CIUDAD DEL VATICANO, martes 7 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el análisis que ha realizado de la visita de Benedicto XVI a Croacia, del 4 al 5 de junio, Giovanni Maria Vian, director del diario de la Santa Sede “L’Osservatore Romano”.
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El aplauso continuo e interminable que en la catedral de Zagreb se elevó al concluir la homilía de Benedicto XVI ante la tumba del beato Stepinac resume bien el sentido de la visita papal a Croacia. Aquí el presidente Josipović — que, aun declarándose no creyente, quiso estar presente en todos los actos de la visita— y centenares de miles de personas acogieron al Papa con afecto y entusiasmo. En un viaje que, después de los realizados por Juan Pablo II al país (tres en menos de diez años), se reveló importante no sólo para esta pequeña y sanamente orgullosa nación, que se siente ante todo centroeuropea, sino para todo el continente.
Esta tierra profundamente unida a Roma a lo largo de todo el siglo XX se ha visto sacudida por guerras y violencias —también recientes, y con frecuencia hechas más innobles por falsas justificaciones religiosas— y asimismo por dictaduras opuestas entre sí que han perseguido a la Iglesia. Pues bien, en este contexto el Papa recordó ante todo con fuerza que «la religión no es una realidad separada de la sociedad» y que, por tanto, no debe ser reducida al ámbito de lo sujetivo y lo privado. Pero inmediatamente después Benedicto XVI añadió que las religiones deben purificarse: en la escucha de Dios y sabiendo ser como consecuencia una fuerza de reconciliación y de paz.
Historia y verdad volvieron así varias veces a las palabras del Papa. Prestando atención a una historia de trece siglos que el cristianismo ha inspirado y vivificado, gracias a realidades e instituciones todavía presentes: con un dinamismo «espiritual que llega a ser cultural y, por tanto, social» y que puede aportar mucho a la sociedad croata en el ámbito europeo, en espera de la próxima anhelada integración política.
Sin embargo, la contribución de la Iglesia es importante sobre todo en la formación de las conciencias, que se imparte en primer lugar en la familia, verdadero centro del viaje papal. Benedicto XVI habló de ello a los jóvenes el sábado en la Vigilia en la plaza Jelačić, impresionante por el calor de los decenas de miles de muchachas y muchachos y más aún por el largo silencio durante la adoración eucarística, roto solamente por el chillido de las golondrinas en el cielo y que recordó al de Hyde Park, mientras la oscuridad caía sobre Londres.
El Papa supo encontrar una vez más palabras sencillas y que llegan al corazón. Al recordar la necesidad típicamente juvenil de no contentarse, la búsqueda de la alegría y de la felicidad que anidan en todo corazón humano. Para ir más allá y contracorriente, aunque esto cueste compromiso y sacrificio: porque «vale la pena» superar los bienes materiales y mirar a la verdad, como a «una estrella en lo alto del cielo». Sin miedo de comprometerse de por vida. Aunque esto vaya contra la mentalidad corriente.
De hecho, precisamente esta tendencia dominante — fruto de una secularización que «lleva a la marginación de Dios de la vida» y ya está muy difundida especialmente en Europa —«absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad». Con consecuencias funestas para la vida humana, amenazada de muchas maneras, y para la familia, debilitada también por la difusión de las convivencias sustitutivas del matrimonio.
Frente a esto es necesario un verdadero «viraje cultural», que puede influir en todo el continente europeo. Para mantener encendida la llama de esa lámpara preciosa que es la fe cristiana.