de partido.
No está permitido visitarle y sus salidas son siempre seguidas por varios agentes de la policía local. El obispo Jia, entre otras cosas, tiene en casa a un centenar de minusválidos huérfanos.
En total se calcula que hay en el país asiático doce millones de fieles católicos, repartidos entre la Iglesia oficial y la clandestina, ésta última perseguida por el Gobierno comunista aunque, de hecho, los miembros de ambas formaciones están muy en contacto.