CIUDAD DEL VATICANO, 13 noviembre 2002 (ZENIT.org).- El modelo de entrega total a los enfermos pobres de Soledad Torres Acosta será propuesto en piedra a partir de ahora a los peregrinos que visitan la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Juan Pablo II bendijo al final de la audiencia general de este miércoles la estatua de la santa española (1826-1887), fundadora de las Siervas de María, Ministras de los enfermos, que será colocada en el exterior del templo más grande de la cristiandad, en la plaza de los Protomártires Romanos.
El pontífice ha enviado además un mensaje a las Siervas de María (2.380 religiosas esparcidas en 126 casas por todo el mundo), quienes celebran su XXIII Capítulo General.
La novedad de esta comunidad religiosa desde sus orígenes es la asistencia de las religiosas a domicilio y totalmente gratis a los enfermos que lo solicitaran.
Soledad nació en 1826 en Madrid (España). El párroco de un barrio pobre de Madrid se entristecía al ver que muchos enfermos morían en el más completo abandono y sin recibir los santos sacramentos. Y pensó en reunir a un grupo de mujeres que visitaran a los enfermos en sus domicilios y les ayudaran a bien morir.
Al enterarse Soledad Torres de este deseo se presentó para ayudarle en el proyecto. Desde niña había asistido a varios moribundos y se sentía llamada por Dios a asistir a enfermos y moribundos.
Junto a seis compañeras, fundó el 15 de agosto de 1851 la comunidad religiosa. Por aquellos tiempos llegó a Europa la terrible epidemia del cólera y en los hospitales no cabían los enfermos. Muchos de ellos eran abandonados por sus familiares por temor al contagio.
Fue entonces cuando María Soledad y sus religiosas se multiplicaron por todas partes para atender a los más abandonados. Murió el 11 de octubre de 1887 a la edad de 61 años. Fue canonizada por Pablo VI en 1970.
En su mensaje, el Papa firma dirigiéndose a las Siervas de María que «el carisma que os caracteriza, la atención de los enfermos en sus propios hogares, sintoniza bien con la fuerza creativa de la caridad que ha de tener toda acción eclesial, a la vez que trata de plasmar concretamente la exigencia de que cada gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno».
El obispo de Roma recomienda a las religiosas que recen el Rosario frecuentemente «mientras atendéis a los enfermos».
«Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la "escuela" de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje. ¿Qué mejor manera de asimilar los mismos sentimientos que Cristo, implorar a su Madre que vele por sus hijos enfermos o ahondar en el sentido propiciatorio del dolor?», pregunta el Papa.
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Nov 13, 2002 00:00