El poder del Espíritu Santo en quienes le invocan

Exponentes de la renovación carismática católica comparten su testimonio

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 4 junio 2004 (ZENIT.org).- Profunda amistad con Jesucristo, orientación segura y fuente de conversión: son algunos efectos del Espíritu Santo, según reconocen por experiencia propia a ZENIT algunos responsables de los «Servicios Internacionales de la Renovación Carismática Católica» (ICCRS).

Este organismo, con sede en la Ciudad del Vaticano, constituye un instrumento de servicio, comunicación y enlace de esta realidad eclesial de cuya espiritualidad participan más de cien millones de católicos de todo el mundo.

El sábado pasado, al presidir la vigilia de Pentecostés en San Pedro, en el Vaticano, Juan Pablo II envió un saludo especial al «Rinovvamento nello Spirito» italiano (RnS), una de las expresiones de la «Renovación Carismática Católica» (RCC) y reconoció que «gracias al movimiento carismático, muchos cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, han redescubierto Pentecostés como realidad viva y presente en su existencia cotidiana».

«Deseo que la espiritualidad de Pentecostés –expresó entonces el Papa– se difunda en la Iglesia, como empuje renovado de oración, de santidad, de comunión y de anuncio» (Cf. Zenit, 30 de mayo de 2004).

La RCC surgió en 1967 cuando algunos estudiantes de la Universidad de Duquesne (Pittsburgh, Pennsylvania – EE. UU.) participaron en un retiro durante el cual experimentaron la efusión del Espíritu Santo y la manifestación de algunos dones carismáticos. Desde entonces, la RCC se ha difundido rápidamente por todo el mundo. Su Consejo Internacional, ICCRS, está reconocido por el Consejo Pontificio para los Laicos.

Algunos responsables de ICRSS han accedido a compartir con ZENIT su vivencia de un Pentecostés «personal»: qué es el Espíritu Santo en su vida y el cambio que ha supuesto en su existencia.

«Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3, 11): «Siempre he amado mi fe católica, pero cuando recibí una nueva efusión del Espíritu Santo en 1978 en lo que se describe en la RCC como el “Bautismo del Espíritu Santo” experimenté tal fuego. Y con todo fue muy sencillo. Mi oración desde lo profundo decía a Dios: “¡Te doy mi vida!”», reconoce el presidente de ICCRS, Allan Panozza, de origen australiano.

«Empecé a experimentar profundos cambios», «me vi llevado a un amor y devoción más profundo por la Eucaristía, experimenté hambre de conocer más sobre la Palabra de Dios y leía y estudiaba con avidez las Escrituras», recuerda.

También «constaté que abandonada la costumbre de convencer a los demás de la importancia de mis propias actitudes u opiniones» y «empecé a verme más en la luz de ser amado por Dios Todopoderoso, y que el amor se hacía mío para compartirlo», prosigue Panozza.

«Pero con mucho, el mayor cambio en mi vida fue conocer la realidad de que Jesús es mi amigo –admite–. Sí, Él es mi protector, Él es mi Salvador, de hecho cada vez más le conozco como el Señor de mi vida. Pero por encima de todo lo demás, ¡Él es mi amigo! Sé que nunca me abandonará ni me negará, y que mi destino eterno está firmemente asido en sus manos».

«Ésta fue la sublime gracia que me dio el Espíritu Santo, y esta gracia permanece conmigo a diario –subraya el presidente de ICCRS–. A través de la intercesión de María puedo como Ella rendir mi vida a Dios en la oración y ser utilizado en el servicio por Él en la forma en que Él elija».

Para Allan Panozza, «el Espíritu Santo es la fuente de este fuego, que siempre me conduce a una relación más cercana con Jesús». «Y la relación con Jesús es el don del Espíritu Santo que supera todos los demás», concluye.

Por su parte Oreste Pesare, director de la Oficina de ICCRS en el Vaticano, reconoce que «un día, hace 20 años, cuando nadie podía ayudarme, ¡grité al Señor! Entonces era agnóstico. Y Él me respondió, me liberó “milagrosamente” e instantáneamente de lo que habría perjudicado mi vida para siempre».

«Me sentí amado como nunca, como tenía necesidad de experimentar desde hacía tantos años… y le entregué mi vida. Desde entonces, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, me ha guiado paso a paso en los caminos de mi historia hasta transformar a un incrédulo –como era yo— en un creyente», prosigue.

«Hoy puedo dar testimonio de que el Espíritu Santo es mi punto de referencia, refugio en las dificultades, fortaleza en el compromiso –constata Oreste Pesare–. Él está vivo, dialoga conmigo, me aconseja, me guía… ¡Él es mi Dios! Y le estoy inmensamente agradecido».

Por su experiencia personal, el Espíritu orienta todos los ámbitos de su vida, como lo relativo a su familia, a su esposa Nunzia y a sus tres hijos, o incluso su trabajo. «Él ha informado todo aspecto de mi ser», sintetiza Oreste Pesare; «también me ha dado una comunidad de hermanos donde vivir de forma plena la Iglesia y no sentirme solo en el camino de la vida».

«Él es quien ha dado un sentido mi existencia y es capaz, cada día, también en medio de las dificultades ordinarias, de darme la paz y también el gozo. Gracias, Espíritu Santo. Estaba muerto y me has devuelto a la vida», concluye Oreste Pesare.

Nicholas Chia, representante de Asia en ICCRS, reconoce que «en un mundo donde el dinero, el poder y el sexo son símbolos de éxito, vivir la vida cristiana no es fácil».

«El Espíritu Santo de Dios es mi “sustento” para sobrevivir en este mundo profano, donde no hay paz, ni alegría, ni felicidad verdadera», afirma.

«Él es mi fuerza cuando soy débil, Él es el tesoro que busco, Él es mi amigo cuando estoy solo», «mi guía Divina», subraya. «Confío y oro por tenerle hasta que vea Su gloria», concluye Nicholas Chia.

Y es que «vivir la propia fe no es fruto de esfuerzos humanos, sino más bien de una “gracia” que recibimos a través de continuas efusiones del Espíritu Santo, acercándonos a los sacramentos, a la oración y en particular a aquella hecha con los hermanos en la fe, justamente como ocurre el día de Pentecostés en Jerusalén», declara también a ZENIT Oreste Pesare.

El Espíritu «es el “Amor” que todo hombre y toda la creación necesitan para vivir»; «recibir el Espíritu Santo en la propia vida conscientemente, libremente, te permite experimentar el paso de la muerte a la vida. Cualquiera que tenga un corazón en búsqueda, desea este paso e intuye su importancia en propia vida», subraya.

Sencillez y sinceridad es lo que sugiere para orar al Espíritu Santo: «Basta con expresarle lo que se tiene dentro. Pídele que te llene, que transforme tu corazón, tu mente. Dale tu vida, tus proyectos (…) Hazle verdaderamente lugar en tu corazón y Él no tardará».

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ZENIT Staff

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