El coraje de ser católico en México

Entrevista con Jaime Septién, director de «El observador»

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CIUDAD DE MÉXICO, 3 noviembre 2002 (ZENIT.org).- México es, numéricamente, el segundo país más católico del mundo y, sin embargo, en su Constitución y vida pública es uno de los más laicistas del mundo. Es el país del cariño por la Virgen de Guadalupe, pero tiene uno de los sistemas escolares que en estos momentos más marginan a la religión.

Para tratar de comprender estas aparentes contradicciones, Zenit ha entrevistado a Jaime Septién, director del semanario «El observador» (http://www.elobservadorenlinea.com), una de las publicaciones periodísticas católicas más recientes y dinámicas del país.

–Hasta hace pocos años un sacerdote no podía llevar un distintivo que le identificara como sacerdote en su manera de vestir y todavía hoy las manifestaciones de fe de un político suscitan escándalo. ¿Cómo se explica una contradicción tan grande?

–Jaime Septién: La verdad es que México es el país de las contradicciones. De los disparates: casi la mitad de la población es miserable, pero tenemos metidos a 10 ó 12 magnates entre los 500 más ricos del mundo. La gente aquí suele decir que si Kafka hubiera sido mexicano, su literatura sería de corte costumbrista… Ahora bien, en efecto, hay 88 por ciento de la población mayor de 5 años de edad que se dice católica. En el Bajío están las regiones más católicas del planeta, con niveles de 96, 97 y hasta 98 por ciento de población católica. Pero el problema de las contradicciones no es de principios, el problema es la historia; los sucesos históricos se ideologizaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pasando del recelo del gobierno con la Iglesia (y viceversa) hasta la agresión salvaje contra «la Cristiada» (1926-1929). De las Leyes de Reforma en el XIX a la Constitución de 1917, hubo una multitud de revoluciones, asonadas, enfrentamientos civiles y militares, En medio quedó la Iglesia. Lo que hace la Constitución de 1917 es legitimar el desconocimiento de la Iglesia, reducirla al ámbito de la sacristía, sacarla por completo de todas las dimensiones de la esfera pública. Desde entonces, hemos vivido en el régimen de «la única doctrina posible». Y esta coincidía punto por punto –cosa curiosa– con la doctrina del Partido Revolucionario Institucional (PRI)… Cierto que a partir de la presidencia de Vicente Fox, algunas cosas comienzan a cambiar. El otro día, por ejemplo, el secretario de Gobernación, Santiago Creel, festinaba la apertura actual del gobierno de Fox con una frase de humorismo involuntario, pero preciosa para dar a conocer tanto la buena voluntad como la ignorancia en materia de libertad religiosa que poseen las nuevas autoridades mexicanas. Decía Creel que las cosas han cambiado tanto en México que ahora los obispos ya pueden, incluso, acudir a actos públicos «vistiendo sus trajes típicos».

–¿Es posible ser católico y ser político en México? Si eres católico, ¿acabas excluido de la política?

–Jaime Septién: Excluido no, nada más marginado. Acaso sea lo mismo, pero en la matemática política mexicana, nunca dos más dos suman cuatro. Pueden sumar cuatrocientos o seis, depende. Lo que quiero decir es que no hay prohibición expresa en ninguna parte. Todos los presidentes han sido, más o menos católicos (menos López Portillo, que era hegeliano). Pero ninguno lo dijo hasta Fox. Por eso el tremendo escándalo entre la clase política del PRI y el Partido de la Revolución Democrática (PRD). La consigna es que se puede ser católico, pero no se puede decirlo. Si lo dice, pasa a ser sospechoso, «revive fantasmas del pasado» (como de 150 años) y «ha de querer volver al régimen de fueros» para la Iglesia, con los curas ocupando la Cámara de Diputados (cosa que jamás sucedió). Al político se le permite ir a misa, pero en privado y no como político sino como persona. Puede ir el domingo (porque se supone que la investidura también descansa) y a escondidas. No vaya a ser que testimonie su fe. Por supuesto que se mutilan sus derechos. Pero en México hemos aprendido a vivir en la simulación. Es cierto: México también es el país de la simulación, del «yo hago como que no soy, pero soy». A los europeos les cuesta un trabajo brutal entendernos. Acaban por encogerse de hombros y echarle la culpa al mestizaje, a Cortés, a La Malinche o al Popocatéptl. Por lo demás, sí es posible ser católico y político en México. Lo que pasa que se requiere luchar contra la corriente de manera muy especial. Porque aquí la corriente no es algo que se te opone con rostro, con normas, con algo concreto. Es algo amorfo, escurridizo, una especie de «priísmo» psicológico que te dice: «puedes ser católico hasta cierto punto, más allá, estás agrediendo la Constitución» y bla, bla, bla. Lo cual es una contradicción. Porque el catolicismo exige difusión, presencia pública.

–¿De dónde surge esta dicotomía?

–Jaime Septién: De varias fuentes. La primera, del miedo. Y es que durante, por lo menos, dos décadas (de 1920 a 1940), decirse católico en México podía llevarlo a uno al paredón o a la cárcel. Hubo gobernadores, como Garrido Canabal en Tabasco, que pasaban por las armas a los sacerdotes que no cumplieran las reglas impuestas por él. Una de ellas era la de que el sacerdote estuviera casado… Otra fuente es la invisibilidad de la que «gozamos» en México los católicos desde la Independencia (1810) y más concretamente desde los tiempos de Juárez, a mediados del siglo XIX. Juárez veía a la Iglesia como el escollo más grande para la emancipación del país. La quiso «purificar» para que cumpliera su misión espiritual y se alejara del poder terrenal. Y tanto la «purificó» que la hizo invisible. Reducidos a la sacristía; separados de la vida y la fe, los católicos mexicanos tuvieron como refugio el ámbito privado. Una fuente más es la indiferencia y otra el más puro cinismo. Los políticos estilo el que fuera líder del sindicato oficial de los trabajadores, Fidel Velázquez, se la pasaban despotricando. lenguas afuera, contra los curas y los católicos, pero al bautizo de su nietecita no podía faltarle el sacerdote, y a su muerte, la cruz encima del féretro… Yo mismo he entrevistado a políticos que me han dicho, sin que les pasara nada en la cara, que ellos son católicos pero procuran no mezclar al catolicismo con su vida pública.

–Los medios de comunicación no son tiernos con la Iglesia en México. Los «escándalos» que dicen denunciar ¿son reales o montados?

–Jaime Septién: México posee los medios más chabacanos del mundo. Para la mayoría, si algo vende, se publica. Si lo publicado no es verdad, ni modo. Un ejemplo: el Vaticano hace recomendaciones al texto de los obispos estadounidenses sobre la pederastia en la Iglesia; y en lugar de consignar este hecho intraeclesial, que, por otro lado, remitía a las leyes universales de la Iglesia y a los derechos fundamentales de toda persona, el diario de mayor circulación intitula su nota diciendo que el Papa se opone al castigo de los curas pederastas de Estados Unidos. A la Iglesia le achacan todo lo achacable y lo que no es achacable, también. Por ejemplo, el guionista de «Los crímenes del Padre Amaro» es un escritor católico, Vicente Leñero. Pues bien, Leñero se mostró dolido de la reacción de la Iglesia y de los católicos por la película, que era una auténtica bofetada al rostro de la Iglesia mexicana. Y los periódicos le echaron en cara a la Iglesia ¡el dolor de Leñero! Por lo demás, debo agregar que la Iglesia mexicana no se ha distinguido, precisamente, por su política de comunicación social. Cierto que tiene vedado (aún) la posesión de medios electrónicos, pero a los impresos les da muy poca importancia, se conforma con hojas parroquiales
que no están mal, pero tampoco crean opinión en nadie.

–¿Quiénes son los enemigos de la Iglesia en México?

–Jaime Septién: Enemigos, enemigos, los masones, que son como cincuenta, pero hacen un ruido excepcional, y están metidos en el poder político y en el judicial desde hace los menos siglo y medio. Pero los mayores enemigos la Iglesia los tiene en casa. Me refiero a la multitud de católicos vergonzantes que hay en México. Católicos riquísimos, cuyo compromiso social es ridículo. También entre los pobres. Yo llegué a leer un letrero en una obra en construcción que decía: «Se solicitan albañiles protestantes». La explicación es que los albañiles católicos faltan los lunes, llegan tarde, hacen como que trabajan…

–Entonces, ¿ha fallado la Iglesia católica en la formación de sus fieles en la doctrina social? ¿Puede cambiar esta situación?

–Jaime Septién: El problema grave está en la educación. En México hay de dos sopas. Si quieres que tus hijos tengan educación religiosa, deberás mandarlos a escuelas privadas. Y como las escuelas privadas no existen para el gobierno (otra vez: son invisibles, aunque los políticos tengan ahí a sus hijos), como no reciben subsidio ninguno, son carísimas. La segunda sopa es la destartalada aunque extensa red de educación oficial, donde no se paga nada por el alumno, pero tampoco se permite la mención de la religión, ni de la moral, ni de nada que suene a cristianismo. Entonces qué pasa: que los egresados de escuelas privadas viven en un planeta con Dios, pero sin compromiso público, sin la capacidad real de transformación del cristiano; y los egresados de la escuela pública viven en otro planeta, sin Dios y con todas las carencias de la pobreza moral. El choque está servido. La brecha es inconmensurable. «Estridente», dijo el Santo Padre, refiriéndose a la distancia entre los dos Méxicos. Apenas en la reciente visita del arzobispo Jean-Luis Tauran, secretario vaticano para las Relaciones con los Estados, los obispos mexicanos, como el obispo de Querétaro, monseñor Mario De Gasperín, empezaron a hablar del hecho paritario entre escuela pública y privada. Pero nadie en el gobierno –no obstante la promesa concreta de Fox en su campaña– se ha atrevido a tocar este tabú de la Revolución (1910-1917) de que la educación en México es «laica, gratuita y obligatoria». La situación cambiaría si se acepta reconciliar estos dos planetas. Francamente, lo veo muy lejos todavía.

–¿Hay libertad religiosa plena en México?

–Jaime Septién: Si le preguntas a un diputado te va a decir que sí, que aquí no cuelgan a nadie por profesar un credo. Y es cierto, no te cuelgan pero sí te mutilan tus derechos. Porque la libertad religiosa no es nada más el respeto a tus creencias por parte del Estado. Como todo derecho, debe ser auspiciado, protegido y garantizado por el Estado. En México se ha confundido laicismo con neutralidad.

–México sufrió una de las persecuciones religiosas más sangrientas del siglo XX. Sin embargo, parece la más olvidada de todas. ¿Por qué? ¿Se ha perdido la sangre de esos hombres y mujeres que dieron la vida por Cristo Rey? ¿Se pueden ver los frutos de su sacrificio?

–Jaime Septién: En efecto, la persecución de Plutarco Elías Calles y después de Lázaro Cárdenas no tiene parangón. Fue brutal, despiadada. Contra el pueblo llano. Y perdieron la guerra. Lo que pasó es que hubo arreglos para detener la masacre. Arreglos que fueron tomados como victoria por la parte oficial. Y la historia la hace el que «gana» la guerra. Ni siquiera tenemos cifras consistentes de cuántos hombres y mujeres, niños, jóvenes, ancianos, murieron gritando «¡Viva Cristo Rey!». Algunos hablan de 250 mil. ¡Son 250 mil mártires! Pero nos los «desaparecieron» del mapa. Aunque su sangre fue germen de democracia. En mayo de 2000, a un mes de las elecciones en que cayó el PRI, el Santo Padre canonizó a Cristóbal Magallanes y 24 compañeros mártires. Todos asesinados durante «la Cristiada». Nadie me sacará de la cabeza que su primer milagro público, como santos, lo hicieron para que la transición política no fuera a balazos. Los mártires cristeros no peleaban para poner en el poder a nadie. Querían un país que respetara su adoración a Cristo Rey, su veneración profunda a la Virgen de Guadalupe; un país, decían, donde los niños pudieran crecer con el santo nombre de Dios en la palabra y en el corazón. Apenas comienza a verse su obra.

–México vive una fe vital, viva, espontánea. ¿Cuál es la aportación de vida que ofrece México a la Iglesia universal en estos momentos?

–Jaime Septién: Contra el intelectualismo religioso de muchos países europeos, la fe viva del campesino, del obrero, del ama de casa, del indígena mexicano puede ser refrescante. Las formas de la religiosidad popular en México son infinitas. No todas ellas edificantes, pero hay una ingenuidad, un poso de ingenuidad, verdaderamente ardoroso. En el indígena, por ejemplo, es algo así como el olor de la religión católica recién horneada. El problema de esto es el espontaneísmo. Viene el Papa y no hay pueblo que lo aclame con tanto gozo. Pero se va el Papa y hay multitudes para ver la película del Padre Amaro. Desde luego, México ha fecundado de catolicismo a otras naciones, concretamente a Estados Unidos. El mensaje central de nuestro catolicismo vivo está en Santa María de Guadalupe. Frente a ella no hay mexicano que no se prosterne. Es la Madre de todos. Ahora, lo que nos falta es hacer vida la teología misma del hecho guadalupano: la reconciliación y la esperanza.

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ZENIT Staff

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