Navarro-Valls explica el secreto de Juan Pablo II

Investido Doctor Honoris Causa en Barcelona

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BARCELONA, jueves 6 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Joaquín Navarro-Valls, psiquiatra, periodista y director de la Oficina de Información de la Santa Sede de 1984 a 2006, ha sido investido este jueves Doctor Honoris Causa en la Universidad Internacional de Cataluña (UIC), en Barcelona.

La laudatio del que fuera portavoz de Juan Pablo II ha sido pronunciada por su padrino, el Dr. Salvador Aragonés, quien ha destacado «la profesionalidad y credibilidad» del que estuvo al frente de la Sala de Prensa de la Santa Sede durante más de 20 años. Según Aragonés, la credibilidad de Navarro Valls «estaba fundada en su verdadera amistad con el entonces Papa, Juan Pablo II».

Tras su investidura como Doctor Honoris Causa por el Rector de la UIC, Josep Argemí, Navarro-Valls ha pronunciado un discurso centrado en la persona de Juan Pablo II en el que ha destacado que «su gran obra maestra fue la que se cumplió en sí mismo, en el interior de su persona: haber mantenido siempre aquella flexibilidad interior que le permitió responder siempre que sí a todos los requerimientos y sugerencias que cada minuto de su vida él acogió de lo Alto».

Después de explicar algunas vivencias personales al lado de Karol Wojtyla, el nuevo Doctor Honoris Causa ha resaltado que «en él se hacía evidente la riqueza intelectual de un teólogo y la inocencia espontánea de un chiquillo».

El que ha sido reconocido «maestro de la comunicación» por el rector Argemí, quiso dejar claro que una peculiaridad de Juan Pablo II era su relación directa con la trascendencia. «Su espiritualidad era atrayente y simpática, apostólica y constantemente convincente. En su jornada estar con Dios era su mayor pasión, y la cosa más natural del mundo», ha revelado el ex portavoz del Papa.

Navarro Valls tampoco ha podido dejar de recordar a los numerosos asistentes que en la convivencia con el fallecido Papa «se hacía evidente que Dios no es un código de leyes, sino una persona. A Dios se le puede confiar la propia existencia, a un código de leyes ni siquiera una jornada».

Por Nerea Rodríguez del Cuerpo

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ZENIT Staff

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