CIUDAD DEL VATICANO, 3 febrero 2002 (ZENIT.org–Fides).- China se ha convertido en una de las principales preocupaciones misioneras de Juan Pablo II. Así lo pudieron constatar los obispos de Taiwán, que realizaron su quinquenal visita «ad limina» del 21 al 31 de enero al obispo de Roma y la Santa Sede.
El cardenal Paul Shan Kuo-hsi, obispo de Kaohsiung, en esta entrevista concedida a Fides revela detalles de sus citas con el pontífice.
–¿Cuál es el balance de la visita «ad limina» de los Obispos de Taiwán?
–Cardenal Paul Shan Kuo-hsi: Hemos pasado cerca de diez días en Roma y nos hemos encontrado con el Papa tres veces. Cada obispo tuvo un coloquio personal con él. El Papa se interesa mucho por nuestra labor misionera en nuestras diócesis y por las relaciones entre la Iglesia de Taiwán y la Iglesia de China. En 1984 el Santo Padre confirió una misión especial a los obispos de Taiwán: la de ser un puente entre la Iglesia de China y la Iglesia universal. El Papa nos sostiene mucho en esta misión, que es fundamental.
–¿Cómo ejercen su labor de Iglesia-puente?
–Cardenal Paul Shan Kuo-hsi: Con medios muy humildes, tratamos de hacerlo lo mejor que podemos: en primer lugar, rezamos por la Iglesia en China; y luego ayudamos a la Iglesia de China, sobre todo en la reconciliación entre católicos «subterráneos» y «oficiales». Si comparamos el presente con el año 1984, después de 18 años, hoy hay muchos más contactos entre cristianos de Taiwán y cristianos de China.
Hemos publicado conjuntamente los libros litúrgicos; los documentos de la Iglesia –traducidos en Taiwán– se usan en China. Pero, sobre todo, impulsamos la reconciliación: ambas ramas de la Iglesia han sufrido persecución y comparten la misma fe.
La mayor parte de los fieles de la Iglesia oficial reconoce al Papa como guía y maestro de la fe universal. Y también ellos sufren por los controles del gobierno. Cuando haya plena libertad religiosa, las dos ramas de la Iglesia mostrarán estar profundamente unidas.
–En estos últimos años hubo muchos ofrecimientos de apertura de parte del Vaticano hacia China. También el Papa ha expresado su grandísimo amor al pueblo chino…
–Cardenal Paul Shan Kuo-hsi: La Iglesia es sincera y quiere promover el diálogo y relaciones con Pekín, pero, hasta ahora, no veo ninguna reacción o señal positiva de parte de China. Las relaciones entre la Santa Sede y China parecen no existir entre las prioridades de la «agenda» china. Hacia finales de este año tendrá lugar el Congreso del Partido Comunista, en el que cambiarán sus líderes. Los líderes actuales se preocupan sobre todo de esa cita. Los futuros líderes no han emergido aún y tienen miedo de expresarse para no desencadenar una guerra de poder. Temo que tendremos que esperar todavía dos o tres años antes de ver alguna señal. Es necesario que se formen los nuevos líderes y se consolide su poder.
–Pero, ¿qué gana Pekín con las relaciones con el Vaticano, con la plena libertad religiosa de su pueblo?
–Cardenal Paul Shan Kuo-hsi: China está desempeñando un papel importante en el mundo desde el punto de vista político y económico. Si establece relaciones diplomáticas con la Santa Sede y garantiza plena libertad religiosa, su prestigio internacional aumentará de modo superlativo. Será verdaderamente una potencia internacional llena de prestigio, que practica la democracia y el respeto. En ese momento, la gente del mundo podría estimar fiarse más de China.
–¿Qué nos puede decir sobre la misión de la Iglesia en Taiwán?
–Cardenal Paul Shan Kuo-hsi: Vemos nuestra misión de modo muy claro: Debemos ayudar a la sociedad Taiwánesa a descubrir los valores espirituales. Taiwán es actualmente una sociedad materialista. La gente busca sólo lo material. La Iglesia debe proponer los valores espirituales. Y, ante todo, debemos consolidar los valores de la familia. La cultura china da mucha importancia a la familia: es el centro para la educación de los hijos y la base para la estabilidad de la sociedad. Desgraciadamente, en nuestro tiempo hay en Taiwán muchos divorcios y muchas familias divididas. Es urgente una pastoral que sostenga a las familias católicas, para que estén llenas de fe, esperanza y amor, de modo que ellas mismas sean signos de evangelización para las familias no cristianas. Para ello queremos hacer participar mucho más a los laicos y a los religiosos en la evangelización, junto a las parroquias, para que sean verdaderas comunidades-familia. El problema de las familias divididas es dramático también en China.