CIUDAD DEL VATICANO, 18 junio 2003 (ZENIT.org).- La auténtica «nueva era» es el descubrimiento de Dios, «enamorado» del ser humano, considera Juan Pablo II.
Para el pontífice lo que realmente puede abrir un nuevo futuro a todo hombre y mujer es el nuevo horizonte que abre el amor «cercano» de Dios, que se une en alianza de amor.
Así lo explicó al comentar este miércoles el Cántico de Isaías que aparece entre los capítulos 61 y 62, presentado por la Liturgia de los Laudes.
El canto, explicó el pontífice, «quiere representar el renacimiento de Jerusalén, ante quien está a punto de abrirse una nueva era. La ciudad es presentada como una novia que prepara para celebrar las bodas».
El símbolo del matrimonio, según reconoció el obispo de Roma, se convierte en «una de las imágenes más intensas para exaltar el lazo de intimidad y el pacto de amor que existe entre el Señor y el pueblo elegido».
Por este motivo, la ciudad de Sión –símbolo de todo el pueblo– tras unirse en alianza con su Dios cambia de nombre, para ser llamada Jerusalén. Algo así como sucede en algunas culturas con una novia, aclaró el Papa, que al casarse adopta el apellido del marido.
Para explicar esta nueva era, surgida de la alianza con Dios, el sucesor de Pedro retomó palabras sumamente gráficas del profeta: «No se dirá de ti jamás «Abandonada», ni de tu tierra se dirá jamás «Desolada», sino que a ti se te llamará «Mi Complacencia», y a tu tierra, «Desposada»».
«Los nombres que indicaban la precedente situación de abandono y desolación», constató Juan Pablo II, «son sustituidos ahora por los nombres del renacimiento y son términos de amor y ternura, de fiesta y felicidad».
«Al Dios lejano y trascendente, justo juez, le sigue ahora el Dios cercano y enamorado», añadió.
El Papa concluyó constatando cómo esta convicción aparece después en el Nuevo Testamento y entre los primeros cristianos, que aplicaron este Cántico a la relación de Cristo con su Iglesia.
En concreto citó al obispo de Milán, san Ambrosio (340-397), quien ponía en labios de Cristo estas palabras dirigidas a su Iglesia: «Ponme como un sello en tu corazón, como un sello en tu brazo», es decir: «¡estás acicalada, alma mía, eres preciosa, no te falta nada!»».
Con su meditación Juan Pablo II continuó la serie de intervenciones en las audiencias de los miércoles dedicadas a comentar los Salmos y Cánticos del Antiguo Testamento que han pasado a ser motivo de oración diaria para los cristianos. Pueden consultarse en la sección «Audiencia del miércoles» en la página web de Zenit (http://www.zenit.org/spanish/audiencia/).