«La paz es obra de la justicia»

El historiador Giorgio Rumi y la actual crisis internacional

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MILAN, 28 sept 2001 (ZENIT.orgAvvenire).- Al concluir su viaje a Armenia, el jueves, Juan Pablo II afirmó en una declaración conjunta con el catholicós Karekin II que la situación internacional actual exige escoger «entre el bien y el mal», «entre la humanidad y la inhumanidad».

Giorgio Rumi, uno de los expertos europeos de mayor prestigio en historia contemporánea, columnista de «L´Osservatore Romano», en esta entrevista opina: «Es una llamada a que Occidente salga de un cierto adormecimiento, de una especie de fuga que cree que la paz y el progreso estarán siempre garantizados».

«Nos hemos convencido de que seremos cada vez más ricos, más sanos y que viviremos cada vez más –añade–, traicionados por intelectuales y políticos, que encontrarían sumamente impopular hablar, como Churchill, de «lágrimas y sangre»».

–Sacrificios… Algunos opinan que costaría incluso la guerra. Una palabra que suscita temor. ¿Cuál es la doctrina de la Iglesia, a lo largo de la historia, respeto al recurso a las armas?

–Giorgio Rumi: La tradición católica nunca ha estado, a lo largo de los siglos, por la paz entendida en modo absoluto. La Iglesia ha pedido siempre la paz según la justicia. Una paz, por tanto, que no es consagración de un orden o de un desorden preexistente. Nunca ha predicado, en el nombre de la paz, la sumisión a los tiranos.

En el siglo XVII, los jesuitas «monarquistas» consideraban justa la muerte de un tirano, incluso si era un rey legítimo, si no había otro modo para restablecer la justicia. Ni se ha mantenido nunca que la revolución sea siempre y de todos modos equivocada. Un pueblo oprimido tiene el derecho e incluso el deber de rebelarse, cuando no hay otra vía posible.

–¿Quiere decir que la Iglesia está a favor de la paz, pero no a cualquier precio?

–Giorgio Rumi: El precio de la paz no puede ser la injusticia o los atropellos. La tradición de la Iglesia en este sentido es clara y lineal, y sigue siéndolo.

Al leer los periódicos, parece que existe una presunta fractura entre una Iglesia pacifista y una Iglesia favorable a la intervención, entre un Papa pacifista y unos obispos estadounidenses o italianos intervencionistas.

Si se leen con serenidad las intervenciones de los unos y de los otros, emerge una continuidad: el derecho y la obligación moral de defender el bien común, respetando la proporcionalidad entre respuesta y ofensa y la falta de alternativas. El recurso a la acción militar aparece como última alternativa.

La división que buscan crear los medios de comunicación podría tener un doble objetivo: el primero, elegirse una especie de «capellán de la corte», al que quieren hacer decir lo que más conviene según la propia causa; el segundo, debilitar el vigor de la postura de la Iglesia.

–No faltan, también entre los fieles, quienes piensan hoy en la renuncia unilateral de Occidente a cualquier reacción o respuesta a los terroristas.

–Giorgio Rumi: Así como a nivel individual tengo el deber de intervenir ante una violencia de la que soy testigo, incluso a riesgo de mi vida y de la vida del mismo agresor; así también sucede a nivel colectivo. En agosto de 1917, el Papa Benedicto XV escribió a las naciones en guerra no sólo para lamentar «la inútil masacre» sino también para subrayar las condiciones necesarias para volver a encontrar la paz.

Por ejemplo, habló de la necesidad de reconstituir Bélgica, aunque requiriera el uso de las armas. La paz, para la Iglesia, es obra de justicia («La paz es obra de la justicia», era precisamente el lema del Papa Juan XXIII).

Los católicos no son conservadores del orden existente, cualquiera que sea.

–¿Qué dice la Iglesia tras el 11 de septiembre?

–Giorgio Rumi: No invita a la resignación sino que más bien llama a que lo que ha sucedido no se repita. Que ningún símbolo, ya sea Westminster o La Meca, pueda volver a ser aniquilado por el terrorismo. Y este riesgo hay que aniquilarlo incluso con la fuerza.

Naturalmente, la cuestión del cómo es muy difícil y dramática, porque la historia nos enseña que es dificilísimo proteger a los inocentes.

¿Cuántos inocentes murieron en los bombardeos de la Alemania nazi? No hay que ser hipócritas. Hay un bien común que defender. El Papa habla como maestro de verdad y de derecho natural; no es un estratega militar. Otros decidirán qué hacer y cómo hacerlo, en concreto.

El Papa recuerda a todos que, si se emprende la guerra, debe hacerse con la intención de no hacer daño a los inocentes y sólo cuando están cerradas todas las demás vías de superación del peligro.

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ZENIT Staff

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