Los trapos sucios del divorcio

El Papa da la alarma sobre una mentalidad extendida

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ROMA, 9 febrero 2002 (ZENIT.org).- En su alocución a los miembros del Tribunal de la Rota Romana, Juan Pablo II les exhortaba a todos a combatir la “mentalidad de divorcio” que ha inundado la sociedad de hoy (Cf. Zenit, 28 de enero de 2002). Tiene buenas razones para estar preocupado.

Los niveles de divorcio en las naciones anglosajonas, por ejemplo, han sido altos durante muchos años. Un estudio de la Rutgers University publicado el pasado junio hacía notar que el 40-45% de los matrimonios contraídos ahora en Estados Unidos acabarán en divorcio, si continúa la actual tendencia.

La mentalidad de divorcio ha comenzado a asentarse también en otros países, incluyendo aquellos de larga tradición católica. En Italia, los divorcios se han triplicado en el periodo que va de 1980 a 1999, según un informe del periódico La Repubblica del 20 de octubre. En España, donde el divorcio se legalizó hace 20 años, uno de cada tres matrimonios acaba en divorcio, informaba el periódico ABC el 17 de diciembre.

La gran controversia
Recientes estudios han establecido claramente los altos costes de las rupturas matrimoniales. En el 2000, Judith Wallerstein publicó: “The Unexpected Legacy of Divorce: A 25 Year Landmark Study”, que encontró que los niños que han crecido en familias divorciadas son menos propensos a casarse, más propensos a divorciarse, y mas propensos a tener hijos fuera del matrimonio y a abusar de las drogas.

Wallerstein basó sus conclusiones en entrevistas exhaustivas a 100 niños en una comunidad del Norte de California que fueron seguidas por investigadores durante 25 años. Observó que los adultos hijos de divorciados tienden a esperar que sus relaciones fallen y se angustian con el miedo a la pérdida, al conflicto, a la traición y a la soledad.

Se publicó en el 2000 otro estudio sobre el divorcio “The Great Divorce Controversy” de Edward S. Williams. Parte del libro se dedica a recoger información de una multiplicidad de estudios sobre las consecuencias del divorcio. Williams hace notar que en los años 60 y 70 los estudiosos pro-divorcio produjeron informes alegando que el divorcio podría tener consecuencias benéficas para algunos niños. Investigaciones posteriores han probado que aquel optimismo fue falso.

En 1994, por ejemplo, un investigación llevada a cabo con 152 familias en Exeter, Inglaterra, mostró que incluso en las familias altamente conflictivas (pero intactas), hay menos niños infelices en comparación con aquellos de los hogares rotos. Los niños, de hecho, estaban preparados para aguantar el conflicto familiar, y preferían que sus padres permanecieran juntos.

William citaba otro estudio de 5000 casos de abusos de niños en Inglaterra desde 1977 hasta 1990. Los niños que viven con una madre o un padre sustitutos corren casi nueve veces más peligros de sufrir abusos que los niños que viven con ambos padres casados en una familia tradicional.

En cuanto a los adultos, el libro cita un estudio hecho en California, que mostraba como un tercio de los padres se deprimían profundamente tras el divorcio. La depresión era especialmente común entre las mujeres, afectando casi al 50%. Incluso 10 ó 15 años después del hecho, la herida y la humillación del divorcio seguían ocupando una posición central en las emociones de muchos adultos.

Más material sobre los efectos negativos de divorcio se recoge en libro de Jennifer Roback Morse, publicado en el 2001, “Love and Economics: Why The Laissez-Faire Family Doesn’t Work”. Revisando recientes estudios, el libro apunta a que los niños de familias de un solo padre corren más riesgos de fracaso escolar, de tener hijos fuera del matrimonio, y abusar de las drogas y el alcohol.

Morse también ponía de relieve que los niños en ambientes con un único padre tienen entre un 50% y un 80% de mayor riesgo de desarrollar comportamientos antisociales, conflictos y abandono social. Corren también más riesgo de sufrir de ansiedad, depresión e hiperactividad. Además, estos efectos negativas no se deben principalmente a infortunios económicos después de un divorcio. Las diferencias resultantes, observa el libro, son sólo una parte de los problemas.

El libro también trataba el tema de quienes defienden el divorcio argumentando que es mejor, para todos los implicados, poner fin a los matrimonios infelices. Aunque es verdad que algunos hijos se benefician de que se ponga fin a matrimonio altamente conflictivos, tales situaciones representan una proporción muy pequeña en los divorcios. Los abusos físicos no existen para una mayoría amplia de mujeres casadas. De hecho, las no casadas, las mujeres que cohabitan, tienen más riesgo de sufrir abusos que las que lo están.

En Australia, la evidencia sobre los costes del divorcio queda de manifiesto en el libro de Barry Maley “Family and Marriage in Australia”, publicado recientemente por el Center for Independent Studies. En un artículo del 8 de diciembre publicado en el periódico de Melbourne The Age, Maley escribía: “en la pasada generación, la vida familiar y el matrimonio australianos han sufrido una revolución que ha dejado heridas abiertas en las vidas de miles de adultos y niños”.

Hace cuarenta años, observaba Maley, el 90% de los niños crecía en familias casadas, viviendo con sus padres naturales. Esto ha bajado hasta el 68%. En el mismo lapso de tiempo, el crimen violento juvenil se ha multiplicado por cuatro, el porcentaje de suicidios de hombres jóvenes se ha cuadruplicado, y los impuestos han subido para pagar al gran número de madres solteras que dependen de la asistencia social del gobierno.

Maley argumentaba: “Las consecuencias del divorcio para los hijos pueden significar, como poco, un periodo de problemas, separación, ansiedad, infelicidad, frecuentes dificultades de adaptación a la vida, menor rendimiento escolar y universitario, y, para muchos, dificultades en sus relaciones de adultos”.

¿Para mejor?
Poco después de que el Papa dirigiera su discurso a la Rota Romana, otro estudio salió a la luz en Estados Unidos defendiendo que el divorcio no causaba tantos problemas para los hijos después de todo. E. Mavis Hetherington publicó “For Better or for Worse: Divorce Reconsidered”, en el que decía que cerca del 75% de los hijos de padres divorciados se enfrenta bastante bien a la vida, informaba el Washington Post el 22 de enero.

Hetherington tuvo cuidado de dejar claro que su trabajo no debería considerarse ni anti-matrimonio ni pro-divorcio. Incluso si muchos niños se adaptan a la separación de sus padres, entre un 20% y un 25% quedan profundamente afectados. También hacía notar que se necesitan hasta seis años para que muchos miembros de estas familias recuperen su estabilidad emocional y mental tras el divorcio.

Haciendo un comentario al respecto, el 24 de junio en la publicación de Internet Daily Standard, Lee Bockhorn observaba que Hetherington creía que estudios como el de Wallerstein habían exagerado. Hacía notar cómo Hetherington escribía, por ejemplo, que mientras que el fin de un matrimonio puede ser “desafiante y penoso”, es “también una oportunidad de construir una vida nueva y mejor”.

Bockhorn, editor asociado de The Weekly Standard, observaba que estos puntos positivos confirman la adaptabilidad de los seres humanos. “Lo que no hace que el divorcio sea menos lamentable o trágico”, escribía. Deberíamos hacer todo lo posible, recomendaba Bockhorn, para que estas tragedias fueran menos comunes.

Esto es precisamente lo que Juan Pablo II quiere hacer. Al igual que ha encabezado la propuesta al servicio de la vida en contra de la cultura de la muerte, así también ahora está luchando contra la mentalidad de divorcio. El futuro de la sociedad depende del caso que se haga a sus palabras.

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ZENIT Staff

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