Los interrogantes del terrorismo islámico en Indonesia

Resurgen grupos minoritarios extremistas y violentos

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YAKARTA, 2 noviembre 2002 (ZENIT.org).- Las bombas del 12 de octubre, que asesinaron a más de 200 personas en Bali, han acabado con lo que la prensa llamaba la paz idílica de este destino turístico. Bali, hogar de una población de mayoría hindú, conocida por su naturaleza tolerante, parecía un puerto seguro en medio de los tumultos étnicos y religiosos que han afectado a Indonesia en los últimos años.

Pero la situación de Indonesia ya preocupaba desde hacía tiempo. Tan sólo en la isla de Aceh, ya han perdido la vida 6.000 personas a causa de la lucha entre el Movimiento Islámico de Liberación de Aceh y las fuerzas del gobierno, observaba el New York Times el 22 de octubre.

En las Islas Célebes, los islamistas han levantado barricadas, aislando a la comunidad cristiana indígena. También han desarrollado una campaña de islamización forzada, y han quemado iglesias y otros edificios. En total, los enfrentamientos entre musulmanes y cristianos en Indonesia han causado más de 19.000 víctimas desde 1999 y han desplazado a 600.000 personas de sus hogares, informaba el Post.

En las semanas anteriores al atentado de Bali, los funcionarios de inteligencia occidentales urgieron a Indonesia a tomar medidas contra los radicales musulmanes, tras la captura al oeste de Java de un antiguo terrorista de Al-Qaida, Omar Al-Faruq, cuyas confesiones describían los planes de ataques a objetivos locales, informó el London Sunday Times el 13 de octubre.

En Australia, el periódico Age del 14 de octubre acusaba a Indonesia de no haber tomado en serio la amenaza de las redes de radicales islámicos en su territorio. “Han estado negándolo”, afirmaba el especialista en temas indonesios, Greg Barton de la Universidad Deakin. “Durante largo tiempo, han rechazado aceptar que tienen problemas serios”.

El diario Age observaba que, aunque la presidenta indonesia Megawati Sukarnoputri había ofrecido un fuerte respaldo público en la guerra global contra el terror, “sus acciones no han pasado más allá de las buenas palabras”.

Grupos marginales, pero violentos
Según afirmaba en el Sydney Morning Herald del 14 de octubre Greg Fealy, un investigador de la política indonesia en la Australian National University, Indonesia es mayoritariamente moderada y tolerante. De los cerca de 184 millones de indonesios, el 87% es musulmán. La mayoría de las organizaciones islámicas apoyan la filosofía religiosa neutral de Pancasila adoptada por el país y rechaza las peticiones de que Indonesia se convierta en un Estado islámico, afirmaba Fealy.

Pero, seguía diciendo, lo que no se conoce tan bien “es que Indonesia tiene una larga historia de violencia perpetrada en nombre del Islam por pequeños grupos de militantes”. En 1948, el movimiento Darul Islam se levantó en armas y estableció un estado islámico. Durante los siguientes 14 años, más de 40.000 personas murieron y al menos un millón fueron desplazadas.

Con la caída de Suharto en mayo de 1998, emergieron nuevas organizaciones islámicas militantes. Entre ellas está el Laskar Jihad –disuelto recientemente, según algunos informes–, un grupo paramilitar que desplegó 6.000 combatientes en los conflictos entre cristianos y musulmanes en las provincias de Molucas y Célebes Central. Otras organizaciones son el Frente de Defensores Islámicos, que ataca regularmente nightclubs y “lugares de vicio”, y el Consejo Mujaidin Indonesio, que apuesta por la implantación plena de la ley islámica en el archipiélago.

La entrega del 22 de agosto de Far Eastern Economic Review publicaba un análisis de las organizaciones que buscan imponer la ley islámica en Indonesia. El más conocido de los líderes radicales islámicos del país es Abu Bakar Bashir. A principios de agosto, Bashir presionó a la cámara alta indonesia para que diera paso a una enmienda constitucional, que podría permitir la plena implantación de la «sharia», la ley islámica.

De hecho, la sharia ya se aplica de modo limitado en Indonesia, con una red de 330 tribunales religiosos que juzgan sobre cuestiones como el matrimonio, la herencias y otras disputas domésticas, informaba la revista.

La provincia rebelde de Aceh, considerada como una de las más devotamente islámicas en Indonesia, ha conseguido ya el derecho de imponer una forma de la sharia que se determinará en el marco de su nuevo estatus especial autónomo.

El parlamento rechazó la enmienda de la sharia propuesta por Bashir, con el respaldo de las dos mayores organizaciones islámicas del país, Nahdlatul Ulama y Muhammadiyah. Sin embargo, un “creciente número de musulmanes moderados, preocupados por la corrupción y el colapso de los valores morales, parece que consideran el Islam como una vaga panacea para las enfermedades económicas y sociales del país”, observaba Far Eastern Economic Review.

Las autoridades están ahora esperando interrogar a Bashir, pues está recibiendo tratamiento por problemas de salud. Justo antes de su hospitalización, apareció una entrevista suya en la página web de Newsweek, el 17 de octubre. Bashir rechazó que él fuera un terrorista, pero sus comentarios fueron claramente provocantes. El ataque de Bali, clamaba Bashir, “fue llevado a cabo por los Estados Unidos”, pues de este modo podrían “justificar que Indonesia es un nido de terroristas”.

Bashir también declaró “su apoyo moral a Osama bin Laden por su lucha” y afirmó que, si bien nunca se ha encontrado con él, cree que “es un creyente y su lucha se basa en la ley de la sharia. Tenemos que darle el apoyo moral e incluso material que sea posible”.

La alargada sombra del terrorismo
Ya antes de los recientes sucesos de Bali había aumentado la preocupación sobre la infiltración de organizaciones terroristas islámicas en la región. Desde el 11 de septiembre del 2001, los informes de inteligencia de Estados Unidos advertían de los riesgos planteados a las embajadas y empresas occidentales por las organizaciones del sudeste asiático con lazos con la red terrorista de bin Laden, Al-Qaida, informaba el 14 de octubre Financial Times.

Un informe del 8 de agosto del International Crisis Group contemplaba la presencia de Al-Qaida en Indonesia. Informaba que Abu Bakar Bashir había sido un miembro del movimiento Darul Islam a últimos de los años cuarenta. Bashir también fue uno de los fundadores del grupo radical “Red Ngruki”. En diciembre del 2001, las autoridades malayas arrestaron a un grupo de 15 militantes islámicos. Resultó que algunos de ellos pertenecían a la organización Jemaah Islamiyah (Comunidad Islámica), que decían estar liderada por Bashir.

El informe describe la relación de Bashir con varios indonesios, acusados de tener lazos con Al-Qaida. Uno de ellos es Fathur Rahman al-Gozi, que se encuentra detenido en Manila desde enero, acusado de posesión ilegal de explosivos y falsificación de documentos. Otro es Hambali, alias Riduan Isamuddin, alias Nurmajan, quien parece ser el principal contacto indonesio de Al-Qaida. Fuentes de inteligencia y de la policía indonesia han relacionado a Hambali con una ola de atentados con bomba ocurridos en Indonesia en diciembre del 2000.

Algunos días después del ataque de Bali, el gobierno indonesio declaró que Jemaah Islamiyah era una organización terrorista, informó el 17 de octubre el New York Times. El ministro de seguridad del Estado de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, decía que Yakarta debe “respetar y dar crédito” a quienes consideran que Jemaah Islamiyah forma parte de “una red terrorista internacional”.

Desde entonces, las organizaciones moderadas musulmanas en Indonesia han pedido a las autoridades que tomen medidas eficaces contra los extremistas, informaba el 21 de octubre Associated Press. La petición fue presentada por Nahdlatul Ulama, organización liderada por el anterior presidente de Indonesia, Abdurrahman Wahid, que c
on 40 millones de miembros es la organización musulmana más numerosa del mundo, así como por Muhammadiyah, con 30 millones de miembros.

Pero no todos confían que la presidenta de Indonesia sea capaz de domesticar a los militantes. Megawati Sukarnoputri, a raíz de los atentados, ha impulsado de manera urgente la legislación antiterrorista, pero se la acusa de estar al frente de una administración que “no hace nada”, afirmaba el London Telegraph el 17 de octubre.

Indonesia no se encuentra dominada por los extremistas islámicos; la gran mayoría de los musulmanes que la habitan son moderados. El episodio de Bali, sin embargo, muestra cómo incluso una organización pequeña puede causar un inmenso daño. Cómo actuar de forma efectiva contra los radicales, sin minar la democracia o causar una reacción que podría ser aprovechada por las organizaciones extremistas, es el desafío que tienen que afrontar no sólo Indonesia, sino el resto del mundo.

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ZENIT Staff

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