CIUDAD DEL VATICANO, lunes 28 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos el discurso que Benedicto XVI dirigió a los obispos de Estados Unidos con ocasión de su visita ad limina Apostolorum, este sábado 26 de noviembre.

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Queridos hermanos obispos,

Os saludo con afecto en el Señor, y a través de vosotros, a los obispos de Estados Unidos que en el transcurso del próximo años realizarán sus visitas “ad limina Apostolorum”.

Estos encuentros son los primeros después de mi visita pastoral a vuestro país, que pretendía animar a los católicos de América, a raíz del escándalo y la desorientación causada por los abusos sexuales de las últimas décadas. Quise reconocer personalmente el sufrimiento infligido a las víctimas y garantizar honestos esfuerzos para garantizar la seguridad de nuestros niños y atender de modo adecuado y transparente las denuncias presentadas. Es mi esperanza que los esfuerzos de conciencia de la Iglesia, afrontando esta realidad, ayuden a toda la comunidad a reconocer las causas, el alcance real y las devastadoras consecuencias del abuso sexual, y responder con eficacia a este flagelo que afecta a todos los niveles de nuestra sociedad. De la misma manera que la Iglesia justamente mantuvo estos niveles, a este respecto, para otras instituciones, sin excepción debería mantenerlos para sí misma.

Un segundo, aunque igualmente importante, propósito de mi visita pastoral fue hacer un llamamiento a la Iglesia en América a reconocer, a la luz de los dramáticos cambios sociales y del panorama religioso, la urgencia y las exigencias de una nueva evangelización. Continuando con este objetivo, tengo la intención de presentar a vuestra consideración, en los próximos meses, una serie de reflexiones que confío que os ayuden a encontrar el discernimiento al que estáis llamados en vuestra tarea de liderar la Iglesia hacia un futuro que Cristo nos abre ante todos.

Muchos de vosotros habéis compartido conmigo vuestra preocupación por los importantes desafíos que se presentan para un testimonio cristiano consistente en una sociedad cada vez más secularizada. Considero que es importante, sin embargo, también hay una creciente preocupación por parte de muchos hombres y mujeres, independientemente de sus creencias religiosas y políticas, por el futuro de nuestras sociedades democráticas. Estos ven una crisis preocupante en las bases intelectuales, culturales y morales de la vida social y una creciente sensación de desarraigo e inseguridad, especialmente entre los jóvenes, frente a los grandes cambios sociales. A pesar de los intentos de callar la voz de la Iglesia en el ámbito público, mucha gente de bien continuará buscando su sabiduría, su visión y su guía para poder hacer frente a esta crisis. Se puede considerar este momento actual en términos positivos, como un llamamiento para ejercitar la dimensión profética de nuestro ministerio episcopal al hablar con humildad pero con insistencia, en defensa de la verdad moral, ofreciendo una palabra de esperanza, capaz de abrir los corazones y las mentes a la verdad que nos hace libres.

Al mismo tiempo, la seriedad de los desafíos que la Iglesia en América, bajo vuestro liderazgo, está llamada a afrontar en un futuro cercano no debe ser menospreciada. Los obstáculos a la fe y a la práctica cristiana, planteados por una sociedad secularizada, también afectan a las vidas de los creyentes, llevándolos a veces a “la deserción silenciosa” de la Iglesia que se me presentó durante mi Visita Pastoral. Inmersos en esta cultura, los creyentes son acosados diariamente por las objeciones, las preguntas capciosas y el cinismo de una sociedad que parece haber perdido sus raíces, en un mundo en el que el amor de Dios se ha enfriado en muchos corazones. La evangelización no es simplemente una tarea extra que se ha de asumir; nosotros mismos somos los primeros que necesitamos ser reevangelizados. Al igual que en todas las crisis espirituales, ya sea de comunidades o de individuos, sabemos que la respuesta definitiva nace de una búsqueda, crítica y autoevaluación permanente, así como de la conversión a la luz de la verdad de Cristo. Sólo a través de una renovación interior seremos capaces de discernir y de satisfacer las necesidades espirituales de nuestra época con la verdad inmarcesible del Evangelio.

Aquí no puedo dejar de expresar mi aprecio por el progreso real que los obispos americanos han realizado, individualmente y como conferencia, respondiendo a estos temas y trabajando unidos en la articulación de una visión pastoral común. Los frutos que se pueden ver, por ejemplo, en vuestros recientes documentos sobre la ciudadanía responsable y la institución del matrimonio. La importancia de estas expresiones de autoridad de vuestra preocupación compartida por la autenticidad de la vida y testimonio de la Iglesia deberían ser evidentes para todos.

En estos días, la Iglesia en los Estados Unidos está implementando la traducción revisada del Misal Romano. Estoy agradecido por vuestros esfuerzos para asegurar que esta nueva traducción inspire una catequesis continua que enfatice la verdadera naturaleza de la liturgia y, sobre todo, el valor único del sacrificio salvífico de Cristo para redimir al mundo. Un sentido debilitado del significado e importancia del culto cristianos solo puede conducir a un sentido debilitado de la vocación específica y esencial de la vocación de los laicos a impregnar el orden temporal con el espíritu del Evangelio. América tiene una orgullosa tradición de respeto por el sabbath; este legado necesita ser consolidado como un llamamiento al servicio del Reino de Dios y una renovación del tejido social de acuerdo con esta verdad inmutable.

Al final, sin embargo, la renovación del testimonio del Evangelio de la Iglesia en vuestro país, se basa fundamentalmente en la recuperación de una visión compartida, y del sentido de misión de toda la comunidad católica. Sé que esta preocupación está cercana a vuestros corazones, así como se refleja en vuestros esfuerzos por alentar la comunicación, el diálogo y el testimonio consistente a todos los niveles de la vida de vuestras iglesias locales. Pienso, en particular, en la importancia de las universidades católicas y en los signos de un renovado sentido de su misión eclesial, como atestiguan los debates que caracterizaron el décimo aniversario de la constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae, y de iniciativas de este tipo, como el simposio celebrado recientemente en la Universidad Católica de América sobre las tareas intelectuales de la nueva evangelización.

La gente joven tiene el derecho de oír claramente el magisterio de la Iglesia y, más importante, ser inspirados por la coherencia y la belleza del mensaje cristiano, para que, a su vez, puedan inculcar a sus compañeros un profundo amor por Cristo y por su Iglesia.

Queridos hermanos obispos, soy consciente de las muchas presiones y de los aparentemente insolubles problemas de esta época que afrontáis diariamente en el ejercicio de vuestro ministerio. Con la confianza nacida de la fe y con gran afecto, quiero ofreceros estas palabras de ánimo y gustosamente os encomiendo a vosotros, a todos el clero, religiosos y fieles laicos de vuestras diócesis a la intercesión de María Inmaculada, patrona de Estados Unidos. A todos vosotros os imparto mi bendición apostólica como prenda de sabiduría, fuerza y de paz en el Señor.

[Traducción del original inglés por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]