«Sólo Cristo puede salvar a la humanidad», recuerda el profesor Amato

En vísperas de la cumbre de teólogos que se celebra en Murcia

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ROMA, 21 noviembre 2002 (ZENIT.org).- El sacerdote Angelo Amato, secretario de la Academia Pontificia Teológica, es uno de los principales ponentes en el Congreso Internacional de Cristología «Cristo, camino, verdad y vida» que presidirá el cardenal Joseph Ratzinger en la Universidad Católica de San Antonio (UCAM) de Murcia entre el 28 y el 30 de noviembre (http://www.ucam.edu).

Amato, salesiano y catedrático de teología dogmática, comparte con Zenit algunas de las intuiciones que desarrollará en su ponencia «Jesucristo en la historia general y en la historia particular de la salvación».

–¿Como es posible explicar el valor de la salvación a un mundo que no experimenta la necesidad de ser salvado?

–Amato: También hoy la humanidad anhela el gozo, la felicidad, la vida, la verdad. La salvación ofrecida por Jesús es la respuesta a estas eternas exigencias. Su nacimiento es gozo para toda la humanidad.

Su palabra, su revelación es luz de verdad que ha iluminado los siglos y continúa iluminando todavía hoy la historia. Su misterio de muerte y resurrección ofrece la primicia de su vida eterna. El deseo más profundo del hombre viene así realizado: vivir eternamente.

Pero la salvación cristiana toca también aspectos concretos y prácticos de la vida cotidiana, que hoy tienen gran actualidad.

Dice Jesús: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me distéis de beber. Era extranjero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a encontrarme». Y añadió que cada vez que se hace esto a uno de sus hermanos más pequeños, a Él se le hace.

La hospitalidad, la acogida, la atención a los necesitados son gestos concretos de salvación válidos para hoy.

–¿Qué significa el hecho de que Jesús es el único mediador de la salvación?

–Amato: La respuesta a esta pregunta ha sido dada por la declaración «Dominus Iesus» (6 de agosto de 2000) de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero la raíz de la respuesta se encuentra en el Nuevo Testamento, sobre todo en la primera predicación de los apóstoles.

Por ejemplo, en su discurso ante el Sanedrín, Pedro para justificar la curación en el nombre de Jesús del hombre malformado de nacimiento (Hechos 3, 1-8), proclama: «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4, 12).

El mismo apóstol, en la casa del centurión Cornelio en Cesarea, confirma: «Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación que le teme y practica la justicia le es grato» (Hechos 10, 34-35). Pero añade que Jesucristo es «el Señor de todos»; «constituido por Dios juez de vivos y muertos»; por esto «todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados» (Cf. Hechos 10, 36. 42. 43).

También el apóstol Juan afirma: «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». (Juan 3, 16-17).

En el Nuevo Testamento, la voluntad salvífica universal de Dios está íntimamente ligada a la única mediación de Cristo: Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1Timoteo 2, 4-6).

Por este inequívoco dato bíblico, la Iglesia, ayer y hoy, reafirma la universalidad salvadora del misterio de la Encarnación y del misterio mismo de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo y de su sacramento universal de salvación.

–¿Por qué hay tantas religiones si al final hay una sola vía para la salvación?

–Amato: El que haya tantas religiones es un hecho. La humanidad es fundamentalmente religiosa y en consecuencia quiere tener como interlocutor a Dios o a un más allá sacro que responda a sus preguntas sobre el significado y sobre el valor de la propia existencia.

Las otras religiones, con sus eventuales valores, pueden ser consideradas como preparación evangélica.

Sin embargo, por voluntad del Dios Trinitario, la humanidad se salva por obra del misterio de Jesucristo, Hijo del Dios encarnado, camino, verdad y vida, como vemos en el Evangelio de Juan.

–¿Por qué la declaración «Dominus Iesus», a la que usted hacía alusión, fue mal recibida en algunos ambientes dentro y fuera de la Iglesia católica?

–Amato: En «L’Osservatore Romano», en la edición semanal en inglés, el cardenal irlandés Cahal Brendan Daly ha descrito muy bien el mecanismo de la actual comunicación social, que es inmediata pero, como en este caso, poco veraz.

He publicado una reseña en la revista «Path», sobre las reacciones a la «Dominus Iesus» y querría recordar tres de los puntos básicos que escribí: en primer lugar, los medios de comunicación social no han hablado sobre el núcleo central de la «Dominus Iesus».

En segundo lugar, han usado tonos alarmantes sobre el fin del diálogo ecuménico, usando los habituales estereotipos lingüísticos de «cerrazón» y de «retorno al pasado».

En tercer lugar, han olvidado que las afirmaciones de la «Dominus Iesus» no hacen más que repetir lo mismo que dijo el Concilio Vaticano II. En el «Boston Globe», del 9 septiembre del 2000, se llegaba a afirmar no sólo que la «Dominus Iesus» descalificaba a los protestantes, sino que llega a decir que ¡les negaba el reino de los cielos!

Sin embargo, es bastante conocida la inexactitud de los medios de comunicación en cuestiones religiosas y sobre todo en problemáticas de teología católica. Pero en el caso de la «Dominus Iesus» se ha alcanzado el culmen del grotesco. A mi no me parece que este hecho sea una simple casualidad.

–¿Qué piensa de la propuesta de que la Iglesia católica pronuncie una declaración dogmática sobre María Correndentora?

–Amato: Más que mi opinión personal vale la del magisterio de la Iglesia, y en este caso la del Concilio Ecuménico Vaticano II, que tomó en consideración esta hipótesis, pero la descartó.

De hecho, los títulos de cooperación que el Vaticano II atribuyó a María fueron los siguientes: abogada, auxiliadora, socorro, mediadora («Lumen Gentium» n. 62).

El Santo Padre Juan Pablo II, en la encíclica mariana «Redemptoris Mater» desarrolló ampliamente el título de mediadora.

El Concilio Vaticano II, en su primer documento, no ve en María a la corredentora sino más bien «el fruto más excelso de la redención» («Sacrosanctum Concilium» n. 103). Es lo que se afirma en la constitución litúrgica.

–La abundancia de congresos sobre cristología hoy, ¿denotan que el debate sobre la unicidad salvífica de Jesucristo es puesta en discusión?

–Amato: No falta quien en el debate teológico actual afirma que todas las religiones son igualmente válidas. Tampoco falta quien, en contraposición a este relativismo, afirma que todas las religiones no cristianas son idolátricas (esta posición no es católica, viene del gran teólogo protestante Karl Barth).

El debate teológico hoy se centra propiamente en una indicación del Concilio Vaticano II, la cual afirma que la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una auténtica cooperación, que es participación de la única fuente.

Los congresos de teología actuales intentan profundizar el contenido de esta mediación participada, que debe ser regulada siempre por el principio de la única mediación de Cristo: Si no son excluidas mediaciones participadas de diferente naturaleza y orden
, éstas, no obstante, adquieren significado y valor únicamente por la de Cristo, y no pueden ser entendidas como paralelas y complementarias.

Resultarían contrarias a la fe cristiana las propuestas que plantearan una acción salvífica de Dios fuera de la única mediación de Cristo.

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ZENIT Staff

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