Segundo domingo de Adviento: Profetas y acompañantes

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

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OVIEDO, viernes, 3 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, 5 de diciembre, segundo de Adviento (Mateo 3,1-12), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca. 

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Vamos a ser acompañados por profetas en este tiempo de Adviento. Lo decíamos el domingo pasado al hilo del Evangelio: que hay en nosotros esa intuición inequívoca de nuestro corazón que nos reclama respuestas a preguntas que de verdad nadie puede responder. El primero en acompañarnos es el profeta Isaías que nos recuerda esa intuición casi como una provocación: va a nacer algo nuevo, que florecerá como un tronco de lo mejor de las raíces de nuestro Pueblo. Para redondear esta visión ansiosamente anhelada, dibujará un cuadro «naïf»: el lobo y el cordero, el leopardo y la cría del león, pastarán juntos y los cuidará un chaval; la vaca y el oso se harán mutua compañía, el león y el buey compartirán su comida, el niño de pecho jugará con el áspid y hasta meterá su mano en el escondrijo de la víbora. Efectivamente, comprendemos este lenguaje cuando vamos sustituyendo estos nombres y situaciones por los correspondientes a nuestro mundo. Isaías fue un primer precursor.

Otro profeta acompañante, en los tiempos mesiánicos ya, será Juan el Bautista, que junto con María la Madre del Señor, forma esa tríada de voces que nos llaman, nos enseñan a vivir cada Adviento acontecido. El Bautista hablará de aquél mismo Enviado anunciado por Isaías: sólo que ese Mesías estaba ya entre ellos. «Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca». Este nuevo profeta la emprendía con los fariseos y saduceos que veía en torno suyo, increpándoles que no basta saber lo que los antiguos profetas dijeron, porque de qué sirve saber si no se vive eso que se conoce. Este era el problema de unos y otros: no desconocían las profecías sobre el futuro Mesías, pero sus vidas no eran una tierra adecuada para acogerlo cuando viniera. La semilla jamás puede germinar en los diccionarios que la definen ni en los manuales que la describen, sino en la tierra que la acoge. El Bautista trataba de despertar a su Pueblo: allanad senderos, enderezad entuertos, preparad el camino del Señor que viene.

En este segundo domingo de nuestro Adviento, la Palabra de Dios viene a nosotros como anuncio esperanzado, diciéndonos que efectivamente no nos engaña nuestro corazón cuando sueña un mundo diferente al que cotidianamente nos asomamos. Ese cielo nuevo y esa tierra nueva en donde Dios habitará entre nosotros, en donde no habrá llanto ni pesar, en el que todo lo caótico cederá para dar paso a una ciudad buena y bella, habitable según el proyecto de Dios, ya está entre nosotros. Esa tierra nueva es Jesucristo y su reino, que viene continuamente a quien le acoge.

 

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ZENIT Staff

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