CIUDAD DEL VATICANO, 12 septiembre 2001 (ZENIT.org).- La audiencia general de Juan Pablo II en este miércoles quedó marcada por los dramáticos atentados que golpearon este martes a Estados Unidos y al mundo entero.
Precisamente para crear un clima de recogimiento y oración, el obispo de Roma expresó el deseo de que no tuvieran lugar aplausos.
El Papa dirigió a los presentes un discurso en italiano para renovar su profundo dolor y su condena ante estos ataques que han provocado miles de muertos y heridos. A continuación, hablando en inglés, envió un mensaje de cariño y oración al pueblo estadounidense.
La audiencia general concluyó con una Oración de los fieles especial, sin precedentes en sus 23 años de pontificado.
Ofrecemos a continuación la intervención del pontífice.
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No podemos comenzar esta audiencia sin expresar profundo dolor por los ataques terroristas que en el día de ayer ensangrentaron Estados Unidos, causando miles de víctimas y numerosísimos heridos. Al presidente de los Estados Unidos y a todos los ciudadanos de ese país expreso mi más vivo pésame. Ante acontecimientos como éstos de un horror inenarrable es imposible no quedar consternados. Me uno a todos los que en estas horas han expresado su indignada condena, reafirmando con vigor que los caminos de la violencia nunca pueden llevar a auténticas soluciones de los problemas de la humanidad.
Ayer fue un día oscuro en la historia de la humanidad, una terrible afrenta contra la dignidad del hombre. Nada más recibir la noticia, seguí con participación intensa el desarrollo de la situación, elevando al Señor mi intensa oración. ¿Cómo pueden verificarse episodios de tan salvaje crueldad? El corazón del hombre es un abismo del que emergen en ocasiones designios de inaudita ferocidad, capaces en un momento de trastornar la vida serena y laboriosa de un pueblo. Pero la fe nos sale al paso en estos momentos en los que todo comentario parece inadecuado. La palabra de Cristo es la única que puede dar respuesta a los interrogantes que desasosiegan nuestro espíritu. Aunque la fuerza de las tinieblas parezca prevalecer, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra. Aquí encuentra su fundamento la esperanza cristiana; aquí se alimenta, en este momento, nuestra confianza orante.
Con cariño partícipe, me dirijo al pueblo de los Estados Unidos en esta hora de angustia y de espanto, en la que se pone a dura prueba el valor de tantos hombres y mujeres de buena voluntad. De manera especial abrazo a los familiares de los muertos y de los heridos y les aseguro mi cercanía espiritual. Confío a la misericordia del Altísimo las inermes víctimas de esta tragedia, por las que he celebrado esta mañana la santa misa, implorando para ellas el descanso eterno. Que Dios infunda valor a los supervivientes, sostenga con su ayuda la obra benemérita de los cuerpos de auxilio y de tantos voluntarios que en estos momentos están entregando todas sus energías para afrontar una emergencia tan dramática. Os invito también a vosotros, hermanos y hermanas, a uniros a mi oración.
Imploremos al Señor para que no prevalezca el torbellino del odio y de la violencia. Que la Virgen Santísima, Madre de Misericordia, suscite en los corazones de todos pensamientos de sabiduría y propósitos de paz.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit ]