El desarme en la óptica de la Iglesia

Entrevista a Tommaso Di Ruzza, oficial del Consejo Pontificio Justicia y Paz

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ROMA, martes 2 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Construcción de minas antipersona más sofisticadas, elaboración de armas bacteriológicas letales, disuasión y amenaza nucleares: a 20 años de la caída del Muro de Berlín, los Estados – cada vez más fragmentados por los regionalismos – vuelven a armarse de forma masiva hasta el punto de registrar, en el año 2008, un gasto en armamento de alrededor de 1,46 billones de dólares, lo que corresponde al 2,4% del producto bruto mundial.

Tommaso Di Ruzza, oficial del Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, explica, a través de ZENIT, la postura de la Santa Sede ante este fenómeno, y lo hace a través de un análisis de la Doctrina Social de la Iglesia en materia de desarme.

-El SIPRI, Instituto internacional de investigación sobre la Paz de Estocolmo, ha estimado para 2008 un aumento del gasto en armamento de los Estados del 4% respecto al 2007, y del 45% si se considera el periodo 1999-2009. Una verdadera carrera de rearme, sin considerar los conflictos urbanos, a los que asistimos en nuestras ciudades. Una violencia hecha cotidiana gracias al fácil acceso a las armas ligeras en el mercado negro. Ante todo esto, ¿cuál es la perspectiva de la Iglesia?

Di Ruzza: La doctrina social de la Iglesia coloca el desarme en el ámbito moral de la responsabilidad humana. El desarme, por tanto, no interesa sólo a los Estados, sino que, como cuestión de naturaleza ética y espiritual, afecta a la mentalidad y las costumbres de cada persona y pueblo. En este sentido resulta siempre iluminadora la enseñanza de Juan XXIII, que en la Carta encíclica Pacem in terris escribía: “La detención del armamento con objetivos bélicos, su reducción efectiva y, con mayor razón, su eliminación, son imposibles o casi, si al mismo tiempo no se procediese a un desarme integral; es decir, si no se desmontan también los espíritus, trabajando sinceramente para disolver, en ellos, la psicosis bélica”.

-Este punto de vista hace del desarme integral un verdadero y propio presupuesto para el desarme de los Estados.

Di Ruzza: Exactamente. El desarme de los espíritus – que no pone en segundo plano el desarme de los Estados – ofrece un contexto más amplio, de naturaleza ética y espiritual, en el cual puede tener lugar la reducción y eliminación de los armamentos. Sin el desarme de los espíritus, el de los Estados es impracticable o sólo queda reducido a la estrategia, si no al cálculo, de los mismos Estados. En otras palabras, el desarme integral tiene como horizonte teorético y de sentido el humanismo cristiano y, por tanto, el objetivo del desarrollo humano integral. El desarme no es por tanto un fin aislado, sino un medio, o la eliminación de un impedimento, al desarrollo material, moral y espiritual de cada persona y pueblo, fin último de la Doctrina Social de la Iglesia.

También recientemente Benedicto XVI, en la Carta al cardenal Renato Raffaele Martino, ha reafirmado que “no se puede concebir una paz auténtica y duradera sin el desarrollo de cada persona y pueblo […]. Ni puede pensarse en una reducción de los armamentos, si antes no se elimina la violencia de raíz, es decir, si antes el hombre no se orienta decididamente a la búsqueda de la paz, de lo bueno y de lo justo. La guerra, como toda forma de mal, encuentra su origen en el corazón del hombre”.

-En el mensaje para el 40° aniversario de la ONU, del 18 de octubre de 1985, Juan Pablo II propone la meta de un “desarme general, equilibrado y controlado” de los Estados.

Di Ruzza: Con esta expresión el Pontífice indica una meta que alcanzar con urgencia, y al mismo tiempo con juicio y gradualidad. Se comprende de hecho el alcance de los adjetivos “equilibrado” y “controlado”: la alternativa sería la entrega inmediata de la víctima en las manos del verdugo. Esto requiere un gran equilibrio entre espíritu profético y prudencia, que los Padres del Concilio Vaticano II expresaron en la Constitución pastoral Gaudium et spes: “La guerra por desgracia no se ha extirpado de la condición humana. Y mientras exista el peligro de la guerra y no haya una autoridad internacional competente, provista de fuerzas eficaces, una vez agotadas todas las posibilidades de entendimiento pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a una legítima defensa”. La meta es la de un mundo sin armas, pero esto sólo es posible en un mundo sin la amenaza de la guerra.

-Una postura de este tipo ¿no podría ser indicadora de un pensamiento débil?

Di Ruzza: Al contrario, se funda más bien en la aceptación de la fragilidad de la condición humana: “En cuanto que los hombres son pecadores – prosigue la Gaudium et spes – tienen sobre ellos la amenaza de la guerra”. Por esto se hace necesaria una autoridad pública en defensa de la justicia y de la paz. Y como dice san Pablo, “ésta no en vano lleva la espada”.

-Permanece la cuestión central en materia de desarme: ¿el fin de la defensa justifica entonces cualquier medio?

Di Ruzza: Ciertamente no. El derecho a la legítima defensa no puede estar, ante todo, sujeto a interpretaciones equívocas en el plano político o militar. Existen además límites intrínsecos, el primero de los cuales está arraigado en la inviolabilidad y dignidad de la persona humana, principio permanente de la doctrina social de la Iglesia. También en el cuadro del derecho internacional, por ejemplo, la violación del ius ad bellum (es decir, de las normas sobre el recurso a la fuerza armada) por parte de quien se defiende. No es posible cometer un crimen de guerra como respuesta a un crimen contra la paz. Un principio ulterior limita más precisamente la posesión y el uso de las armas: el principio de suficiencia, “en base al cual – aclara el Consejo Pontificio Justicia y Paz en El comercio internacional de armas. Una reflexión ética – cada Estado puede poseer únicamente las armas necesaria para asegurar la propia legítima defensa. Este principio se opone a la acumulación excesiva de armas o a su transferencia indiscriminada”. La suficiencia debe entenderse en sentido cuantitativo y cualitativo.

-El principio de suficiencia prohibiría entonces tanto la acumulación excesiva de las armas convencionales, como la acumulación y el uso, aunque sea mínimo, de armas indiscriminadas o de destrucción masiva.

Di Ruzza: Exacto. No resulta coherente con el principio de suficiencia la acumulación excesiva de armas convencionales, desde las armas pesadas a las ligeras y de pequeño calibre, hasta las llamadas no letales, es decir, diseñadas para inhabilitar agresores o criminales, pero que concretamente son capaces de matar. Pensemos en la crisis del teatro Dubrovka de Moscú en 2004, donde rehenes civiles fueron asesinados por las fuerzas especiales que intervinieron con armas químicas no letales, o en los casos de muerte por taser, difusores de descargas eléctricas de los que están dotados muchos cuerpos de policía del mundo. No solo, no resulta coherente con el principio de suficiencia la posesión y el uso de armas de efectos indiscriminados, incapaces de distinguir entre civiles y combatientes, como las minas antipersona o las bombas de racimo. Con mayor razón, no resulta coherente con el principio de suficiencia la posesión, el uso y la misma amenaza del uso de armas de destrucción masiva, como sucede con la doctrina de la disuasión nuclear. ¿Cómo se puede defender una sociedad con armas capaces de eliminar a la sociedad misma? La defensa tendría la capacidad o el efecto trágico y paradójico de provocar un daño mayor del realmente sufrido, o simplemente temido.

-Para esquematizar, ¿cuál es la doctrina social de la Iglesia en materia de desarme?

Di Ruzza: La Iglesia ofrece una visión integral del desarme a la luz de sus principios permanentes y en el horizonte del desarro
llo humano integral. Esto presenta desafíos a distintos niveles. El desarme es ante todo un desafío ético y espiritual. La referencia esencial es de hecho la persona humana a todos los niveles de convivencia, del particular al global. Ciertamente, existe una diversidad de roles y responsabilidades pero todos estamos implicados en el desarme, llamados a desarmar los corazones y a abrazar las que Pablo VI llamaba “las verdaderas armas de la paz”.

El desarme es también un desafío educativo, que requiere el empeño y una alianza pedagógica entre la familia y los sujetos que trabajan en la formación, sobre todo los de inspiración cristiana. Hay también un desafío económico: de hecho, una partida relevante del producto mundial bruto deriva de la industria y del comercio del sector militar. Un dato induce a una reflexión crítica: ingentes recursos se destinan a los armamentos y no al desarrollo. Una responsabilidad que pesa sobre todos los Estados, tanto a los desarrollados como a los que están en vías de desarrollo, que imponen sacrificios enormes a sus pueblos con el fin de ganar poder y prestigio en el plano militar. En la Carta encíclica Caritas in veritate, no por casualidad Benedicto XVI invita a la humanidad a poner en marcha un nuevo modelo de desarrollo, subrayando que la crisis puede ser también “una ocasión de discernimiento y de nuevos proyectos”.

Finalmente, y no por último, el desarme es un desafío diplomático para la comunidad internacional, teniendo presente ésta incluye tanto a los actores estatales como no estatales, cada vez más implicados en los llamados conflictos asimétricos.

-A propósito del desafío diplomático, desde hace algunos años se está afirmando una especie de “nueva diplomacia” en el sector del desarme y del control de los armamentos: ¿puede explicarnos cuál es el papel de las organizaciones no gubernamentales en el sector del desarme?

Di Ruzza: En el contexto de las Naciones Unidas, a menudo las negociaciones son bloqueadas por la resistencia de países particularmente influyentes. Esto ha llevado a activar negociaciones fuera de la ONU con resultados sorprendentes. Esta nueva diplomacia ha favorecido por tanto la participación activa de las organizaciones no gubernamentales, muy preciosa por su ser voz de a sociedad civil. En el proceso de Oslo, por ejemplo, alrededor de trescientas ong reunidas en la Cluster Munition Coalition, proporcionaron informes de naturaleza técnica y humanitaria a los delegados de los Estados, favoreciendo la adopción de la Convención sobre las bombas de racimo. Un modelo de actividad diplomática, este, que muestra los efectos reales de la doctrina social de la Iglesia, y la gran validez del principio de subsidiariedad, porque el desarme no interesa sólo a los Estados y a los canales clásicos de la diplomacia.

Este modelo debería motivar mucho a las ong, en particular a las de inspiración cristiana. Pensemos en el papel que podrían jugar las grandes organizaciones como Pax Christi o Caritas, o incluso las mismas Comisiones nacionales Iustitia et Pax y las Conferencias episcopales. Pensemos en la Carta pastoral sobre guerra y paz en la era nuclear, publicada por los obispos de Estados Unidos en 1983, que ofreció una notable contribución al debate sobre las armas nucleares en plena Guerra Fría. O también en la gran campaña pública contra la renovación del sistema nuclear Trident de Gran Bretaña, animada por la Conferencia Episcopal de Escocia y por la de Inglaterra y Gales en 2007.

-En la perspectiva del desarme integral entra entonces en juego la misma inteligencia humana. Es decir, la dirección de la investigación tecnológica y científica.

Di Ruzza: La cuestión sigue estando ligada a la libertad y a la inteligencia humana. ¿Sobre qué se investiga? ¿Sobre el desarrollo o el simple poder? Además de los imperativos de tipo ético, o a los instrumentos jurídicos sectoriales, podrían optimizarse algunas normas ya presentes en el ordenamiento internacional general.

Por ejemplo, los TRIPS (los acuerdos internacionales sobre aspectos comerciales ligados a los derechos de propiedad intelectual), prevén la posibilidad de que los Estados prohíban la legislación sobre patentes cuyo aprovechamiento amenace el orden público o la salud y la vida humana. Esto podría ser útil para prevenir la propia patente de armas indiscriminadas o de destrucción masiva. Todo, en suma, reconduce a la mentalidad humana. Cambiando esta, podrán cambiar los sistemas, las instituciones, las formas de convivencia. Erasmo de Rotterdam, en el pequeño volumen de 1517, Lamento de la paz, haciendo hablar a la paz, escribía: “Comencé a augurar que encontraría al menos sitio en el corazón de un hombre solo. Pero ni siquiera esto me fue concedido. El hombre lucha consigo mismo, la razón hace la guerra a los sentimientos, y los propios sentimientos están en conflicto entre ellos, de aquí la llamada de la devoción, de allí la llamada de la codicia”.

En la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, aún siendo conscientes de la complejidad de las variables políticas, económicas, militares, estratégicas, sigue firme la centralidad de la persona humana. Este punto de vista convierte al desarme en un desafío quizás más comprometido, porque está ligado a la curación de los corazones. Pero seguramente, más coherente con la perspectiva del desarrollo humano integral y del bien común.

Por Mariaelena Finessi, traducción del italiano por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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