ROMA, viernes 21 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos el discurso que el Papa pronunció este miércoles al inaugurar el centro de acogida para peregrinos australianos Domus Australia de Roma.
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Eminencia, queridos hermanos obispos, Excelencias, distinguidos invitados, señoras y señores,
estoy muy contento de estar con vosotros durante estas celebraciones que marcan la apertura de la Domus Australia, el Centro de acogida para peregrinos australianos en Roma. En esta ocasión, recuerdo con especial gratitud la afectuosa hospitalidad que se me dedicó cuando visité el país para la Jornada Mundial de la Juventud de 2008 y que ahora tengo la oportunidad de devolver, acogiéndoos en Roma. Agradezco al cardenal Pell haberme invitado a unirme a vosotros esta noche y por sus corteses palabras.
Agradezco también al coro de la catedral de Saint Mary por los cantos de alabanza elevados a Dios. Además de saludar a mis hermanos obispos, que están aquí por su visita ad limina, deseo saludar a Su Excelencia Timothy Fischer, embajador de Australia ante la Santa Sede, y a los demás embajadores presentes.
Estoy contento de saludar al Rector de la Domus, el padre Anthony Denton, al señor Gabriel Griffa y a todo su equipo. Estoy contento de saludar a los habitantes de Australia y de aprender del apoyo y de la asistencia a este proyecto de todas las personas que, junto a la nueva Embajada, han traído un trozo de Australia a la antigua ciudad de Roma. ¡Que la Domus sea bendecida por el paso de muchos peregrinos!
Hace casi un año, la primera santa australiana, Mary Mackillop, fue elevada a los honores de los altares y me uno a todos vosotros en la acción de gracias a Dios por las numerosas bendiciones que ya ha dado a la Iglesia en vuestro país gracias a su ejemplo. Rezo para que ella continúe inspirando a muchos australianos a seguir sus huellas conduciendo una vida de santidad al servicio de Dios y del prójimo.
El Señor ha enviado a sus apóstoles a todos el mundo, para anunciar el Evangelio a todas las criaturas (cfr. Mc 16, 15). El evento de esta tarde habla de un modo elocuente de los frutos de los esfuerzos misioneros, por medio de los que el Evangelio se ha difundido a las regiones más remotas del mundo, allí se ha arraigado y ha dado vida a una comunidad viva y próspera. Como todas las comunidades cristianas, la Iglesia en Australia es consciente de recorrer un camino cuya meta está más allá de nuestro mundo, como dijo San Pablo: “nosotros somos ciudadanos del cielo”(Fil 3, 20).
Transcurrimos nuestra existencia terrena en viaje hacia esta meta última, donde está “lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman”(1 Cor 2, 9). Aquí en la tierra, la larga peregrinación de la Iglesia en los lugares santos nos sirve para acordarnos que nos dirigimos hacia el Cielo. Llama nuestra atención su vocación a la santidad que nos lleva cada vez más cerca del Señor y nos refuerza con el alimento espiritual para nuestro viaje.
Muchas generaciones de peregrinos han recorrido este camino hacia Roma por todo el mundo cristiano, para venerar las tumbas de los santos Pedro y Pablo y profundizar de tal modo en su comunión con la única Iglesia de Cristo, fundada en los Apóstoles. Haciendo así, refuerzan las raíces de su fe y las raíces, como sabemos, son la fuente del alimento que da la vida. En este sentido, los peregrinos en Roma deben sentirse siempre en casa, y la Domus Australia desarrollará un papel importante en la creación de una casa para los peregrinos australianos en la ciudad de los Apóstoles. Sin embargo, las raíces son sólo una parte de la historia. Según una frase atribuida a un gran poeta de mi país, Johann Wolfgang von Goethe, hay dos cosas que los niños deberían recibir de sus propios padres: raíces y alas.
También de nuestra santa madre Iglesia recibimos tanto las raíces como las alas: la fe de los apóstoles, transmitida de generación en generación, y la gracia del Espíritu Santo, transmitida sobre todo a través de los Sacramentos de la Iglesia. Los peregrinos que han estado en esta ciudad vuelven a sus países renovados y reforzados en la fe y elevados por el Espíritu Santo en el viaje hacia adelante y hacia lo alto hasta su casa celeste.
Hoy rezo para que los peregrinos que pasan por esta casa vuelvan a sus propios hogares con una fe más firme, una esperanza más alegre y un amor más ardiente por el Señor, preparados para comprometerse con nuevo celo en la tarea de dar testimonio de Cristo en el mundo en el que viven y actúan. Ruego también para que su visita a la Sede de Pedro haga más profundo su amor por la Iglesia Universal y les una más íntimamente con el Sucesor de Pedro, encargado de alimentar y de reunir en un único rebaño del Señor desde todas las partes del mundo. Confiando a todos ellos y a todos vosotros a la intercesión de Nuestra Señora, Ayuda de los Cristianos y a la Santa Mary MacKillop, os imparto de todo corazón mi Bendición Apostólica como promesa de las alegrías que nos esperan en nuestra morada eterna.
[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]