Discurso del Papa por el concierto con ocasión de su onomástico

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 21 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el discurso pronunciado el pasado viernes por la noche por Benedicto XVI, al término del Concierto en su honor celebrado en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano.

La obra Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz, nueva versión de la Pasión de Joseph Haydn «a la manera de Haydn», del compositor de la Corte real española José Peris Lacasa, fue ejecutada por el cuarteto de cuerda Henschel Quartett y por la mezzosoprano Susanne Kelling.

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Queridos amigos,

al término de una escucha tan intensa y espiritualmente profundo, lo mejor sería conservar el silencio y prolongar la meditación. Con todo, estoy muy contento de dirigiros un saludo y agradecer a cada uno de vosotros por vuestra presencia en el día de mi fiesta onomástica, de modo particular a cuantos me han ofrecido este grandísimo regalo. Expreso mi cordial reconocimiento al cardenal Tarcisio Bertone, mi Secretario de Estado, por las hermosas palabras que me ha dirigido. Saludo con afecto a todos los demás cardenales, al cardenal decano Sodano, obispos y prelados presentes. Un gracias especial va también a los músicos, empezando por el Maestro José Peris Lacasa, compositor estrechamente ligado a la Casa Real Española. Él tiene el mérito de haber elaborado una versión de Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz de Franz Joseph Haydn, que retoma la [versión] para cuarteto de cuerda y la [versión] en forma de oratorio, escritas por el mismo Haydn. Me congratulo también con el Cuarteto Henschel por la admirable ejecución, y con la señora Susanne Kelling, que ha puesto su extraordinaria voz al servicio de las palabras santas del Señor Jesús.

La elección de esta obra ha sido realmente feliz. De hecho, si por una parte, su austera belleza es digna de la solemnidad de san José – de quien el insigne compositor llevaba el nombre – por otra su contenido es muy adecuado al tiempo cuaresmal, es más, nos debe predisponer a vivir el Misterio central de la fe cristiana. Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz es, de hecho, un ejemplo entre los más sublimes, en el campo musical, de cómo se pueden unir el arte y la fe. La invención del músico está toda inspirada y casi “dirigida” por los textos evangélicos, que culminan en las palabras pronunciadas por Jesús crucificado, antes de exhalar el último suspiro. Pero, más que del texto, el compositor estaba vinculado también por condiciones precisas por quienes le encargaron la obra, dictadas para el particular tipo de celebración en el que la música sería ejecutada. Y es precisamente a partir de estos condicionantes tan estrechos que el genio creativo pudo manifestarse en toda su excelencia: teniendo que imaginar siete sonatas de carácter dramático y meditativo, Haydn se centra en la intensidad, como escribió él mismo en una carta de la época, donde dice: “Cada sonata, o cada texto, está expresado con los únicos medios de la música instrumental, de forma tal que suscitará necesariamente la impresión más profunda en el alma del oyente, incluso del menos advertido” (Carta a W. Forster, 8 de abril de 1787).

Hay en esto algo parecido al trabajo del escultor, que debe constantemente medirse con la materia sobre la que trabaja – pensemos en el mármol de la Pietà de Miguel Ángel –, y con todo consigue hacer hablar a esa materia, hacer surgir una síntesis singular e irrepetible de pensamiento y de emoción, una expresión artística absolutamente original pero que, al mismo tiempo, está totalmente al servicio de ese preciso contenido de fe, está como dominada por el acontecimiento que representa – en nuestro caso, por las siete palabras y por su contexto.

Aquí se esconde una ley universal de la expresión artística: el saber comunicar una belleza, que es también un bien y una verdad, a través de un medio sensible – una pintura, una música, una escultura, un texto escrito, una danza, etc. Bien mirado, es la misma ley que ha seguido Dios para comunicarnos a sí mismo y a su amor: se encarnó en nuestra carne humana y realizó la mayor obra de arte de toda la creación: “el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” – como escribe san Pablo (1Tm 2,5). Más “dura” es la materia, más son estrechos los condicionantes de la expresión, y mayormente resalta el genio del artista. Así sobre la «dura» cruz, Dios pronunció en Cristo la Palabra de amor más bella y más verdadera, que es Jesús en su entrega plena y definitiva: Él es la última Palabra de Dios, en sentido no cronológico, sino cualitativo. Es la Palabra universal, absoluta, pero fue pronunciada en ese hombre concreto, en ese tiempo y en ese lugar, en esa “hora” – dice el Evangelio de Juan. Esta vinculación a la historia, a la carne, es signo por excelencia de fidelidad, de un amor tan libre que no tiene miedo de atarse para siempre, de expresar el infinito en lo finito, el todo en el fragmento. Esta ley, que es la ley del amor, es también la ley del arte en sus expresiones más altas.

Queridos amigos, quizás he ido demasiado lejos con esta reflexión, pero la culpa – ¡o más bien el mérito! – es de Franz Joseph Haydn. Demos gracias al Señor por estos grandes genios artísticos, que han sabido y querido medirse con su Palabra – Jesucristo – y con sus palabras – las Sagradas Escrituras. Renuevo mi agradecimiento a cuantos han ideado y preparado este homenaje: que el Señor os recompense a cada uno con largueza.

[En alemán]

Agradezco sentidamente una vez más a todos aquellos que han hecho posible esta velada. Dirijo un agradecimiento particular al Cuarteto Henschell y a la mezzosoprano, la señora Susanne Kelling, que, con su expresiva exhibición, nos ha acercado de forma musical a las palabras del Salvador en la Cruz. ¡Muchas gracias!

[En español]

Saludo muy cordialmente al Maestro José Peris Lacasa, autor de una lograda reelaboración de las Siete últimas Palabras de Cristo en Cruz, de Haydn, y que hoy hemos tenido el gusto de escuchar. Saludo también a los que han venido de España para esta ocasión. Muchas gracias

A todos renuevo un cordial saludo con el augurio de seguir a Cristo de cerca, como la Virgen María, para vivir en profundidad la Semana Santa, y celebrar en verdad la Pascua ya tan cercana. Con esta intención, os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos mi Bendición.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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