Eso no es matrimonio

Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 20 marzo 2010 (ZENIT.orgEl Observador).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Eso no es matrimonio».

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Como reacción en cadena, se están realizando uniones entre personas del mismo sexo en Buenos Aires, en Nueva York y en la capital de nuestro país, presumiendo de estar en la avanzada por la que debería transitar la humanidad. Se les quiere calificar como legítimos matrimonios, para que no se sientan discriminados… Marcelo Ebrard, Jefe de Gobierno del Distrito Federal, defendiéndose de los ataques que algunos de nuestra Iglesia le han hecho, dijo: «Los argumentos que se usan en pleno siglo XXI, es una buena muestra de la persistencia de argumentos que provienen de la baja edad media, o sea de antes de 1400, más o menos»

Se equivoca Marcelo Ebrard. Los argumentos en que nos basamos no provienen de la baja edad media, sino del principio de la humanidad. Revisen todas las culturas desde sus orígenes, y verán que el matrimonio siempre ha sido entre un hombre y una mujer. Si fuera normal lo que han autorizado y exaltado, se daría también en las comunidades indígenas, y no sucede así. Cuando estas cosas pasaron en algunos imperios, éstos se derrumbaron. 

JUZGAR

Recordemos algunos fundamentos de nuestra fe sobre el matrimonio, para dar seguridad a los creyentes y que no se dejen bambolear por las modas. Comprendo que para quien no acepta nuestra fe, es un ignorante religioso, o está contaminado por «guías ciegos», esto le resulte como de la baja edad media. Es de más atrás. 

En el principio de la humanidad, Dios creó sólo dos sexos, hombre y mujer, distintos y complementarios entre sí (cf Gén 1,27). En base a ellos estableció el matrimonio (cf Gén 1,28). Y se dice claramente: «Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne» (Gén 2,24). Se habla de padre y madre, de hombre y mujer. Jesús ratifica esta institución natural y secular, acorde con el plan original de Dios para la humanidad (cf Mt 19,4-6). 

La Palabra de Dios, que norma criterios y comportamientos de los verdaderos creyentes, afirma: «Se ofuscaron en vanos razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos… Sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío» (Rom 1,21-22.26-27). ¡No puede estar más claro! 

Dice el Papa Benedicto XVI: «La historia ha demostrado cuán peligroso y deletéreo puede ser un Estado que proceda a legislar sobre cuestiones que afectan a la persona y a la sociedad pretendiendo ser él mismo fuente y principio de la ética. Sin principios universales que permitan verificar un denominador común para toda la humanidad, no hay que subestimar en absoluto el riesgo de una deriva relativista a nivel legislativo. La ley moral natural permite evitar tal peligro y sobre todo ofrece al legislador la garantía de un auténtico respeto tanto de la persona como de todo el orden creado… La ley moral natural pertenece al gran patrimonio de la sabiduría humana, que la Revelación, con su luz, ha contribuido a purificar y a desarrollar ulteriormente» (13-II-2010). 

ACTUAR

Hay que definirse: ¿A quién quieres seguir: a Dios, que te muestra un camino seguro de realización plena, o a legisladores y gobernantes que van por caminos contrarios a la ley de Dios? Si te decides por la Palabra de Dios, sufrirás burlas de algunos, pero serás «como un árbol plantado junto al río, que da frutos a su tiempo y nunca se marchita. En todo tendrá éxito» (Salmo 1). Si te dejas contagiar por las plagas del pecado, serás «como la paja barrida por el viento. Porque el Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo» (Ib). ¡Dichoso quien confía en el Señor! 

México: Fíjate a quiénes eliges como gobernantes y legisladores; en quiénes pones tu confianza; a quiénes apoyas con tu voto. Madura en tu fe, que debe iluminar tu vida personal, tu familia, y también la política, la economía, la vida pública. Si tu fe la reduces a tu conciencia, no has entendido lo que es la fe cristiana.

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ZENIT Staff

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