«Pueblo de Dios», 25 años presentando en TV una Iglesia «misionera y samaritana»

Habla Julián del Olmo, director del programa en la TV pública española

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MADRID, miércoles, 24 octubre 2007 (ZENIT.org).- Acaba de cumplir 25 años «Pueblo de Dios», programa de televisión emitido por el canal «La 2» de Radio Televisión Española, dirigido por Julián del Olmo, con más de 1.300 programas a sus espaldas y 5.000 personas entrevistadas.

Del Olmo empezó a mostrar sus dotes de escritor y periodista en la revista española «Vida Nueva». Luego, pasando por otras experiencias, aterrizó en este programa creado a raíz de la transición española para dar espacio a la dimensión religiosa.

«Pueblo de Dios», que inició el genial sacerdote y escritor José Luís Martín Descalzo, ha estado quince años bajo su dirección. El programa ha visitado al menos medio centenar de países.

En esta entrevista concedida a Zenit, Del Olmo cuenta en primera persona lo que ha supuesto la experiencia para aquel entonces joven sacerdote que inició su periodismo en un momento crucial para la Iglesia en su país.

–Veinticinco años recorriendo los senderos de una Iglesia, especialmente la misionera, fuertemente encarnada en la realidad. ¿Puede comunicar a Zenit su mayor alegría y su mayor tristeza en esta andadura?

–Julian del Olmo: Llevo quince años haciendo «Pueblo de Dios», primero como adjunto a la dirección y después como director del programa, y en este tiempo he recorrido medio mundo, entrevistando a miles de personas y vivido situaciones increíbles.

En la visión global que tengo del mundo me ha quedado grabado, en la retina del corazón, «la magnitud de la pobreza» y el convencimiento de que la solución pasa por establecer la «Justicia», con mayúscula, a escala planetaria porque «la solidaridad», aunque necesaria e imprescindible, no arreglará por sí sola el problema. Y junto a ello, veo la falta de «voluntad política» de gobiernos e instituciones internacionales para solucionar el hambre y la miseria porque a los «gobernantes y gobernados» de los países desarrollados nos va muy bien con el sistema actual y no nos interesa cambiarlo. El cambio tiene que empezar por uno mismo.

En estos años, he bajado a los infiernos de los suburbios de Nairobi y de Bombay. He visto los huecos de las piernas segadas por las minas antipersona, en Camboya y Mozambique. He visto morir a niños de meses, en Malawi y Zambia, porque sus madres enfermas de sida y de hambre no tenían leche en sus pechos ni en la despensa. He visto a los jóvenes embarcarse en frágiles pateras y cayucos, en Marruecos, Mauritania y Senegal, rumbo al paraíso europeo sin saber si llegarían a alcanzarlo.

Y he visto, también, la infinita paciencia de los pobres, su humanidad y la alegría de vivir que contrastan con la impaciencia, deshumanización y desesperanza de los que vivimos en el mejor de los mundos.

En África y en América he participado en infinidad de eucaristías en las que se celebraba, festivamente, la Buena noticia del Evangelio y la Pascua del Señor, en contraste con muchas de nuestras misas «rutinarias y aburridas».

–Usted era un sacerdote joven lleno de energía y creatividad cuando empezó, según nos consta. Pasó de una diócesis pequeña a la metrópoli. Ahora su audiencia es global. ¿Qué queda de aquella dimensión poética, juvenil, entusiasta?

–Julián del Olmo: Los años pasan pero no me pesan, todavía, al menos hasta el punto de quitarme la ilusión de seguir haciendo lo que me gusta y transmitiendo lo que creo. Con el ejercicio del sacerdocio periodístico cumplo el mandato de mucha gente que, cuando tenía la tentación de quedarme en los países que visitaba, me decía: vuelve a España para seguir haciendo tu trabajo y siéntete «misionero del Tercer Mundo en el Primero». Y así me siento.

Los años no me han hecho perder la ilusión de trabajar por otro mundo posible, ni la esperanza de que algún día el mundo soñado sea realidad, aunque yo no lo vea.

De hecho, hay mucha más gente de lo que parece empeñada en ello y, al menos en su entorno, la están consiguiendo.

–Alguno de sus proyectos de entonces vive una vida lánguida e inconformista con todo lo que huela a estructura eclesial. En cambio, su trayectoria personal parece indicar que ha hecho amar desde la información de la realidad a una Iglesia comprometida y organizada a la vez. ¿Son Iglesias distintas?

–Julián del Olmo: La Iglesia que yo vivo es universal, católica. Veo el conjunto a modo de una gran orquesta y que si algún instrumento desafina pasa un tanto desapercibido. Los medios de comunicación se fijan más en los solistas que en el conjunto de la orquesta.

«Pueblo de Dios» presenta el rostro «misionero y samaritano» de la Iglesia, la parte más creíble de la Iglesia porque, como dice el refrán castellano, «obras son amores y no buenas razones». Y yo me muevo en ese campo y me considero un privilegiado porque tengo la perspectiva de la inmensidad de la acción social de la Iglesia en el mundo y eso me hace sentirme orgulloso de la Iglesia a la que pertenezco. Los problemas de «internado» me ocupan y me preocupan menos. Me adentro en el mar y paso de puntillas por los arroyos.

–¿Cuál es el reto de un periodista católico en una televisión para un público cada vez más mestizo cultural y religiosamente hablando?

–Julián del Olmo: El reto de un periodista católico en televisión, como en cualquier otro medio de comunicación, es ser buen periodista, buen profesional y hacer un producto de calidad teniendo el lenguaje de los medios y la pluralidad ideológica, cultural y religiosa de los destinatarios.

El periodismo católico siempre ha tenido la tentación de la «propaganda». En «Pueblo de Dios» tratamos de hacer un programa que tenga «credibilidad» y resulte interesante tanto para creyentes como no creyentes.

–¿Piensa, como dijo hace 25 años un sacerdote muy conocido en la Iglesia española, cuando se iniciaban los programas religiosos, que a la transmisión de la misa hay que tratarla como un espectáculo?

–Julián del Olmo: La televisión es un medio que convierte todo en espectáculo. La misa no es una excepción. La misa es en sí misma una celebración ritual, con muchos símbolos que dan juego para una buena retransmisión. Nada más hay que ver las retransmisiones de la RAI desde la basílica de San Pedro.

Pero detrás del «espectáculo televisivo» hay algo más y ese es el reto que tenemos los comunicadores católicos: saber transmitir el fondo y la forma con los lenguajes icónicos y con profesionalidad. Y lo mismo sucede con otros temas de ámbito religioso y espiritual. La superficialidad está contraindicada para el periodismo católico.

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ZENIT Staff

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