ROMA, lunes 16 enero 2012 (ZENIT.org).- La reconstrucción avanza lentamente en Haití, tras el terremoto de enero de 2010. Reproducimos un artículo de la edición italiana de ZENIT escrito por el padre Piero Gheddo, dedicado muchos años a la prensa misionera. Fue uno de los fundadores de la Editorial Misionera Italiana en 1955 y de la organización no gubernamental de desarrollo Mani Tese, en 1963. El padre Gheddo en su artículo habla de lo que han hecho los católicos y las ONG italianas en Haití. Otro tanto se podría decir de las numerosas iniciativas de ayuda católicas y del voluntariado mundial que siguen en Haití ofreciendo su apoyo de modo desinteresado.
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Padre Piero Gheddo
Hace dos años, el 12 de enero de 2010, Haití fue devastado por un terremoto catastrófico. Para el Instituto Italiano de Vulcanología fue mucho mayor que el registrado en 2009 en la región de Abruzzo. La capital, Puerto Príncipe, fue casi arrasada, en un caos de escombros y lodo, en que se destruyó también el Palacio de Gobierno, el Parlamento, la sede de la ONU, el hospital principal, entre otros. Los muertos llegaron a 250.000, y otros murieron después por el cólera, que aún hoy sigue infectando a varias decenas de haitianos semanalmente.
El presupuesto final ni siquiera se ha terminado y en las carreteras de las afueras de la ciudad están todavía los escombros del terremoto. Las ayudas y el auxilio fueron inmediatos y abundantes: el diario italiano Corriere della Sera dijo el 12 de enero de 2010: «El mundo entero, sacudido por las terribles imágenes de esos días –entre sms y donativos–, había recaudado trece mil millones de dólares, con una velocidad que hizo decir entonces a Bill Clinton: ‘Esta terrible tragedia marcará el renacimiento de Haití'».
De hecho, la reconstrucción, por mil razones, es lenta. El nuncio apostólico, monseñor Bernardito Auza, quien narró al mundo el terremoto de 2010, antes de la llegada de los periodistas y medios de comunicación, declaró este 15 de enero a la agencia Fides: «Diré que recuperarse de un desastre natural es siempre difícil, y aún más difícil es la reconstrucción posterior a un gran desastre como el terremoto en Haití del 12 de enero de 2010. Añadiría que la reconstrucción en Haití ha sido y es particularmente difícil y costosa, porque todo es importado, incluso la arena».
La «Comisión Internacional para la Reconstrucción de Haití», presidida por el expresidente estadounidense Bill Clinton y el exprimer ministro de Haití Jean-Max Bellerive, terminó su mandato en octubre de 2011. Los comentaristas dicen que ha servido principalmente para distribuir los contratos para la reconstrucción, entre las empresas de los países que enviaron ayuda; sin embargo estudiaba la situación y orientaba los esfuerzos en distribuir la ayuda. Hoy ya no existe ninguna estructura similar, de modo que hay el riesgo de que las ayudas prometidas y programadas no lleguen ya a este devastado país. El Parlamento debe renovar la Comisión, pero no lo ha decidido aún: los problemas sobre quién maneja los fondos y quién los contratos, están actualmente en discusión.
Sin embargo, alrededor de 600.000 habitantes de la capital y sus alrededores (cerca de dos millones) todavía viven en carpas o tiendas de campaña. Incluso los seminaristas de los dos seminarios mayores de la isla –filosófico y teológico–, en espera de que los seminarios se reconstruyan, están instalados en forma precaria. Los graves problemas de Haití, que existían antes del terremoto, siguen hasta ahora. Por ejemplo, la asistencia sanitaria, que en tiempos de la emergencia después del terremoto fue gratuita para todos, ahora se tiene que volver a pagar en las estructuras públicas; los niños no asisten a la escuela, o van si la familia puede pagar: las escuelas públicas obligatorias son sólo cerca del 10% del total, y el 90% son escuelas privadas en las que hay que pagar.
Las noticias positivas provienen de las numerosas ONG presentes en Haití, son muchos los voluntarios comprometidos en Haití.
Pablo Beccegatto, responsable de la oficina pastoral de la Conferencia episcopal italiana en el ámbito internacional, dijo sobre Haití: «La situación ha mejorado gracias al nuevo gobierno y al desbloqueo de los mecanismos que estaban atascados por un año y medio. Casi dos tercios de los sin techo han salido de los campamentos, en parte regresando a las zonas rurales de las que provenían, y en parte pasando de las tiendas ya desgastadas a soluciones de vivienda más dignas.
El arzobispo de Puerto Príncipe, monseñor Guire Poulard, publicó un hermoso mensaje de aliento a todos, invitando a recordar a los muertos y alentando a los haitianos a tomar el control de la situación, diciendo que «la reconstrucción tendrá que ser haitiana, o no habrá reconstrucción». La Iglesia local tiene decenas de proyectos de reconstrucción, pero las etapas de preparación técnica son largas y difíciles, hay proyectos que están casi listos, pero que no se consideran como una prioridad, mientras que para aquellas prioridades no se han concluido las fases preparatorias. La Iglesia, dice el arzobispo, no se desanima, y continúa trabajando a favor de los más pequeños y de los más pobres.
Cuando leo noticias o informes de este tipo, me emociono porque yo estaba en Haití en 1992, y mi alma se dirige hacia Dios en oración, pero luego me pregunto qué cosa puedo hacer yo, que vivo a ocho mil kilómetros de distancia, por aquellos hermanos y hermanas, además de la oración. No puedo ser sólo un espectador, como en una película de terror, sino que debo involucrarme espiritualmente y con ayuda material en la tragedia de esas personas que no conozco, pero que son mis hermanos y hermanas, porque son hijos e hijas de nuestro Padre que está en los cielos.
Como católico, nada que pasa en el mundo me es extraño. La tragedia de Haití me hace ver de modo provocador que la sociedad en que vivimos no funciona, y que todos estamos comprometidos con el cambio. El Reino de Dios no es de esta tierra, pero es posible, con la buena voluntad de todos, llevar a la humanidad hacia aquella meta de justicia, de paz y de verdadera fraternidad.