Predicador del Papa: ¿Por qué comulgar frecuentemente?

Segunda predicación de Cuaresma a la Casa Pontificia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 4 marzo 2005 (ZENIT.org).- Cristo está en nosotros y nosotros en Él, un efecto eucarístico –«quien come el cuerpo y bebe la sangre de Cristo se encuentra unido y mezclado con Él»– que lleva a una urgente exhortación a la comunión frecuente, recordó este viernes en su reflexión el predicador de la Casa Pontificia.

Juan Pablo II, ingresado por octavo día en el Policlínico Gemelli de Roma, se vio obligado a faltar a esta meditación, otra de las que cada año, durante cuatro viernes de Cuaresma, le ayudan junto a sus colaboradores a prepararse para la Pascua.

Cardenales, arzobispos, obispos, prelados de la familia pontificia, de la Curia romana y del Vicariato de Roma, superiores generales o procuradores de órdenes religiosas parte de la capilla pontificia, fueron invitados a la Capilla «Redemtoris Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano, donde en el marco del Año de la Eucaristía convocado por el Santo Padre, el padre Raniero Cantalamessa OFMcap abordó la segunda de sus predicaciones cuaresmales, una continuación de la reflexión del himno eucarístico «Adoro te devote» que propuso en Adviento (Cf. Zenit 3, 10 y 17 de diciembre de 2004) y que reanudó el viernes pasado (Cf. Zenit, 25 marzo 2005).

En la quinta estrofa –teológicamente «la más densa de todo el himno»–«¡Memorial de la muerte del Señor! / Pan vivo que das vida al hombre: / concede a mi alma que de Ti viva / y que siempre saboree tu dulzura»— se resume la visión eucarística paulina –«memorial de la muerte del Señor» (Cf. 1Co 11,24; Lc 22,19)– y joánica –la Eucaristía como «pan vivo» (Cf. Jn 6,30 ss)–, aclara a Zenit el padre Cantalamessa haciendo una síntesis de su predicación.

De tal forma que la Eucaristía es «presencia de la encarnación y memorial de la Pascua», puntualiza.

«La perspectiva paulina acentúa la idea de sacrificio y de inmolación, haciendo de la Eucaristía el anuncio de la muerte del Señor y el cumplimiento de la Pascua –explica–: “Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor” (1Co 11,26) y “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1Co 5,7)».

Mientras que, siguiendo al predicador del Papa, «la perspectiva joánica acentúa la idea de la Eucaristía como banquete y como comunión: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55)».

«Una explica la Eucaristía a partir del misterio pascual, otra a partir de la encarnación; si de hecho la carne de Cristo da la vida al mundo es porque “el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14) –prosigue el padre Cantalamessa–. Están reconciliadas entre sí las dos dimensiones de la Eucaristía como sacrificio y como sacramento, no siempre fáciles de tener juntas».

Las dos visiones de la Eucaristía, la paulina –«centrada en el misterio pascual»– y la joánica –«centrada en la encarnación del Verbo»–, «dieron lugar desde la antigüedad a dos teologías y dos espiritualidades eucarísticas distintas y complementarias: la alejandrina y la antioquena», recuerda.

«La visión alejandrina de la Eucaristía –continúa el predicador de la Casa Pontificia– está estrechamente ligada a un cierto modo de entender al encarnación y es como su corolario: “Y el Verbo se hizo carne: no dijo que se ha hecho en la carne, sino, repetidamente, que se ha hecho carne, para demostrar su unión… Así que quien come la santa carne de Cristo tiene la vida eterna: la carne tiene, de hecho, en sí misma el Verbo, que es Vida por naturaleza”».

«Todo aquí asume un carácter extremadamente concreto y realista –constata el padre Cantalamessa–. Quien come el cuerpo y bebe la sangre de Cristo viene a hallarse “unido y mezclado en Él, como cera unida a cera”. Como la levadura hace fermentar toda la masa, así una pequeña porción de pan eucarístico llena todo nuestro cuerpo de la energía divina. Él está en nosotros y nosotros en Él, como la levadura en la masa y la masa en la levadura. Gracias a la Eucaristía nos hacemos “corpóreos” de Cristo».

«La consecuencia práctica de todo ello es una urgente exhortación a la comunión frecuente», alerta el predicador del Papa.

De la visión joánica podemos valorar «otros elementos que mientras tanto se han hecho de gran actualidad» –propone–, como «la insistencia sobre el servicio que impulsa al evangelista Juan a situar el lavatorio de los pies donde los sinópticos ponen la institución de la Cena», o resaltar «el papel del Padre en la Eucaristía»: «“No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”, dice Jesús a los judíos (Jn 6,32)».

En la perspectiva antioquena la Eucaristía es presentada «en su aspecto de sacrificio»; es vista «como memorial de un evento, la muerte y resurrección de Cristo». «Todo está centrado en el misterio pascual», apunta.

«Nosotros podemos hoy completar y actualizar también esta segunda visión patrística de la Eucaristía a la luz de la doctrina del cuerpo místico y del sacerdocio universal de todos los bautizados», invita el padre Cantalamessa.

«La doctrina del cuerpo místico –recuerda– nos asegura que, en la Misa, la Iglesia no es sólo la que ofrece el sacrificio, sino también la que se ofrece en sacrificio junto a su cabeza»; «a su vez, la verdad del sacerdocio universal permite extender esta participación a todos los fieles, no sólo a los sacerdotes».

Finalmente, «tan sencilla como profunda», la conclusión orante de esta estrofa –«concede a mi alma que de Ti viva»– encierra por su parte un «valor causal y final», tanto de «proveniencia como de destino», observa el padre Cantalamessa.

«Significa –dice– que quien come el cuerpo de Cristo vive “desde” Él, esto es, a causa de Él, en fuerza de la vida que proviene de Él», pero también vive «en vista de Él, por su gloria, su amor y su Reino».

Mientras que el último verso nos hace pedir «saborear la dulzura» de Cristo. Y es que «la Eucaristía ha sido siempre uno de los lugares privilegiados de la experiencia mística», reconoce el padre Cantalamessa.

«El texto que mejor resume» «esta dulzura de la Eucaristía es la antífona al Magnificat de las Vísperas de la fiesta del Corpus Domini: “O qual suavis est Dominus espiritus tuus”: “¡Qué bueno es, Señor, tu espíritu! Para demostrar a tus hijos tu ternura, les has dado un pan delicioso bajado del cielo, que colma de bienes a los hambrientos y deja vacíos a los ricos hastiados”», concluye.

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ZENIT Staff

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