ROMA, 24 enero 2001 (ZENIT.org).- Por primera vez el Patriarcado de Moscú ha afrontado cuestiones sociales que tienen que ver con la actuación de los servidores públicos, al frente de la administración o del gobierno.
Lo ha hecho en un documento titulado «Fundamentos de la concepción social de la Iglesia Ortodoxa Rusa», aprobado en el Concilio celebrado en agosto del mes pasado, a propuesta de una comisión de trabajo presidida por el metropolitano Kirill, responsable del Departamento de Exteriores del Patriarcado de Moscú.
Un diario ruso lo ha calificado como «un intento ambicioso de autodefinirse ante el mundo contemporáneo».
La Iglesia ortodoxa parece querer superar su papel histórico, que la unió a la monarquía y que después la llevó a presentarse como única Iglesia admitida por el régimen soviético, para adaptarse a los nuevos tiempos.
Según indica hoy el diario italiano católico «Avvenire», más que un documento de «doctrina social» cristiana el texto de los obispos rusos es una «teoría política». No por casualidad, añade, la primera parte del largo documento está dedicada a las relaciones Iglesia-nación e Iglesia-Estado.
Según afirma el padre Jean-Yves Calvez, en el último número de la revista publicada en francés «Rusia cristiana», «antes que una moral social, la Iglesia ortodoxa pone en juego su eclesiología».
El documento abandona la vieja teoría «sinfónica» de la plena armonía entre Iglesia y Estado. Si bien denota cierta preferencia por la forma política de la monarquía (considerada como más respetuosa de los valores espirituales que la democracia), no busca la restauración zarista. En este sentido, el documento indica que «no se puede excluir en el futuro la posibilidad de un renacimiento espiritual con una forma religiosamente más alta de Gobierno».
Las alusiones al totalitarismo soviético son pocas y elusivas. Por el contrario se ve una clara voluntad de afirmar la propia independencia ante el Estado actual, hasta el punto de que el documento avanza incluso la hipótesis de «la desobediencia civil» en el caso de que el poder civil se enfrente a la ley divina.
El documento acusa, sin embargo, una fuerte dependencia del concepto de nación tradicional y el explícito llamamiento a un «patriotismo activo». «Cuando una nación constituye, en la totalidad o en modo predominante, una comunidad ortodoxa uniconfesional, puede en cierto modo ser considerada como una comunidad de fe, una nación ortodoxa», afirma.
Este es quizá uno de los debates más interesantes que suscita el documento: ¿Quién puede mantener hoy que la mayoría de los habitantes de Rusia forman una comunidad cultural, religiosa y étnica tal y como requiere el antiguo concepto de nación?
La ambivalencia del documento es más evidente cuando se habla de libertad de conciencia. El documento indica que es un principio que «testimonia la disgregación del sistema de valores espirituales y la apostasía en masa, en una sociedad indiferente a los deberes de la Iglesia y a la salvación eterna», aunque la admite, a regañadientes, como algo que garantiza «la existencia y la independencia de la Iglesia en el mundo no religioso».
Está lejos todavía de reconocer la Iglesia ortodoxa rusa la libertad de conciencia como uno de los derechos fundamentales de la persona humana.
Se nota, en cambio, gran sintonía con la doctrina social de la Iglesia católica, en la segunda parte del documento. En ella se afrontan temas como la economía, la familia, la bioética y problemas de ética social en general. Es menos concorde con el catolicismo al exponer el concepto de «guerra justa».