ASTANA, 21 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Cuando en 1984 el joven Joseph Werth, nacido en Karaganda (Kazajstán), era ordenado sacerdote, nunca hubiera podido imaginar que un día el Papa de Roma podría visitar su tierra.
Hoy, a sus 48 años, el jesuita Werth se ha convertido en el obispo de una de las diócesis más grandes del mundo, Siberia Occidental, y da la bienvenida a su propia tierra, casi sin creérselo a Juan Pablo II.
Monseñor Werth y Karol Wojtyla son buenos amigos. En una ocasión, al visitar una parroquia de Roma, en su encuentro con los jóvenes, el Papa les puso como ejemplo a su amigo misionero, al que nombró con sólo 38 años, en 1991, obispo de Siberia, nada más caer el régimen soviético.
La historia de monseñor Werth es como la de muchos católicos de Kazajstán. Su familia era de origen alemán, llegada a la Rusia Europea en el siglo XVIII, en tiempos de Catalina II.
En los años treinta, en pleno régimen de Josip Stalin, fueron deportados a Kazjastán, al igual que muchos cristianos. «Las condiciones de vida eran muy duras, realmente dramáticas», recuerda el prelado.
De hecho, las deportaciones de alemanes, ucranianos, rusos…, constituyen precisamente el origen del renacimiento del cristianismo en las inmensas llanuras de esta inmensa nación del tamaño de la Unión Europea pero con la población de los Países Bajos.
El primer amigo sacerdote que conoció Joseph Werth fue el obispo Aleksander Chira, obispo húngaro de rito oriental, ordenado clandestinamente, y condenado en 1948 a 25 años de trabajos forzados en campos de concentración en Siberia. Al terminar la sentencia, fue condenado de nuevo a 5 años a trabajos forzados en Karaganda.
Antes de la llegada del «padre» Chira, la comunidad católica había mantenido la fidelidad gracias a la labor de otro superviviente de los campos de concentración, el padre Wladislaw Bukowinski, quien entre 1954 y 1971, año de su muerte, bautizó y catequizó a miles de deportados, con la ayuda de una religiosa, sor Gertrudis.
En 1977, la comunidad católica logró obtener la legalización oficial. En 1978, el «padre» Aleksander construyó la primera Iglesia en Karaganda. En 1982, apareció por primera vez en público con los ornamentos episcopales, pues hasta entonces había mantenido en secreto su ordenación episcopal.
Un año después de su muerte, en 1983, Joseph Werth era ordenado sacerdote y enviado primero a Marx, cerca de Saratow (Rusia) y, siete años a Siberia, como obispo.
Hoy, Kazajstán cuenta con una diócesis, tres administraciones apostólicas (es decir, circunscripciones confiadas a obispos pero que todavía no tienen el rango de diócesis), entre 200.000 y 400.000 fieles, 37 parroquias, 62 sacerdotes, 74 religiosas, más de 30 seminaristas, y 50 catequistas.
Monseñor Werth, al recibir al Papa en su país quiere dejar el mismo mensaje que pronunció su maestro de juventud, monseñor Chira, al celebrar sus sesenta años de sacerdocio: «Si el Señor me diera la vida cien veces, cien veces escogería este camino del sacerdocio».