OVIEDO, sábado, 25 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, 26 de septiembre, XXVI del tiempo ordinario (Lucas 16,19-31), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.
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¿De qué sirve ser el más rico del cementerio? Jesús propone esta parábola a unos fariseos celosos de la Ley y los profetas, amigos de Moisés y de Abrahán, pero que vivían con una cierta esquizofrenia moral y espiritual.
Jesús en primer lugar relativiza el valor del dinero apelando a su poderío fugaz y a su gloria caduca. El dinero y todo lo que lo rodea, no tiene la última palabra en esta vida, porque esa palabra postrera la pronunciamos todos por igual, con la misma indigencia y fragilidad con la que igualmente nacimos: Epulón y Lázaro eran iguales ante su origen y ante su destino. El dinero y sus adláteres, no son la moneda para comprar el acceso en la vida perdurable, sino que más bien será una gracia de Dios al alcance de cualquiera que haya tenido corazón de pobre (hayan sido cuales hayan sido sus arcas monetarias).
Lo segundo que destaca Jesús es la infinita diferencia entre el modo de valorar que tiene Dios y aquellos fariseos burlones. Sólo quien entra en la mirada de Dios puede descubrir su secreto, y sólo quien se adentra en su Corazón comprende su riqueza, como el mismo Pablo descu brió (Filp 3,7-8).
No bastaba saberse al dedillo las consejas de la Ley y los Profetas. Hay un modo de ser creyente que es inútil: saber cosas de Dios y no vivir conforme a lo que sabemos, encender una vela a Dios en su día, reservándonos para nosotros y nues tros diablos el resto de la semana. Epulón comprendió ya tarde la inutili dad de la basura de su vida, y quiso enviar a un muerto a los suyos para hacerles ver la engañifa en la que vivían. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena. A lo más, queda uno asustado una breve temporada. Curiosamente, Dios desde «sus valores», lejos de ser un rival de los nuestros, es su mejor exponente. Tenemos la experiencia cotidiana de cómo cuando nos alejamos de la visión que Dios tiene de la vida, ésta se deshumaniza.
Por eso no es extraño que quienes aman el dinero y se bur lan de los enviados de Dios, no entiendan nada, se irriten e indignen, y hasta decidan matar al mensajero. No, nuestro mundo no necesita que vengan los muertos para darnos un susto incontestable, sino más bien está necesitado de vivos, de cristianos vivos que desde la trama diaria de su existir enseñan a ver las cosas desde los Ojos de Dios, y amar la vida desde y como Él, ritmando nuestros latires con los de su Corazón, valorando aquello que tiene valor para Él, lo que enajena y enfrenta, lo que adormece e in hibe, y relativizando lo que corrompe y deshumaniza.