Conclusiones generales del Congreso Continental sobre Iglesia e Informática

MONTERREY, 6 abril 2003 (ZENIT.org).- Publicamos las «Conclusiones» que fueron expuestas ante la asamblea plenaria del Congreso Continental sobre Iglesia e Informática que se celebró del 2 al 5 de abril en la ciudad mexicana de Monterrey con el lema «Hacia una red humana de respuestas y ayudas» con la participación de representantes de unos 30 países.

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El acto de clausura había sido precedido por la misa presidida por el presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, el arzobispo John Patrick Foley.

CONCLUSIONES

Las conclusiones de este primer Congreso Continental Iglesia e informática se estructurarán en dos momentos. Un primer apartado en el que les presentaré, a modo de introducción, algunas conclusiones en el orden de los principios del, pudiéramos denominar, «contexto» del Congreso que se ha desarrollado en las conferencias plenarias, en la propuesta de experiencias y en la recepción que las ideas que han marcado y focalizado los temarios presentes durante estos días de comunicación y de comunión. En un segundo momento ofreceré, de forma sistemática, las conclusiones de los grupos, como «texto» del Congreso.

Hay dos apuntes previos que quisiera compartir con todos ustedes. El primero está tomado del filósofo Michael Polanyi cuando afirma que «el conocimiento tácito es más fundamental que el conocimiento explícito: podemos conocer más de lo que podemos decir, y nada podemos decir sin apoyarnos en nuestra consciencia de las cosas que, posiblemente, no seamos capaces de decir».

Y la segunda idea, en esta labor de coordinar las conclusiones, está tomada de la literatura, en este caso de la obra «El hablador» de Mario Vargas Llosa (ésta ha sido nuestra tarea, con la inestimable colaboración de monseñor Juan Luis Ysern, el P. Roberto Viola, S. J., y el profesor Gerardo Pastor Ramos). Un extranjero visita a los machigüengas dispersos, un hombre que está tan enamorado de la gente «que anda» y de sus historias, y de su vida, que se convierte en el hablador. Pasa mucho tiempo en la carretera, ahora la carretera de las ideas y de las experiencias del Congreso, llevando noticias de un lugar a otro, «recordando a cada miembro de la tribu que están vivos, que a pesar de las grandes distancias que los separan, aún forman una comunidad, comparten una tradición y unas creencias: antepasados, alegrías, desgracias».

CONCLUSIONES DE CONTEXTO

Este primer Congreso Continental Iglesia e Informática, bajo el subtítulo, «Hacia una red humana de respuestas y ayudas», celebrado en la ciudad mexicana de Monterrey, durante los días 2 al 5 de abril de 2003, organizado por el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales y el CELAM, con la colaboración de la Conferencia Episcopal de México y del arzobispado de Monterrey, ha evolucionado desde el sentido de la pregunta, desde el sentido de la cuestión hacia la cuestión del sentido. Ésta ha sido nuestra primera respuesta al mensaje pontificio que nos envió el cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado de Su Santidad Juan Pablo II, invitándonos a la búsqueda de «respuestas válidas que se han de integrar en las de la Iglesia, en su papel indeclinable de dar sentido al acontecer cotidiano y a la marcha de la humanidad y de la historia», y que nos acerca los ecos de lo que nos pide Juan Pablo II en la Tertio Millennio Ineunte: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo» (TMI, 43).

Vivimos en la revolución de la información, también no muy certeramente denominada del saber, que es de forma principal la revolución en la gestión y en los efectos de la información. Los cambios comunicacionales contemporáneos se han impuesto como ejes principales en la estructura mundial, desplazando a otros factores clásicos en la configuración de la sociedad. La revolución del conocimiento nos plantea la pregunta por el valor de la información al servicio de la humanidad. (El Concilio Vaticano II nos recuerda que debemos «escuchar atentamente, comprender e interpretar con ayuda del Espíritu Santo los diversos lenguajes de nuestro tiempo y saber juzgarlos a la luz de la Palabra de Dios, para que la verdad revelada pueda ser entendida cada vez con mayor profundidad, mejor comprendida y presentada de forma más adecuada» (G.S. 44).

La investigación sobre la comunicación y sus medios siempre se ha definido en estrecha vinculación con el contexto de la historia y con el grado de desarrollo del propio sistema comunicativo. La epistemología que conviene al campo de la comunicación es la epistemología de la complejidad. La respuesta a este fenómeno cultural y social es la interciencia, como ha quedado reflejado en la interdisciplinariedad de los enfoques de las propuestas que se han oído en este Congreso. Y, sobre todo, la gestión de la complejidad deviene, en nuestro caso y para nosotros, como propuesta del sentido.

Vivimos un proceso acelerado de cambio cultural: una rápida evolución de las tecnologías digitales de la información y de la comunicación y el incremento de la presencia social y política de estas tecnologías, y de sus contenidos simbólicos, ante el debilitamiento de las instituciones clásicas que regían los procesos de socialización. Están naciendo las nuevas formas de relacionarse con los demás y con uno mismo, y se transforma la organización espacial y temporal de la vida social, creando nuevos modos de acción y de interacción, de ejercer el poder, disociados al hecho de compartir, y de responsabilidad en pos del bien común. Nuestro tiempo es de la razón cambiante y de la velocidad vital. Los cambios antropológicos a los que estamos asistiendo se manifiestan como cambios culturales. No hablamos de una persona nueva en su esencia y en su naturaleza, sino nueva en su manera de vivir, de mirar, de pensar, de relacionarse con Dios y con los demás, de trabajar, de producir, de consumir su tiempo de ocio.

El surgimiento de esta nueva cultura, que algunos autores han denominado cultura digital o cultura Internet, puede identificarse por el concurso de cuatro procesos simultáneos: integración-digital o combinación de formas artísticas y tecnología; interactividad, o capacidad del usuario para crear nuevas redes de asociación y de relación; inmersión o capacidad para entrar en la simulación de un nuevo entorno; y narratividad, o estrategias estéticas que derivan de los conceptos anteriores y que dan como resultado nuevas formas expresivas y nuevas presentaciones.

Nuestra respuesta es una propuesta holística destinada a salvar la integridad del hombre y su capacidad simbólica. Nuestra vocación y misión es la de integrar, en el panorama descrito anteriormente, al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres, en la ya definida cultura digital. Una integración en el ámbito del sentido que nace de aceptar agradecidamente como dones de Dios los medios de comunicación, clásicos y modernos.

Nuestra preocupación primera es la dignidad de la persona humana en una cultura digital que para ser auténticamente cultura debe estar al servicio del ser humano, y de lo que representan sus proyectos, la conciencia sobre sí mismo y sobre sus relaciones con los demás, y con la transformación de la naturaleza. Nuestra preocupación por la sociedad del conocimiento es nuestra preocupación por la verdad del hombre.

El análisis de esta nueva cultura se hace desde dos vertientes: la privada, que profundiza en el ámbito psíquico individual, es decir, en la mentalidad, conciencia, sentimientos y deseos de las personas; y colectiva, que escruta los parámetros sociales de la hipermodernidad pública. En el plano psíquico nos encontramos con el sujeto/individuo desconectado simbólica y cognitivamente de los compromisos sociales, de las responsabilidades colectivas. En el plano colectivo, el individuo está urgido por la satisfacción inmediata de sus deseos consumistas, por la necesidad continua de experimentar todo lo estimulante y transitorio. Ni busca, ni quiere dar sentido a su vida, sólo compartir con los demás el riesgo de existir, la ineludible circunstancia de tener que transi
tar por la vida social sin destino. Es un hombre del proceso en permanente proceso. A este hombre, y a esta cultura que marca una gradación axiológica del ser humano, presentamos una ética integral de la responsabilidad y de la participación, personalista y comunitaria, que nos ayude a superar las falsas dicotomías entre la dimensión privada y pública de las personas, en orden a la construcción de un genuino espacio público, de una opinión pública. Una ética acompañada por una propuesta estética que se traduce en una particular preocupación por la belleza en los nuevos lenguajes y en las nuevas formas de narración y discurso. La estética será nuestra principal aliada en la propuesta ética de la comunicación y de la información. La estética es hoy, ante un mundo amenazado, una nueva forma de esperanza.

La recuperación del sentido, por tanto, es la recuperación de la totalidad del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres, en la universalidad de la propuesta, que lo es de una inteligencia en conexión; la aquí denominada conectividad. Es la propuesta de la construcción del sujeto como una red de significaciones generadoras de un nuevo modelo cultural. («La Iglesia que no cesa de contemplar el conjunto del misterio de Cristo, sabe con toda la certeza de la fe que la Redención llevada a cabo por medio de la Cruz, ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo, sentido que había perdido en gran medida a causa del pecado. Por esta razón la Redención se ha cumplido en el misterio pascual que a través de la cruz y la muerte conduce a la resurrección» R.H. 10). (La informática es una nueva ocasión, un tiempo de gracia, para profundizar y desarrollar la comunión en la vida de la Iglesia y en su diálogo con el hombre de hoy).

Nuestra vocación y nuestra misión son constructoras creativas de una siempre nueva red de sentido. El cristiano como «agente de sentido» y nuestras iniciativas como «agencias de sentido» son parte ineludible de nuestra respuesta a la «brecha antropológica» que subyace en las manifestaciones reduccionistas del hombre, de su naturaleza política, social, económica y cultural, presentes en la nueva cultura que se está generando y que está sosteniendo la «brecha digital». Podemos, por tanto, referirnos a una «brecha antropológica» ineludiblemente ligada a la «brecha digital». Un problema que siempre ha existido desde la creación de la tecnología como escritura. Hoy hablamos de analfabetismo tecnológico. No es nuevo este hecho, así nos lo han recordado. Pero lo que sí es nueva es la información que de él tenemos, de sus cambios y mutaciones y de sus implicaciones en la vida cotidiana de las personas. Nuestra respuesta a la «brecha digital» pasa por la solidaria educación en el uso y consumo de las nuevas tecnologías, con la oportuna creación de centros de formación y capacitación. En este sentido se ha dicho en el Congreso por parte de un acreditado representante de la UNESCO que la Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL) es «un ejemplo de primer orden; un modelo absoluto que está en la vanguardia de la aplicación de las nuevas tecnologías para el desarrollo y constituye un modelo único de ayuda al crecimiento, tanto material como espiritual, de aquellas comunidades que están interconectadas en dicha red». La RIIAL sigue siendo uno de las más válidas respuestas a las brechas antropológica y digital en nuestro continente. Proponemos, también, el cambio del lenguaje tecnológico de las convenciones al lenguaje tecnológico de las convicciones articuladas sobre la «esencia de lo humano». Teniendo muy presente que «el fundamento último y el primer modelo de la comunicación entre los hombres lo encontramos en Dios que se ha hecho Hombre y Hermano» (Cfr. CP 10.)

Evangelizar al hombre significa evangelizar la cultura, proponer modelos de sociedad inspirados en la Revelación, criterios y juicios de valor acordes con la dignidad humana. Internet se ha convertido en un escaparate cultural, o en una especie de metacultura universal en la que todas las culturas pueden expresarse. El Evangelio está y debe seguir estando en el corazón de la comunicación y de sus medios. La Iglesia tiene el deber de presentarse ante la nueva cultura digital como la gran alternativa para el futuro del hombre y el punto de referencia de una renovación de la sociedad, desde la fidelidad al Evangelio y a la fe transmitida y custodiada por la Iglesia. El encuentro personal con Cristo, «perfecto comunicador», será el criterio constituyente para una programación pastoral que conducirá a las personas del ciberespacio hacia una auténtica comunidad. La comunicación no es sólo un apéndice o apartado en nuestras programaciones pastorales; es el principal elemento configurador de la cultura con la que ineludiblemente tiene que dialogar la fe. Porque una fe que «no se traduce en una cultura es una fe que no ha sido plenamente acogida, totalmente pensada y fielmente vivida».

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ZENIT Staff

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