ROMA, martes, 9 octubre 2007 (ZENIT.org).- Desde cuando era joven seminarista se preparó a descubrir y valorar los tesoros espirituales de la Rusia cristiana. La dictadura comunista le impidió durante decenios pisar la tierra rusa, pero el padre Romano Scalfi no se resignó. Construyó una red de resistencia cristiana, y ahora celebra 50 años fecundos de liturgia y belleza iconográfica.
El fundador de «Rusia Cristiana» relata a Zenit que, entre 1951 y 1956, estudió en Roma, en el Instituto Pontificio Oriental, recibiendo una profunda formación sobre Rusia y Europa del Este.
Su pasión por Rusia nació cuando era seminarista, participando en Trento en una liturgia bizantina, celebrada por algunos sacerdotes jesuitas del Colegio Russicum de Roma. En ese momento se enamoró de la liturgia oriental.
«Incluso el príncipe Vladimiro de Kiev se bautizó con su pueblo en 988 por esta atracción», subraya el padre Scalfi.
Narran las crónicas que el príncipe, buscando una religión, en sustitución del paganismo, mandó a sus embajadores a varios países para que examinaran sus cultos. Los enviados fueron también a los latinos y musulmanes. Ninguna de estas religiones les impresionó tan favorablemente como la celebración en la gran catedral bizantina de Santa Sofía de Constantinopla, hoy Estambul.
A su vuelta de Constantinopla, dijeron al príncipe: «Fuimos a los griegos y vimos dónde celebraban en honor de su Dios: no sabíamos si nos encontrábamos en el cielo o en la tierra, y todavía no podemos olvidar aquella Belleza… sólo sabemos esto: allí Dios convive con el hombre».
El fundador de «Rusia Cristiana» recuerda que «la Belleza, según los Padres de la Iglesia no es sólo estética, sino que lo Bello es una cualidad de Dios, y así hay que entender la frase de Dostoyevski: «La Belleza salverá al mundo».
Mientras se preparaba para ser misionero en Rusia, en 1957, el padre Scalfi fue a Milán, donde abrió el centro de estudios «Rusia Cristiana».
«Yo soñaba con ir a Rusia y en Milán me sentía aparcado en espera de la misión –dice a Zenit–. Pero «en espera de que se abrieran las puertas, Rusia creyó oportuno declararme persona ‘non grata’».
«Así, durante diecinueve años, me fue imposible pisar el suelo de Rusia. Me preguntaba: “¿Por qué el Señor me ha puesto en el corazón el deseo de ir a Rusia y luego me hace estas bromas”?».
«Al Señor le gusta jugar con nuestros planes y, sobre todo, le gusta cambiar las cartas de la mesa, pero, si somos fieles al núcleo de la vocación, el Señor realiza nuestros planes de modo infinitamente más grande del que podíamos imaginar», añade.
A pesar de la durísima represión comunista, el padre Scalfi siguió creyendo que en Rusia había focos de fe, y lo confirmó cuando llegó a Occidente el Samizdat, evento que el fundador de «Rusia Cristiana» señala como «uno de los más grandes milagros del siglo XX».
Samizdat es una palabra rusa que significa «autoeditado». Quiere decir que, tras decenios y decenios en los que toda la cultura, las editoriales, los medios de comunicación estaban en manos del Estado, las personas que querían comunicar algo importante empezaron a confiar sus mensajes, textos, poesías, cartas y novelas a canales alternativos.
¿Cómo hacían? Leían, por ejemplo, en la prensa de propaganda atea alguna cita de la Biblia o del Evangelio, escrita para refutarla. Las personas recortaban, pegaban, copiaban con papel de calco porque las fotocopiadoras no existían y de todos modos estaban prohibidas.
Luego enviaban textos a Occidente, casi ilegibles porque ya se trataba de la sexta o séptima copia. O copiaban cartas, testimonios, relatos. De este modo, llegaron inéditos a Occidente. Algunos relatos de Alexander Solyenitsin, transcritos como anónimos, relatos mínimos.
«Nosotros los traducíamos y publicábamos en nuestra revista “Rusia Cristiana”, relata el padre Scalfi y la prensa de izquierda nos acusó de habernos inventado el Samizdat, de haber escrito nosotros estos relatos, para poderlos publicar gracias a esta excusa. Ojalá hubiéramos sabido escribir como Solyenitsin», bromea el sacerdote.
«Por el Samizdat se podía acabar en un campo de concentración. Las personas eran encerradas normalmente en estos campos si se les encontraba en posesión de estos textos, o sorprendidas mientras los estaban leyendo, difundiendo o copiando», narra.
«Estos textos eran tan importantes para la gente que, a pesar de que corrían el riesgo de ser encerrados en la prisión o en campos de concentración, los difundían, y difundiéndolos, poco a poco llegaron también a Occidente. Entre los destinatarios, estaba también yo», recuerda.
Y así hacia fines de los años 50, cuando en todo Occidente se pensaba que en la Unión Soviética el cristianismo fuera ya sólo una reliquia del pasado, el padre Romano Scalfi tuvo la intuición de que en Rusia la fe cristiana no sólo existía todavía, sino que era un principio cultural y espiritual fundamental que había que despertar.
«Por esto –añade el padre Scalfi–, algunos amigos y yo, fuimos a la Unión Soviética en 1960 con dos coches y logramos “perdernos” de los guías rusos para visitar las aldeas y hablar con la gente del pueblo».
«En los años siguientes, fui varias veces a la Unión Soviética hasta que me detuvo uno que me dijo que ‘no era persona grata’ y así me quitaron el visado hasta la caída el muro de Berlín –recuerda–. De todos modos, no me di por vencido y, sin romper las relaciones de amistad, empecé a entrevistarme con estudiantes de ruso o personas que iban allí por trabajo».
Desde 1960, el padre Scalfi empezó a publicar la revista «Rusia Cristiana» que, entre mil dificultades, empezó a dar voz a los creyentes perseguidos en la URSS y a la defensa de los derechos religiosos y humanos. En los años 80, la revista cambió de nombre, ahora se llama «La Nueva Europa» y, desde 1991, se publica también en lengua rusa en Moscú.
El fin es dar a conocer en Occidente las riquezas de la tradición espiritual, cultural y litúrgica de la Ortodoxia rusa, favorecer el diálogo ecuménico sobre la base del contacto vivo entre diversas experiencias de Iglesia y contribuir a la reevangelización de Rusia.
El padre Scalfi reveló que, en 1993, para proseguir y ampliar las relaciones de amistad y colaboración nacidas en Rusia en 40 años de trabajo, «hemos creado en Moscú el Centro Cultural ‘Biblioteca del Espíritu’, que en colaboración con la Iglesia Católica local y algunas importantes instituciones de la Iglesia Ortodoxa Rusa, realiza un trabajo cultural, editorial y de distribución de libros».
La Biblioteca del Espíritu ha publicado recientemente en ruso la «Introducción al Cristianismo» de Joseph Ratzinger, con el prólogo del metropolita Kirill, presidente del Departamento para las Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú.
En mayo de 2003, con motivo del decenio de la «Biblioteca del Espíritu», un grupito de colaboradores participó en una audiencia de Juan Pablo II, y en aquella ocasión le donamos el ejemplar del libro un millón distribuido por el Centro.
Otra joya del trabajo de Rusia Cristiana es la Escuela Iconográfica de Seriate (www.russiacristiana.org/iconografia.htm), la primera surgida en Italia. En torno a la Escuela, se reúne una Fraternidad de iconógrafos, empeñados en el estudio y en la obra de «revivir» la tradición del icono en Occidente.
El padre Scalfi concluye recordando que «el iconógrafo es un artista que pone a disposición sus talentos para que la oración de toda la comunidad sea sostenida por la luz divina del icono, y por esto necesitan una seria formación espiritual y técnica».
La «Escuela de Seriate» organiza desde hace años varias muestras de iconos en
toda Italia y ha realizado con gran éxito una exposición de ochenta iconos, dedicados a los misterios del Rosario y a la Madre de Dios, actualmente expuesta en Venecia (http://www.exibart.com/profilo/eventiV2.asp/idelemento/45453).