Por Carl Anderson

NEW HAVEN, miércoles 31 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Hace veinticinco años, el Papa Juan Pablo II inauguró la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, para ser celebrada el Domingo de Ramos de cada año. Él entendió -como lo entiende Benedicto XVI- que el futuro de la Iglesia depende de la juventud, de la próxima generación de padres, sacerdotes y religiosos católicos.

Pero llegar a la próxima generación no siempre es fácil, especialmente cuando los jóvenes hoy están inundados de mensajes que les empujan a una visión “relativista” de la moral, a un sistema de valores en el que los valores relevantes son escogidos según bases individuales y no se consideran de aplicación universal.

Contra esta interpretación relativista de la vida habló el Papa Benedicto justamente antes de su elección como Papa, cuando advirtió contra una “dictadura del relativismo”.

Realmente hay un problema con el relativismo entre los jóvenes hoy. Una encuesta reciente de los Caballeros de Colón y los maristas constató que el 82% de los católicos de entre 18 y 29 años ve la moral como “relativa”.

Es un número chocante, pero afortunadamente en esa estadística hay más de lo que parece. Primero, la mayoría de “católicos practicantes” no está de acuerdo; y segundo, el 82% que se ven a sí mismos como relativistas no aplican con coherencia, sin embargo, el relativismo a las cuestiones morales.

Cuando se enfrentan a una serie de cuestiones morales, estos mismos jóvenes católicos que se veían como relativistas escogen de una manera arrolladora clasificar cuestiones como el aborto o la eutanasia como “moralmente malas”, a pesar de haber tenido la opción de clasificarlas como “una cuestión no moral”, que se supone que un verdadero relativista escogería.

Incoherencias

El relativismo, a diferencia de la verdad, conduce a un tipo de pensamiento precisamente incoherente, por lo que en última instancia no es una filosofía de vida satisfactoria.

Superar la seducción del relativismo con un mensaje de verdad ha sido un proyecto consistente del Papa Benedicto. Otra vez este fin de semana, en la 25ª celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa aprovechó la oportunidad para dirigirse a los jóvenes, en la Plaza de san Pedro en la Misa del Domingo de Ramos, sobre el tema de llevar una vida basada en la verdad.

En el Ángelus que siguió a la Misa, hizo un llamamiento “a las nuevas generaciones a dar testimonio, con la fuerza suave y luminosa de la verdad, para que a los hombres y mujeres del tercer milenio no les falte el modelo más auténtico: Jesucristo”.

La verdad -en la persona de Jesucristo- debe ser la base para el testimonio de la fe. Ésta es una sencilla, pero profunda declaración.

Pero el testimonio de la verdad que es Cristo requiere una relación con él. Como el entonces cardenal Joseph Ratzinger destacó diez años antes en un discurso a catequistas y profesores, el arte de vivir “sólo puede ser comunicado por [uno] que tiene vida -aquel que es el Evangelio personificado”.

No podemos esperar cambiar la cultura o influir en la gente si nosotros mismos no presentamos un auténtico testimonio de Cristo, a quien conocemos personalmente. Y no podemos esperar que los jóvenes sean testigos efectivos para sus coetáneos si no han desarrollado primero una relación con Cristo que estén en condiciones de presentar de una manera muy real.

El Domingo de Ramos, el Papa también reiteró “a todos los jóvenes [···] que ser cristiano es un camino, o mejor: una peregrinación, un caminar junto a Jesucristo. Un caminar en esa dirección que Él nos ha indicado y nos indica”.

Esto no es decir que ser un fiel cristiano joven frente a la presión de los compañeros sea fácil.

No tener miedo

El Papa lo reconoció en su discurso, cuando dijo: “No temáis cuando seguir a Cristo comporte incomprensiones y ofensas. Servidlo en las personas más frágiles y desfavorecidas, en particular en vuestros coetáneos en dificultades”.

Hay muchas razones por las que un mensaje así puede resonar en los jóvenes.

¿Quién -incluso entre los relativistas- podría oponerse o no ser conmovido por el testimonio de uno de sus compañeros que ayuda a los necesitados? Es predicar con las obras más que con las palabras lo que puede a menudo tener el mayor efecto.

Al contrario, el mensaje cristiano del amor a Dios y al prójimo es a la vez coherente y satisfactorio. Lo que debe ser aceptado por los que buscan respuestas en sus vidas es el testimonio efectivo de sus compañeros y de las generaciones precedentes.

Sólo a la luz de la verdad, la pasión de Cristo, que celebramos esta semana, toma un sentido. Bajo una interpretación relativista, la muerte de Cristo por los demás no tiene sentido -a menos que muriera sólo por sí mismo- ya que el resto de la humanidad no tendría necesidad de él, o de salvación.

Nuestra tarea es llevar la verdad a aquellos jóvenes católicos que la buscan, a los dos de cada tres que en la reciente encuesta de los Caballeros de Colón y los maristas expresaron su apertura a aprender más sobre su fe.

Al dar testimonio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, dejemos entrar en nuestros corazones ese amor de Dios y de los demás para que podamos efectivamente compartirlo con nuestros compañeros y con las futuras generaciones.

Tomemos como nuestras las palabras de san Francisco: “Predica -y si es necesario, usa palabras”.


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Carl Anderson es el caballero supremo de los Caballeros de Colón y autor superventas del New York Times.



[Traducción del inglés por Patricia Navas]