CIUDAD DEL VATICANO, domingo 23 de mayo de 2010 (ZENIT.org) La misa solemne de Pentecostés celebrada esta mañana en la Basílica de San Pedro del Vaticano fue un reflejo de lo que el Papa Benedicto XVI pidió en su homilía.
“El camino de los cristianos y de las Iglesias particulares debe siempre confrontarse con el de la Iglesia una y católica y armonizarse con él”, dijo el Pontífice.
“Esto no significa que la unidad creada por el Espíritu Santo sea una especie de igualitarismo. Al contrario, esto sería más bien el modelo de Babel, es decir, la imposición de una cultura de la unidad que podemos definir como ‘técnica’”, señaló el Papa.
Miles de fieles procedentes de diversas partes del mundo se reunieron hoy en San Pedro en una sola fe para celebrar la solemnidad de Pentecostés.
Doris Meier, procedente de Suiza y estudiante de filosofía en la universidad Angelicum de Roma, al salir de la misa compartió con ZENIT su impresión sobre las palabras del Papa.
En su opinión, “no ha hablado para sí mismo, y menos de manera autoritaria; más bien ha hablado con la verdad, para los católicos, como una sola Iglesia”.
Desde que Doris vive en Roma (octubre del año pasado), le gusta ir a todas las ceremonias presididas por Benedicto XVI “porque veo más particularmente cómo vivir la liturgia con tanta gente, tan bien preparada y sin perder nunca el sentido de la oración”.
También “porque es necesario apoyarlo (al Papa) y decir que está bien lo que hace”, aseguró la joven estudiante.
La misa
Benedicto XVI encabezó la procesión de entrada a la Basílica de San Pedro, mientras las voces masculinas, adultas e infantiles, del coro de la Capilla Sixtina entonaban la canción Tu es petrus. (Tú eres Pedro n.d.t).
El Papa se detuvo espontáneamente para saludar y dar la mano a algunos de los fieles, que habían ido llegando desde muy temprano a San Pedro buscando un lugar privilegiado para verlo de cerca. Muchos mostraron su sorpresa y conmoción al haber saludado al Papa de manera inesperada.
En su homilía, el Papa afirmó que “en Pentecostés, el Espíritu Santo se manifiesta como fuego” y destacó que los apóstoles y los fieles “han llevado esta llama divina hasta los últimos confines de la Tierra”.
Ellos, añadió, “han abierto así un camino para la humanidad, un camino luminoso, y han colaborado con Dios que con su fuego quiere renovar la faz de la tierra”.
Y comparó el fuego de Dios, que arde sin consumirse, sin arrasar, con el fuego destructor de las guerras y de las bombas.
“Qué distinto es el incendio de Cristo, propagado por la Iglesia, al encendido por los dictadores de toda época, también del siglo pasado, que dejan tras de sí tierra arrasada”, reconoció.
Benedicto XVI subrayó que el fuego divino obra una transformación y “por eso debe consumir algo en el hombre, las escorias que lo corrompen y le obstaculizan en sus relaciones con Dios y con el prójimo”.
Y reconoció que “este efecto del fuego divino sin embargo nos asusta” porque “muchas veces nuestra vida está configurada según la lógica del tener, del poseer y no del darse”.
“No queramos, por defender nuestra vida, perder la eterna que Dios nos quiere dar. Necesitamos el fuego del Espíritu Santo, porque sólo el Amor redime”, exhortó.
Universalidad
Como es tradicional, tanto las lecturas como las peticiones se realizaron en diferentes idiomas para mostrar la universalidad de la fe católica unidas en una sola Iglesia.
Así, los fieles leyeron en inglés, español, italiano, portugués, alemán, ruso y chino. Esta costumbre cobraba hoy mayor importancia por tratarse de la fiesta que pone un acento especial en la multiplicidad de carismas.
La liturgia eucarística se abrió con las ofrendas mientras que el coro cantaba Confirma o Dio quanto e fato per noi, inspirado en el salmo 67.
Once personas, entre religiosas y laicos, llevaron las ofrendas al altar, las entregaron personalmente a Benedicto XVI y pudieron intercambiar algunas palabras con él.
A los pocos minutos de finalizar la misa, el Papa se trasladó hacia su estudio para rezar por la ventana el último Regina Coeli del año, ya que ésta es una oración especial para el tiempo pascual.
Allí estaban esperando miles de fieles en medio del calor típico del final de la primavera, que este año llegó un poco más tarde a Roma.
Eva Rodrigo, procedente de España y una de tantos fieles que asistió esta mañana a la Misa y al Regina Coeli, pudo percibir en primera persona la experiencia de la diversidad de carismas.
“Vine con una amiga portuguesa y otra suiza, y estábamos rodeadas de franceses, ingleses y brasileños, así que cuando nos dimos el saludo de la paz fue gracioso porque cada uno te lo daba daba en su idioma pero siempre era la paz de Cristo”, dijo.
De la experiencia vivida esta mañana, Eva, que viajó a Roma para pasar un semestre de intercambio en la Universidad de la Sapienza, destacó cómo “el cristianismo no pertenece a ninguna cultura especial, no es algo exclusivo de Occidente”.
Esto lo dijo en referencia a las palabras con las que el Papa destacó en su homilía la necesaria autonomía de la Iglesia para mostrar la unidad.
“La Iglesia “responde a su vocación, de ser signo e instrumento de unidad de todo el género humano -dijo citando Lumen Gentium-, sólo si permanece autónoma de todo Estado y de toda cultura particular”.
“Siempre y en todo lugar la Iglesia debe ser verdaderamente, católica y universal, la casa de todos en la que cada uno se puede volver a encontrar”, recordó.
En ese caso, prosiguió Benedicto XVI, “la Iglesia ya no es prisionera de fronteras políticas, raciales ni culturales; no se puede confundir con los Estados ni con las Federaciones de Estados, porque su unidad es de otro tipo y aspira a atravesar todas las fronteras humanas”.
“Me gustó mucho – opinó después Eva – cuando el Papa se refirió en su homilía al hecho de que no se puede identificar la fe católica con Estados o culturas, sino que el cristianismo va más allá de cualquier estructura social”.
Unidad
Una fe que, como se pudo ver hoy, “reconcilia y une a la familia humana porque, según el Papa, la “apertura de horizontes confirma aún más la novedad de Cristo en la dimensión del espacio humano, de la historia de las gentes: el Espíritu Santo implica a hombres y pueblos y, a través de ellos, supera muros y barreras.
Benedicto XVI explicó precisamente que la unidad es el fruto de la acción del Espíritu Santo, que, “donde hay laceraciones y alienación, crea unidad y comprensión”.
Con “el soplo divino” “se desencadena un proceso de reunificación entre las partes de la familia humana, dividida y dispersa”, dijo.
“Las personas, a menudo reducidas a individuos en competición o en conflicto entre ellos, alcanzadas por el Espíritu de Cristo, se abren a la experiencia de la comunión, que puede implicarlas hasta el punto de hacer de ellas un nuevo organismo, un nuevo sujeto: la Iglesia”.
“Éste es el efecto de la obra de Dios: la unidad -añadió-; por eso la unidad es la señal de reconocimiento, el “tarjeta de visita” de la Iglesia a lo largo de su historia universal.
El Papa quiso extraer “un criterio práctico de discernimiento para la vida cristiana” de esta verdad, afirmando que “cuando una persona, o una comunidad, se cierra en su propio modo de pensar y de actuar, es signo de que se está alejando del Espíritu Santo”.
Carmen Elena Villa