CIUDAD DEL VATICANO, 24 febrero 2002 (ZENIT.org).- La noticia arrancó lágrimas entre alguna mujer filipina: Juan Pablo II tuvo que anular la visita a la comunidad de inmigrantes de ese país, que en muchos casos experimenta en Roma abusos laborales y el desarraigo de su familia y cultura.

En la tarde del sábado, el portavoz vaticano Joaquín Navarro-Valls había emitido un comunicado de prensa para informar que el pontífice tuvo que cancelar una visita a la Basílica de Santa Prudenciana en la mañana de este domingo a causa de problemas en las rodillas.

La Basílica sirve como centro espiritual para los 23 mil filipinos y filipinas que viven en Roma, una de las comunidades de inmigrantes más numerosas y dinámicas de esa ciudad.

«Debido a un episodio de dolor articular provocado por una artrosis en la rodilla derecha, el Santo Padre ha aplazado la visita prevista a la basílica de Santa Prudenciana», decía el comunicado de prensa del Vaticano.

El pontífice, sin embargo, pudo mantener su tradicional encuentro con los fieles del domingo a mediodía para rezar la oración mariana del «Angelus».

En lugar del Papa, celebró la misa a la comunidad de filipinos de Roma su obispo vicario para la ciudad eterna, el cardenal Camillo Ruini.

El padre Remo Bati, coordinador nacional de las comunidades católicas filipinas en Italia, al llegar comenzar la eucaristía, confesó: «Estamos tristes porque Juan Pablo II no está aquí, con nosotros. Estamos muy disgustados por este pequeño problema de salud que ha afectado al Papa, pero de todos modos no nos desalentamos, pues sabemos que nos ama, y nos invita a seguir nuestro camino de fe».

La eucaristía sin embargo fue estupenda, celebrada con gran intensidad y con ese color y folklore típico de la fe del único país asiático de mayoría católica.

El cardenal Ruini leyó la homilía que había preparado el Papa, en la que daba gracias a los inmigrantes de Filipinas por haber mantenido las tradiciones y mantener viva la fe «con una asidua práctica religiosa».