VIENA, 8 noviembre 2002 (ZENIT.org).- Pedir la eutanasia es una señal de alarma. Frecuentemente la petición desesperada de morir no es sino una demanda de ayuda, de amor y de alivio del dolor.
Así se expresó el responsable de la Pastoral de la Familia de la Conferencia Episcopal Austriaca, monseñor Klaus Küng, obispo de Feldkirch, interviniendo el pasado 1 de noviembre en el congreso científico Van Swieten celebrado en Viena, informa la Agencia SIR.
«Una sociedad que mata a las personas con incapacidades, a los enfermos, a los ancianos y a los moribundos, es inhumana», afirmó.
Frente a conceptos como «autodeterminación» y «libertad de elección» a favor de la eutanasia, monseñor Küng observó que «sin fe en Dios, se sucumbe a la tentación de abreviar o poner fin a la existencia cuando prevalecen las experiencias dolorosas».
«Sólo con la fe en Dios y en la vida eterna –explicó–, la vida puede verse, desde su comienzo hasta la muerte natural, como posibilidad de desarrollo que comprende también el dolor».
El prelado aclaró que «ayudar al suicidio nunca puede ser un servicio de amor» porque «matar es siempre contrario a amar, y sería una forma errónea de compasión. Con la verdadera compasión, aumentan las atenciones».
El uso de «medios extraordinarios» para la conservación de la vida no está considerado por la Iglesia como «una obligación en ningún caso». Hay que dar importancia más bien, según el obispo, a la «medicina paliativa», orientada a «hacer más soportable el dolor en la fase final de la enfermedad» y a «ofrecer a los pacientes un acompañamiento adecuadamente humano y, si se trata de creyentes, religioso».
De esta manera –concluyó–, se podría «contribuir en gran medida a hacer que los moribundos, conscientes de la proximidad de la muerte, arreglen sus cosas, alcancen la paz interior, se despidan de sus familiares y amigos y se preparen para el encuentro definitivo con Dios».