SIENA, lunes 22 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- El sacerdote franciscano Paolo Spring tiene desde 1997 una misión que está plenamente relacionada con su vocación: cuidar el milagro eucarístico que se encuentra en la basílica San Francisco de la ciudad de Siena, ubicada en la región de la Toscana, al norte de Italia.
Semanalmente recibe decenas de grupos de peregrinos, desde niños que se preparan para su primera comunión, hasta extranjeros que aprovechan su viaje a esta ciudad llena de arte, historia y espiritualidad, para ver uno de los milagros eucarísticos más impresionantes: el de 223 hostias consagradas hace 280 años que hasta ahora se encuentran intactas en una de las capillas laterales de la basílica.
Al acoger a los fieles, el padre les cuenta la historia del milagro en ingles o italiano, y él mismo, al narrarla, se maravilla frente a este hecho, como si fuese la primera vez que escuchara la historia.
“Vienen de todo el mundo, donde hay católicos. Vienen para ver el milagro. Cuando llegan, cantan, se conmueven y lloran de alegría” dijo el sacerdote en diálogo con ZENIT.
Una alegría que contagia y renueva al mismo sacerdote, pese a que conoce la historia hace mucho tiempo. Aún recuerda la primera vez que vio estas hostias: “A finales de los años 70 en una peregrinación cuando vine aquí conocí el milagro hasta el fondo y pensé: Debe estar bien custodiado, debe darse a conocer, debemos trabajar para que, quien viene lo entienda y se vaya con este milagro en su corazón”.
Milagro diario
Era el año 1730. El 14 de agosto, vísperas de la fiesta de la asunción de la Virgen María, en todas las iglesias de Siena los sacerdotes consagraron hostias adicionales para quien quisiera recibir el cuerpo de Cristo al día siguiente.
Por la noche todos los sacerdotes de Siena se reunieron en la catedral principal de esta ciudad para hacer una vigilia y dejaron solas sus respectivas iglesias. Unos ladrones aprovecharon y entraron en la basílica de San Francisco para robarse el copón de oro con las hostias consagradas.
A la mañana siguiente se dieron cuenta de que las hostias no estaban y en medio de la calle, un feligrés encontró la parte de arriba del copón. Quedó así comprobado que se había robado el cuerpo de Cristo. Los habitantes de Siena comenzaron a orar para que aparecieran las hostias.
Tres días después, mientras un hombre estaba orando en la iglesia de Santa María en Provenzano, muy cerca de la Basílica de San Francisco, notó que había algo de color blanco dentro de una caja destinada para la donación a los pobres. Inmediatamente informaron al arzobispo y llegaron para ver de qué se trataba.
Abrieron la caja, eran las 351 hostias consagradas – el mismo número de hostias que fueron robadas. “Esos tres días fueron como los días entre la Crucifixión y la Resurrección”, asegura el padre Spring. Estaban llenas de polvo y telarañas. Los sacerdotes las limpiaron con sumo cuidado.
Luego hubo una jornada de adoración y reparación. Miles de fieles llegaron a la basílica para agradecer el hallazgo de las hostias. Estas no fueron distribuidas, al parecer, porque los franciscanos querían que los peregrinos las adoraran hasta el momento en que se deterioraran (porque al deteriorarse, desaparece la presencia real de Cristo).
Pero las hostias permanecían intactas y con un olor muy agradable. La gente empezó a considerarlas como milagrosas y cada vez iban más peregrinos a orar ante ellas. Algunas pocas fueron distribuidas en ocasiones especiales.
Hoy, 280 años después, permanecen 223 hostias que presentan el mismo estado que tenían el día que fueron consagradas. “En diversas etapas estas han sido examinadas y físicamente conservan todas las características de una hostia recién hecha”, aclara el padre Paolo.
En 1914 se hizo la examinación más rigurosa de este milagro por disposición del papa san Pío X, “las Sagradas Partículas resultaron en perfecto estado de consistencia, lúcidas, blancas, perfumadas e intactas” dijo el padre Spring.
También se concluyó en esta examinación que las hostias robadas fueron preparadas sin precauciones científicas y guardadas bajo condiciones ordinarias que, en circunstancias normales debieron haber causado un rápido deterioro.
El 14 de septiembre, de 1980, el papa Juan Pablo II viajó a Siena para celebrar los 250 años de este Milagro Eucarístico. Al ir dijo: “es la Presencia”. También han ido a orar ante estas santas hostias, personajes como san Juan Bosco y el beato papa Juan XXIII
Para el padre Spring, el Milagro Eucarístico de Siena “representa una prueba del amor de Dios hacia nosotros y la presencia para sostenernos contra las dudas, las dificultades, el milagro con el cual Dios padre está ayudando a la Iglesia a no tener miedo, a vivir la presencia de su fundador enviado por el Padre para hacer su voluntad”.
“Aquí suceden dos cosas milagrosas”, explica el padre Spring señalando las hostias consagradas hace casi tres siglos. “El tiempo no existe, se ha detenido”, y el sacerdote explica el segundo milagro:” “Los cuerpos compuestos y las sustancias orgánicas están sujetas a marchitarse. Para estas hostias, ni los hongos, ni los elementos que las descomponen subsisten. Es un milagro viviente, continuo, no sabemos hasta cuándo el Señor lo permitirá” concluye el sacerdote.
Por Carmen Elena Villa