CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 8 septiembre 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI dirigió a los miembros de la Mesa de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa al recibirles hoy en audiencia en la salita del Aula Pablo VI tras la Audiencia General.
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Señor Presidente,
Queridos miembros de la Mesa de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa:
Estoy muy agradecido al Honorable Sr. Çavuşoğlu por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de la Mesa y extiendo a todos vosotros una cordial bienvenida. Estoy contento de recibiros en el sexagésimo aniversario de la Convención Europea de Derechos Humanos que, como se sabe, compromete a los Estados Miembros del Consejo de Europa a promocionar y defender la dignidad inviolable de la persona humana.
Sé que la Asamblea Parlamentaria tiene en su agenda temas importantes relacionados sobre todo con personas que viven en situaciones especialmente difíciles o están sujetas a graves violaciones de su dignidad. Pienso en las personas afectadas por discapacidades, los niños que sufren violencia, los inmigrantes, los refugiados, los que más pagan por la actual crisis económica y financiera, los que son víctimas del extremismo o de nuevas formas de esclavitud como el tráfico de personas, el tráfico ilegal de drogas y la prostitución. Vuestro trabajo también está relacionado con las víctimas de la guerra y con las personas que viven en democracias frágiles. También he sido informado de vuestros esfuerzos para defender la libertad religiosa y oponeros a la violencia y la intolerancia hacia los creyentes en Europa y en todo el mundo.
Teniendo presente el contexto de la sociedad actual en la que diferentes poblaciones y culturas se unen, es un imperativo desarrollar la validez universal de esos derechos, así como su inviolabilidad, inalienabilidad e indivisibilidad.
En distintas ocasiones, he señalado los riesgos asociados al relativismo en el ámbito de los valores, los derechos y los deberes. Si éstos carecieran de un fundamento objetivo racional, común a todos los pueblos, y se basaran exclusivamente en culturas particulares, decisiones legislativas o sentencias judiciales, ¿cómo podrían ofrecer una base sólida y duradera para instituciones supranacionales como el Consejo de Europa, y para vuestra propia tarea en esta prestigiosa institución? ¿Cómo podría llevarse a cabo un diálogo fructífero entre culturas sin valores comunes, derechos y principios estables, universales, entendidos de la misma manera por todos los Estados Miembros del Consejo de Europa? Esos valores, derechos y deberes tienen su origen en la dignidad natural de toda persona, algo accesible al razonamiento humano. La fe cristiana no impide, sino que favorece, esta búsqueda y es una invitación a buscar una base sobrenatural para esa dignidad.
Estoy convencido de que esos principios, mantenidos fielmente, sobre todo cuando se trata de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, del matrimonio -basado en la entrega mutua exclusiva e indisoluble entre un hombre y una mujer- y la libertad de religión y educación, son condiciones necesarias si queremos responder adecuadamente a los decisivos y urgentes desafíos que la historia os presenta a cada uno de vosotros.
Queridos amigos, sé que vosotros también deseáis llegar a los que sufren. Esto me alegra y os animo a cumplir vuestra delicada e importante misión con moderación, prudencia y valentía al servicio del bien común de Europa. Os doy las gracias por venir y os garantizo mis oraciones. ¡Que Dios os bendiga!
[Traducción del original inglés realizada por Patricia Navas
© Libreria Editrice Vaticana]