CIUDAD DEL VATICANO, 2 julio 2003 (ZENIT.org).- Dios no es un ser indiferente o lejano, por lo que «no estamos abandonados a nosotros mismos», constató este miércoles Juan Pablo II al comentar el Salmo 145.
Al encontrarse con varios miles de peregrinos congregados en el Aula Pablo VI del Vaticano, el pontífice reconoció que esta verdad, uno de los mensajes centrales del Antiguo y del Nuevo Testamento, constituye el motivo más profundo de consuelo para el creyente.
«Las vicisitudes de nuestros días no están dominadas por el caos o el hado, los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido y meta», recalcó.
Siguiendo el Salmo, el obispo de Roma recordó que «Dios es el creador del cielo y de la tierra, es el custodio fiel del pacto que lo une a su pueblo, es el que hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos y libera a los cautivos».
«Abre los ojos a los ciegos, levanta a los caídos, ama a los justos, protege al extranjero, sustenta al huérfano y a la viuda –añadió–. Trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y sobre todos los tiempos».
El lenguaje del Salmo, aclaró, quiere dar a entender que «el Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que queda involucrado en su historia, luchando por la justicia, poniéndose de parte de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices».
Ante Dios el hombre tiene dos posibles opciones opuestas: «confiar en los potentes, adoptando sus mismos criterios inspirados en la malicia, en el egoísmo, y en el orgullo» o confiar en Dios «eterno y fiel»
El primero es «un camino resbaladizo y que conduce al fracaso», aseguró. El segundo, consiste en anclar la vida «en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su potencia infinita».
Esta segunda opción «significa sobre todo compartir sus opciones [de Dios]», «vivir en la adhesión a la voluntad divina».
Es decir, ilustró Juan Pablo II, «ofrecer el pan a los hambrientos, visitar a los prisioneros, apoyar y consolar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y míseros».
«En la práctica –concluyó–, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas: decidirse por esa propuesta de amor que nos salva ya en esta vida y que después será objeto de nuestro examen en el juicio final, que sellará la historia».
«Entonces seremos juzgados por la opción de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo, en el encarcelado», pues como dijo Jesús: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».
La intervención del Papa continúa con la serie de meditaciones sobre los salmos y cánticos del Antiguo Testamento, que constituyen motivo diario para la oración de los cristianos. Pueden consultarse en la sección «Audiencia del miércoles» de la página web de Zenit (http://www.zenit.org).