El Papa, Bush, el derecho a la vida y la libertad religiosa

El filósofo Jesús Villagrasa profundiza en temas de los tres encuentros del Papa con el presidente estadounidense

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 4 junio 2004 (ZENIT.org).- Un George W. Bush contestado por grupos en las calles de Roma, bastante criticado en Europa, a la baja de popularidad en Estados Unidos, encontraba este viernes a Juan Pablo II.

Tras exigir «cuanto antes» la normalización hacia un Irak soberano, «nuevas negociaciones» de paz en Tierra Santa y más colaboración con Europa y el mundo, el Santo Padre reconoció el compromiso de la administración norteamericana a favor del derecho a la vida y la familia.

Pero, ¿por qué ha querido destacar el Papa estos valores? Para tratar de responder a esta pregunta, Zenit ha entrevistado al filósofo Jesús Villagrasa, l.c., quien en este mismo viernes publicaba en la edición en castellano de «L’Osservatore Romano» un largo artículo titulado «El derecho a la vida y a la libertad religiosa … Constitución Europea».

Para explicar mejor las palabras del pontífice, el padre Villagrasa analiza los temas que ha tocado con Bush no sólo este viernes, sino también en sus dos encuentros precedentes.

–¿Qué tienen que ver Bush, el derecho a la vida y la libertad religiosa de los que usted habla en su artículo?

–Villagrasa: Hay una coincidencia. En la primera audiencia que Juan Pablo II concedió a Bush como presidente (23 de julio de 2001) el Papa le expresó el aprecio de toda la Iglesia católica por el compromiso de Estados Unidos en la promoción de la libertad religiosa, que es una de las expresiones más elevadas del respeto a la dignidad humana y «un objetivo importante de la política norteamericana en la comunidad internacional». A renglón seguido el Papa le recordó que el derecho a la vida es el más fundamental de los derechos humanos y que al defenderlo «Estados Unidos puede mostrar al mundo el camino hacia un futuro verdaderamente humano». Bush ha querido promover estos dos derechos. No sé cuánto lo ha logrado.

–¿Por qué dar tanta importancia al derecho a la libertad religiosa?

–Villagrasa: En el n. 47 de la encíclica «Centesimus annus» Juan Pablo II usa una expresión sorprendente. Afirma que «fuente y síntesis» de los derechos humanos «es, en cierto sentido, la libertad religiosa». Este número habla de la necesidad que las democracias tienen de ordenamientos jurídicos sólidos, fundados en el reconocimiento de los derechos humanos, de los cuales éste es «fuente y síntesis».

–¿En que consiste el derecho a la libertad religiosa?

–Villagrasa: En el derecho a la inmunidad de coacción exterior, en materia religiosa, por parte del poder político, en los justos límites. Este derecho tiene una dimensión individual y comunitaria, privada y pública. No significa «derecho al error», ni implica relativismo, agnosticismo o escepticismo, ni «promoción» del pluralismo religioso, ni mera «tolerancia» del hecho religioso. Es un derecho civil que se sigue de la obligación moral que el hombre tiene de buscar la verdad, «sobre todo la que se refiere a la religión», de adherirse a ella y de «ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad».

–El Papa dice «en cierto sentido»; ¿en qué sentido es fuente y síntesis de los derechos humanos?

–Villagrasa: En el sentido de que garantiza que el hombre pueda realizarse en plenitud y alcanzar su fin último. La religión toca la esfera más íntima de la persona –su conciencia y su relación personal con Dios– aquella que da sentido último a la vida entera y a las elecciones y decisiones particulares. La persona es capaz de conocer el bien y de buscarlo libremente, de reconocer el mal y rechazarlo, de escoger la verdad y oponerse al error. La dignidad del hombre consiste en que ha sido creado persona, capaz de obrar por sí, libremente, para alcanzar su perfección última a través de sus acciones, para ordenarse por sí mismo al fin último, al que naturalmente tiende; por eso es capaz de conocer y amar explícitamente a Dios, de acoger la revelación divina y de responder a ella, capaz de participar, por la gracia, a la Vida eterna. Este camino de la vida lo debe recorrer por sí mismo. Su guía es la conciencia, que es la capacidad de discernir y obrar según una ley que Dios ha inscrito en el corazón del hombre, y en cuya obediencia se encuentra su dignidad moral (cf. «Gaudium et spes», n. 16). Ninguna autoridad humana tiene el derecho de violentar la conciencia de ningún hombre. La verdad no se impone sino en virtud de sí misma. Como la búsqueda de la verdad se identifica, en el plano objetivo, con la búsqueda de Dios es clara la estrecha relación que hay entre libertad de conciencia y libertad religiosa.

–Pero, parece obvio que el derecho a la vida es más fundamental. Así lo decía el Papa en la primera audiencia a Bush

–Villagrasa: Debería ser obvio. Si la existencia del sujeto de derechos no se garantiza, ningún otro derecho está a salvo. Por eso el Magisterio de la Iglesia dice que es un derecho primario, incondicional, inalienable y fundamental, raíz y fuente de todo otro derecho. Pero hasta lo más obvio parece obscurecerse. En aquella audiencia el Papa decía a Bush que la experiencia muestra que un «trágico embotamiento de las conciencias» acompaña el aborto, llevando a la acomodación y a la aquiescencia frente a otros males como la eutanasia, el infanticidio y la creación, con vistas a la investigación, de embriones humanos destinados a la destrucción en ese proceso.

–¿Cuál de los dos derechos considera más importante o fundamental?

–Villagrasa: Cada uno es, a su modo, fundamental. El hombre «vive» de dos modos su relación con Dios: uno, de un modo fáctico pues, como creatura, existe y vive porque Dios Creador lo conserva en el ser; otro, de un modo moral o religioso, en cuanto el hombre libremente ordena sus actos a Dios. A estos dos modos de relacionarse a Dios-fundamento corresponden los dos derechos: a la vida que es sagrada, un don que Dios da y conserva; y a la libertad religiosa para vivir como persona en camino hacia la Vida.

–¿Podría entonces hablarse de dos sentidos de derecho a la vida?

–Villagrasa: En cierto modo sí. Para Aristóteles «vida» era el ser del viviente y la operación del viviente; en el caso del hombre, el fin último alcanzado gracias a sus acciones, que es la visión de Dios y la comunión con El. Viene a la mente la famosa frase de san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios». Se entiende, por tanto, la grave ofensa que se hace a la persona humana cuando se le quita la vida o cuando se le impide, por coacción, los actos de religión con los que el hombre se ordena libremente a su fin último. La violación del derecho a la vida deja sin amparo la existencia del sujeto de los derechos. Legitimar algún tipo de asesinato significa desfondar el ordenamiento jurídico que está finalizado al bien de la persona. La violación del derecho a la libertad religiosa pone un impedimento a aquellas acciones por las que el hombre se ordena a su fin último y da sentido último a su vida.

–El artículo que publicaba en este viernes en el semanario de la Santa Sede está redactado pensando en Europa ¿Por qué?

–Villagrasa: Porque la Unión Europea podría aprobar su Constitución en las próximas semanas. Las constituciones de los estados democráticos suelen fundarse en los derechos humanos. Estos derechos preexisten a las normas escritas y las fundan, debe ser «reconocidos» más que «decididos». La idea central del artículo se expresa con una imagen. El conjunto de los derechos humanos es como un arco: se sostiene en dos piedras, la base, abajo, y la clave en alto. La base es el derecho a la vida, que garantiza la existencia del sujeto de derechos, y la clave es e
l derecho a la libertad religiosa que garantiza la plena realización del hombre como ser abierto a la Trascendencia.

–El Papa auspició este viernes una mayor colaboración entre Europa y Estados Unidos. ¿No estará pidiendo usted que los europeos aprendan de Bush después de lo sucedido en Irak?

–Villagrasa: Sería pedir mucha humildad. Quizás quieran aprender de los padres de Europa. El recuerdo vivo de las tragedias y derrumbes de la primera mitad del siglo XX inspiraron los trabajos de los tres primeros arquitectos de la Nueva Europa: Adenhauer, Schumann y De Gasperi. Las violaciones «legales» del derecho a la vida y las tensiones sociales en la actual Europa multicultural y multirreligiosa deberían suscitar un análogo sentido de responsabilidad en los nuevos constructores, para que no descuiden aquellos derechos que sostienen todo el edificio.

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ZENIT Staff

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