Juan Pablo II: La victoria de Dios, esperanza del ser humano

Intervención en la audiencia general dedicada al Salmo 97

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CIUDAD DEL VATICANO, 6 noviembre 2002 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general concedida este miércoles dedicada a reflexionar sobre el Salmo 97, dedicado al triunfo del Señor en su venida final.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El ha Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad:

tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.

1. El Salmo 97 que acabamos de proclamar pertenece a un género de himnos con el que ya nos hemos encontrado durante el itinerario espiritual que estamos realizando a la luz del Salterio.

Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (Cf. versículo 6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva. Además del canto del coro, de hecho, se evoca el sonido melodioso de la cítara (Cf. versículo 5), la trompeta y el son del cuerno (Cf. versículo 6), así como una especie de aplauso cósmico (Cf. versículo 8).

Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (versículo 3). Dios, por tanto, está en el centro del escenario en toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y es esperado para «juzgar» al mundo y los pueblos (versículo 9). El verbo hebreo que indica el «juicio» significa también «gobernar»: hace referencia por tanto a la acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que traerá paz y justicia.

2. El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (Cf. versículos 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (Cf. versículo 1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (Cf. versículo 3).

Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (versículos 2 y 3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora.

3. La acogida reservada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza común: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (cfr vv. 5-6), participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico.

Los cantores de este inmenso coro de alabanza son cuatro. El primero es el mar con su fragor, que parece un contrabajo de este grandioso acto de alabanza (Cf. versículo 7). Le siguen la tierra y el mundo (Cf. versículos 4. 7) con todos sus habitantes, unidos en una armonía solemne. La tercera personificación es la de los ríos que, al ser considerados como brazos del mar, parecen batir palmas con su flujo rítmico (Cf. versículo 8). Por último, aparecen las montañas que parecen bailar de alegría ante el Señor, a pesar de ser las criaturas más macizas e imponentes (Cf. versículo 8; Salmo 28, 6; 113, 6).

Un coro colosal, por tanto, que tiene un único objetivo: exaltar al Señor, rey y juez justo. El final del Salmo, como se decía, presenta de hecho a Dios «que llega para regir (juzgar) la tierra… con justicia y los pueblos con rectitud» (versículo 9).

Esta es nuestra gran esperanza y nuestra invocación: «¡Venga tu reino!», un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la creación.

4. En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (Cf. Romanos 1, 17), «se ha manifestado» (Cf. Romanos 3, 21).

La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Romanos 1,16).

Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han recibido.

5. En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico.

«Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado –algo que nunca antes se había escuchado–. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo» («74 homilías sobre el libro de los Salmos» –«74 omelie sul libro dei Salmi»–, Milán 1993, pp. 309-310).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa hizo esta síntesis en castellano]

Queridos hermanos y hermanas:

El nombre del Señor es el centro del Salmo que hemos escuchado. Dios actúa en la historia y al final juzgará al mundo y a los pueblos. En este contexto, juzgar significa también gobernar, instaurar la justicia, el orden y la paz. Esto es lo que el Señor trae consigo, lo que implantará definitivamente en todo el orbe. Es también el motivo por el que se le invoca y alaba desde todas partes y con todos los medios.

En la perspectiva cristiana, esta realidad ha comenzado ya en Cristo, en el cual «se revela la justicia de Dios», como dice San Pablo (Romanos 1, 17) y, por eso, el creyente puede entonar ya ahora el «canto nuevo» del universo y la humanidad entera redimida por Cristo.

Saludo a los peregrinos de lengua española, invitando a todos a alabar al Señor por haber manifestado su grandeza y su misericordia a todos los pueblos. Llevad también mi saludo a vuestros hogares y comunidades.

Gracias por vuestra presencia.

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ZENIT Staff

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