Nuestro pueblo no pierde la esperanza aún con dificultad y dolor

Mensaje de la Asamblea Ordinaria de los obispos de Centroamérica

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VALLE DE ÁNGELES, viernes 25 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto íntegro del mensaje, al término su su Asamblea Ordinaria, de los obispos de Centroamérica en el que piden a los fieles que no se oscurezca o debilite su compromiso cristiano, y constatan con alegría que el pueblo centroamericano “no pierde la esperanza” aún viviendo situaciones de dificultad y dolor.

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A nuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, agentes de pastoral, pueblo católico, hermanos en la fe cristiana, a todos los centroamericanos, hombres y mujeres de buena voluntad:

Introducción

1. «Gracia a ustedes y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Fil 1,2). Los obispos de Centro América nos hemos reunido para la Asamblea Ordinaria Anual del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC), del 21 al 25 de noviembre en Valle de Ángeles, Honduras. Como pastores, «llamados a vivir el amor a Jesucristo y a la Iglesia en la intimidad de la oración y en la donación de nosotros mismos a los hermanos y hermanas, a quienes presidimos en la caridad»

(Aparecida, 186) en estos días «hemos dado gracias a Dios por todos ustedes, recordándolos sin cesar en nuestras oraciones» (1 Tes 1,2).

2. Hemos vivido en nuestra asamblea una rica experiencia de comunión y de fraternidad, que nos ha hecho gustar el ser Iglesia como «casa y escuela de comunión» (Aparecida, 187) y nos ha impulsado a renovar con alegría nuestro ministerio como «pastores y guías espirituales de las comunidades a nosotros encomendadas» (Aparecida, 188). Hemos orado y reflexionado juntos, hemos compartido el camino de la Iglesia en los diferentes países y hemos discernido la voluntad de

Dios frente a los retos de la realidad. En este espíritu de oración y de comunión deseamos dirigirles, a la luz de tres parábolas del evangelio, un mensaje de fe y de esperanza que, aun en medio de las oscuridades e incertidumbres de la historia, contribuya a reconocer la presencia del Reino de Dios en nuestros pueblos.

«Dejen que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta la cosecha» (Mt 13,30)

3. Recordemos en primer lugar la parábola del trigo y la cizaña. En ella Jesús nos enseña que el Reino de Dios se abre paso en la historia en medio de la malicia y del pecado humano, creciendo como el trigo en medio de la maleza. De este modo Jesús nos ayuda a ver la realidad con objetividad y esperanza, reconociendo las luces y sombras de la historia pero confiando en la victoria final del proyecto de Dios (cf. Mt 13,24-30).

4. Reconocemos como trigo bueno, signo del Reino, el amor a la vida, arraigado en el corazón de nuestros pueblos y distintivo de nuestra cultura, vivido, sin embargo, en medio de la maleza de una alarmante violencia que reviste diversas formas y tiene diversos agentes: el crimen organizado y el narcotráfico, violencia común y creciente violencia intrafamiliar. Junto a las soluciones sociales y económicas que los Estados y la sociedad deben implementar para frenar y erradicar el crecimiento

de este flagelo, los cristianos debemos empeñarnos en el seguimiento de Cristo Redentor, a través de la oración por la paz y el compromiso por la vida y la justicia, sabiendo que «la radicalidad de la violencia sólo se resuelve con la radicalidad del amor redentor» (Aparecida, 543).

5. En medio de pueblos que aman la verdad y la honestidad y que han luchado siempre por la igualdad y la libertad, paradójicamente persisten todavía situaciones y estructuras adversas tales como la exclusión social de inmensas mayorías pobres, la corrupción en la sociedad y en el Estado, el irrespeto a las leyes y a las instituciones democráticas y la violación a los derechos humanos. Todo ello rompe la armonía social, contribuye al crecimiento de la pobreza de gran parte de nuestra población y provoca la dolorosa migración forzada de muchos centroamericanos. Vemos,

finalmente, como trigo en medio de la maleza, el aprecio por el valor de la familia todavía existente en nuestra sociedad, a pesar de que hoy se ve amenazada por ideologías, leyes y situaciones de inseguridad económica que no la favorecen. Con la conciencia de que el trigo bueno del Reino de Dios sigue creciendo en medio de la maleza, no permitamos que se oscurezca o debilite nuestro compromiso cristiano por vivir y anunciar los valores del Evangelio.

«El Reino es como un grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas» (Mc 4,31)

6. En segundo lugar deseamos recordar la parábola del grano de mostaza, con la que Jesús nos enseña que el Reino de Dios no llega necesariamente a través de acciones o gestos grandiosos, sino discretamente por medio de realizaciones humanas, inicialmente sencillas o limitadas. Estas realidades aparentemente pequeñas son signos a través de las cuales el Señor llega a nuestra historia y nos las ofrece como oportunidades para comprometernos generosamente en la construcción de su reino, descubriendo el valor decisivo del momento presente por insignificante que parezca (cf. Mc 4,30-32).

7. Reconocemos con alegría algunos signos de vida eclesial, que como granitos de mostaza pueden parecer pequeños, pero ya están dando mucho fruto en nuestras comunidades. Entre ellos podemos señalar la profunda «espiritualidad» de nuestro pueblo centroamericano, con la que se aferra al amor de Dios y no pierde la esperanza aún viviendo situaciones dramáticas de dificultad y de dolor; la entrega generosa de tantos sacerdotes, religiosos (as) y laicos (as), que en el campo y la ciudad dan testimonio de Cristo y sirven a la Iglesia aun en medio de no pocas limitaciones y sacrificios; y, en tercer lugar, el camino de renovación de muchas de nuestras parroquias, que se está abriendo paso a pesar de ciertas resistencias personales y estructurales. Otro signo sumamente esperanzador es la fe entusiasta de muchos jóvenes, «amigos y discípulos de Cristo» (Aparecida, 443), quienes

ciertamente son y seguirán siendo en el futuro fermento de renovación de nuestra sociedad a la luz el Evangelio. La Iglesia desea ser cercana a los jóvenes, animando sus más nobles ideales, acompañándoles en su vida espiritual y colaborando en la formación de su conciencia social y política a la luz de los valores del Reino de Dios.

«Una vez salió un sembrador a sembrar» (Mc 4,3)

8. Finalmente recordemos la parábola del sembrador, con la que Jesús se presenta a sí mismo anunciando con optimismo el Reino, con sus palabras y sus obras, sin excluir a nadie del proyecto de Dios. Con la parábola Jesús quiere también combatir la desesperanza de quienes no ven resultados inmediatos, exhortándonos a proclamar siempre la Palabra con confianza en su eficacia transformadora, sin desanimarnos por los aparentes fracasos y sin importar que haya corazones duros que no estén dispuestos a recibirla (cf. Mc 4,1-9).

9. Hoy Jesús continúa sembrando la semilla del Evangelio a través de la misión evangelizadora de la Iglesia, «que tiene como misión propia y específica, comunicar la vida de Jesucristo, a todas las personas, anunciando la palabra, celebrando los Sacramentos y predicando la caridad» (Aparecida, 386). Es nuestro mayor deseo como obispos de Centro América que nuestra Iglesia no cese de sembrar con ardor misionero la semilla del Evangelio, convirtiéndose en un «poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo» (Aparecida, 362), comprometida por una vida mejor y más digna para todos, especialmente para los más pobres y marginados de la sociedad.

10. La parábola del sembrador exige la fe de quien lanza la semilla y la fe del terreno que la recibe (Cf. Mc 4,13-20). Por eso exhortamos a todo el pueblo de Dios a que acojamos con renovada gratitud del don de la fe, viviendo sus exigencias con coherencia y radicalidad. Dóciles a la acción de Dios, «quien, por su benevolencia, realiza
en nosotros el querer y el obrar» (Fil 2,13), esforcémonos en vivir nuestra fe como camino de discipulado misionero, fruto de un encuentro profundo y continuamente renovado con Jesucristo, vivido en la comunión y participación activa en el seno de la comunidad eclesial y expresada proféticamente en el testimonio significativo y eficaz de los valores del Evangelio en medio de la sociedad.

11. Manifestamos nuestra profunda gratitud a Adveniat, organismo de la Conferencia Episcopal Alemana, que está cumpliendo en este año cincuenta años de existencia, y a todo el pueblo católico de Alemania. Creada por los obispos alemanes con el propósito de apoyar en modo solidario el camino evangelizador de la Iglesia de América Latina, Adveniat se ha manifestado siempre cercana y generosa a las necesidades de nuestras iglesias centroamericanas. ¡Gracias por su generosidad y solidaridad! ¡Gracias por apoyarnos en nuestro esfuerzo de sembrar la semilla liberadora del Evangelio en nuestros pueblos!

12. Que la Virgen María, «la discípula más perfecta del Señor», quien «con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo» (Aparecida, 266), ilumine con su amor maternal el camino de la Iglesia en Centro América, para que vivamos nuestra fe como ella, «tanto en la actitud de escucha orante como en la generosidad del compromiso en la misión y el anuncio» (Verbum Domini, 28).

Dado en Tegucigalpa, Honduras, el veintitrés de noviembre de dos mil once.

+ Leopoldo José Brenes Solórzano, arzobispo de Managua, Nicaragua, presidente del SEDOC.

+ Jorge Solórzano Pérez, Obispo de Granada, Nicaragua, secretario general del SEDAC

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ZENIT Staff

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