Benedicto XVI: San Gregorio, Papa Magno, "siervo de los siervos de Dios"

Segunda catequesis dedicada al romano pontífice del año 590 al 604

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 4 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles dedicada -en su ciclo de catequesis sobre los Padres de la Iglesia– a profundizar en las enseñanzas de san Gregorio Magno, cuya vida empezó a trazar la semana pasada.

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Queridos hermanos y hermanas:

Vuelvo hoy, en nuestro encuentro de los miércoles, a la extraordinaria figura del Papa Gregorio Magno para recoger más luces de su rica enseñanza. A pesar de los múltiples compromisos vinculados a su misión como obispo de Roma, nos dejó numerosas obras de las que la Iglesia, en los siglos sucesivos, se ha nutrido abundantemente. Además de su conspicuo epistolario -el Registro al que aludía en la catequesis pasada contiene más de 800 cartas–, nos dejó sobre todo escritos de carácter exegético, entre los que se distinguen el Comentario moral a Job -conocido bajo el título latino de Moralia in Iob–, las Homilías sobre Ezequiel, las Homilías sobre los Evangelios. Asimismo existe una importante obra de carácter hagiográfico, los Diálogos, escrita por Gregorio para la edificación de reina longobarda Teodolinda. La obra principal y más conocida es sin duda la Regla pastoral que el Papa redactó al comienzo de su pontificado con finalidad claramente programática.

Haciendo un rápido repaso a estas obras observemos, ante todo, que en sus escritos Gregorio jamás se muestra preocupado por trazar una doctrina «suya», una originalidad propia. Más bien intenta hacerse eco de la enseñanza tradicional de la Iglesia, quiere sencillamente ser la boca de Cristo y de su Iglesia en el camino que se debe recorrer para llegar a Dios. Al respecto son ejemplares sus comentarios exegéticos. Fue un apasionado lector de la Biblia, a la que se acercó con pretensiones no meramente especulativas: de la Sagrada Escritura, pensaba él, el cristiano debe sacar no tanto conocimientos teóricos, sino más bien el alimento cotidiano para su alma, para su vida de hombre en este mundo. En las Homilías sobre Ezequiel, por ejemplo, insiste fuertemente en esta función del texto sagrado: aproximarse a la Escritura simplemente para satisfacer el propio deseo de conocimiento significa ceder a la tentación del orgullo y exponerse así al riesgo de resbalar en la herejía. La humildad intelectual es la regla primaria para quien intenta penetrar en las realidades sobrenaturales partiendo del Libro Sagrado. La humildad, obviamente, no excluye el estudio serio; pero para lograr que éste resulte verdaderamente provechoso, consintiendo entrar realmente en la profundidad del texto, la humildad es indispensable. Sólo con esta actitud interior se escucha realmente y se percibe por fin la voz de Dios. Por otro lado, cuando se trata de la Palabra de Dios, comprender no es nada si la compresión no conduce a la acción. En estas homilías sobre Ezequiel se encuentra también esa bella expresión según la cual «el predicador debe mojar su pluma en la sangre de su corazón; podrá así llegar también al oído del prójimo». Al leer estas homilías suyas se ve que realmente Gregorio escribió con la sangre de su corazón y por ello nos sigue hablando a nosotros.

Gregorio desarrolla también este tema en el Comentario moral a Job. Siguiendo la tradición patrística, examina el texto sacro en las tres dimensiones de su sentido: la dimensión literal, la dimensión alegórica y la moral, que son dimensiones del único sentido de la Sagrada Escritura. Sin embargo Gregorio atribuye una clara preponderancia al sentido moral. En esta perspectiva propone su pensamiento a través de algunos binomios significativos —saber-hacer, hablar-vivir, conocer-actuar– en los que evoca los dos aspectos de la vida humana que deberían ser complementarios, pero que con frecuencia acaban por ser antitéticos. El ideal moral –comenta– consiste siempre en llevar a cabo una armoniosa integración entre palabra y acción, pensamiento y compromiso, oración y dedicación a los deberes del propio estado: éste es el camino para realizar la síntesis gracias a la cual lo divino desciende en el hombre y el hombre se eleva hasta la identificación con Dios. El gran Papa traza así para el auténtico creyente un proyecto de vida completo; por esto el Comentario moral a Job constituirá en el curso de la Edad Media una especie de Summa de la moral cristiana.

Son de notable relevancia y belleza también sus Homilías sobre los Evangelios. La primera de ellas la pronunció en la basílica de San Pedro durante el tiempo de Adviento del año 590, por lo tanto, pocos meces después de su elección al pontificado; la última fue pronunciada en la basílica de San Lorenzo el segundo domingo después de Pentecostés del año 593. El Papa predicaba al pueblo en las iglesias donde se celebraban la «estaciones» –especiales ceremonias de oración en los tiempos fuertes del año litúrgico– o las fiestas de los mártires titulares. El principio inspirador que une las diversas intervenciones se sintetiza en la palabra «praedicator«: no sólo el ministro de Dios, sino también todo cristiano tiene la tarea de hacerse «predicador» de cuanto ha experimentado en su interior, a ejemplo de Cristo que se hizo hombre para llevar a todos el anuncio de la salvación. El horizonte de este compromiso es el escatológico: la esperanza del cumplimiento en Cristo de todas las cosas es un pensamiento constante del gran pontífice y acaba por convertirse en motivo inspirador de todo su pensamiento y actividad. De aquí brotan sus incesantes llamamientos a la vigilancia y al empeño en las buenas obras.

Tal vez el texto más orgánico de Gregorio Magno es la Regla pastoral, escrita en los primeros de pontificado. En ella Gregorio se propone trazar la figura del obispo ideal, maestro y guía de su rebaño. A tal fin ilustra la gravedad del oficio de pastor de la Iglesia y los deberes que ello comporta: por lo tanto, aquellos que no han sido llamados a tal tarea, que no lo busquen con superficialidad; aquellos en cambio que lo hayan asumido sin la debida reflexión, que sientan nacer en el alma una necesaria turbación. Retomando un tema predilecto, afirma que el obispo es ante todo el «predicador» por excelencia; como tal debe ser sobre todo ejemplo para los demás, de forma que su comportamiento pueda constituir un punto de referencia para todos. Una acción pastoral eficaz requiere además que él conozca los destinatarios y adapte sus intervenciones a la situación de cada uno: Gregorio se detiene en ilustrar las diversas categorías de fieles con anotaciones agudas y puntuales que pueden justificar la valoración de quien ha visto en esta obra también un tratado de psicología. De aquí se entiende que él conocía realmente a su rebaño y hablaba de todo con la gente de su tiempo y de su ciudad.

El gran pontífice, con todo, insiste en el deber de que el pastor debe reconocer cada día la propia miseria, de manera que el orgullo no haga vano, a los ojos del Juez Supremo, el bien realizado. Por ello el capítulo final de la Regla está dedicado a la humildad: «Cuando se tiene complacencia en haber alcanzado muchas virtudes, es bueno reflexionar sobre las propias insuficiencias y humillarse: en lugar de considerar el bien realizado, hay que considerar el que se ha descuidado». Todas estas indicaciones preciosas demuestran el altísimo concepto que san Gregorio tiene del cuidado de las almas, por él definido «ars artium», el arte de las artes. La Regla tuvo un éxito tan grande que, cosa más bien rara, pronto se tradujo en griego y en anglosajón. 

Significativa es igualmente otra obra, los Diálogos, en los que al amigo y diácono Pedro, convencido de que las costumbres estaban tan corrompidas que no permitían que hubiera santos como en tiempos pasados, Gregorio demuestra lo c
ontrario: la santidad siempre es posible, aún en tiempos difíciles. Lo prueba narrando la vida de personas contemporáneas o desaparecidas recientemente a las que bien se podría calificar de santas, aunque no estuvieran canonizadas. La narración se acompaña de reflexiones teológicas y místicas que hacen del libro un texto hagiográfico singular, capaz de fascinar a generaciones enteras de lectores. El material acude a las tradiciones vivas del pueblo y tiene el objetivo de edificar y formar, atrayendo la atención de quien lee sobre una serie de cuestiones como el sentido del milagro, la interpretación de la Escritura, la inmortalidad del alma, la existencia del infierno, la representación del más allá, temas todos que requerían oportunas aclaraciones. El libro II se dedica por entero a la figura de Benito de Nursia y es el único testimonio antiguo de la vida del santo monje, cuya belleza espiritual aparece en el texto con toda evidencia.

En la línea teológica que Gregorio desarrolla a través de sus obras, pasado, presente y futuro se relativizan. Lo que para él cuenta, más que nada, es todo el arco de la historia salvífica, que sigue desenvolviéndose entre los oscuros meandros del tiempo. En esta perspectiva es significativo que él introduzca el anuncio de la conversión de los Anglos en medio del Comentario moral a Job: a sus ojos el evento constituía un adelanto del Reino de Dios del que trata la Escritura; por lo tanto con buena razón podía mencionarse en el comentario a un libro sacro. En su opinión, los guías de las comunidades cristianas deben empeñarse en releer los acontecimientos a la luz de la Palabra de Dios: en este sentido el gran pontífice siente el deber de orientar a pastores y fieles en el itinerario espiritual de una lectio divina iluminada y concreta, situada en el contexto de la propia vida. 

Antes de concluir, es necesario hablar de las relaciones que el Papa Gregorio cultivó con los patriarcas de Antioquía, de Alejandría y de la propia Constantinopla. Se preocupó siempre de reconocer y respetar los derechos, guardándose de toda interferencia que limitara la legítima autonomía de aquellos. Si bien san Gregorio, en el contexto de la situación histórica, se opuso al título de «ecuménico» por parte del Patriarca de Constantinopla, no lo hizo por limitar o negar esta legítima autoridad, sino porque estaba preocupado por la unidad fraterna de la Iglesia universal. Lo hizo sobre todo por su profunda convicción de que la humildad debía ser la virtud fundamental de todo obispo, más aún de un Patriarca. Gregorio había seguido siendo un sencillo monje en su corazón y por ello era decididamente contrario a los grandes títulos. Quería ser –es expresión suya– servus servorum Dei. Esta palabra que acuñó no era en sus labios una piadosa fórmula, sino la verdadera manifestación de su modo de vivir y de actuar. Estaba íntimamente impresionado por la humildad de Dios, que en Cristo se hizo nuestro siervo, nos lavó y nos lava los pies sucios. Por lo tanto estaba convencido de que, sobre todo un obispo, debería imitar esta humildad de Dios y así seguir a Cristo. Su deseo verdaderamente fue el de vivir como monje en permanente coloquio con la Palabra de Dios, pero por amor a Dios supo hacerse servidor de todos en un tiempo lleno de tribulaciones y de sufrimientos, supo hacerse «siervo de los siervos». Precisamente porque lo fue, es grande y nos muestra también a nosotros la medida de su verdadera grandeza.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

El Papa san Gregorio Magno nos ha dejado numerosos escritos, con el propósito de transmitir la enseñanza de la Iglesia. Apasionado lector de la Escritura, invita a encontrar en ella el alimento cotidiano para el alma. Pero, advierte que el estudio de la Palabra de Dios, hecho con seriedad y humildad, sólo sirve si lleva a la acción. Para Gregorio, el ideal moral se encuentra en la integración armoniosa entre palabra y acción, pensamiento y compromiso, oración y dedicación a los propios deberes. En su obra más famosa, la «Regla Pastoral», san Gregorio traza la figura del Obispo ideal. El Pastor debe ser humilde, conocer a los fieles y adaptarse a su situación para que su acción pastoral sea eficaz. Con razón llamaba al cuidado de las almas «el arte de las artes». Según él, la comunidad cristiana debe ver todos los sucesos a la luz de la Palabra de Dios, siguiendo para ello el itinerario espiritual de la lectio divina. Con el Papa Gregorio, la Sede de Roma adquirió un gran prestigio en el mundo, y el título de «siervo de los siervos de Dios», que él había elegido, fue usado desde entonces por sus sucesores.

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, al grupo de peregrinos de la República Dominicana, acompañados por el Arzobispo de Santiago de los Caballeros, Monseñor Ramón de la Rosa, y al grupo de sacerdotes de Madrid. Saludo también a los peregrinos y grupos parroquiales venidos de Chile, Ecuador, España, México y de otros países latinoamericanos. Que el ejemplo de San Gregorio os ayude a meditar la Sagrada Escritura para encontrar en ella el alimento espiritual para vuestra vida cristiana. Que Dios os bendiga.

[Traducción del original italiano por Marta Lago.

© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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