CIUDAD DEL VATICANO, 25 junio 2003 (ZENIT.org–Fides).- Al recibir a los obispos de Burkina Faso y de Níger, con quienes se encontró al concluir su quinquenal visita «ad limina apostolorum», Juan Pablo II constató la vitalidad misionera de la Iglesia en estos países, que se ha expresado en múltiples formas a pesar de las dificultades ligadas a la precariedad de la vida de la población local.
Al concluir la visita, monseñor Philippe Ouédrago –obispo de Ouahigouya y presidente de la Conferencia Episcopal de Burkina Faso-Níger– explicó la dinámica actual de la vida eclesial, la inculturación de la fe y el diálogo interreligioso en la región.
–El Papa en su discurso a los obispos hizo referencia a la problemática del desarrollo y a la lucha contra la pobreza. ¿Cuál es la contribución que está ofreciendo la Iglesia para resolver estos problemas?
–Monseñor Philippe Ouédrago: Todo lo que interesa al hombre no puede dejar de interesar a la Iglesia. Por ello, como comunidad católica de Burkina Faso, nos sentimos parte activa en el desarrollo de todos los habitantes del país, cristianos y no cristianos. Hemos creado un organismo especial que se ocupa de los proyectos de desarrollo. Se trata del OCADES (Organización Católica para el Desarrollo y la Solidaridad), que trabaja en colaboración con la Fundación Juan Pablo II. Sus proyectos se dividen en tres áreas: desarrollo –promoviendo proyectos relativos sobre todo a la agricultura, gestión del agua con construcción de pozos, constitución de cooperativas de campesinos, etc.–, obras –asistencia a los más necesitados y educación, entre otros aspectos– y justicia y paz.
Quisiera centrarme en este último punto, porque uno de los problemas que enfrentamos es el de liberar a las jóvenes de la triste práctica de los matrimonios forzados. Se obliga a mujeres jovencísimas –entre 13 y 14 años– a casarse con hombres mucho mayores que ellas. Acogemos a las chicas que no quieren someterse a esta imposición en nuestros conventos, donde pueden estudiar y prepararse para una vida familiar libre de constricciones.
–¿Cómo vive la Iglesia de Burkina Faso la dimensión del diálogo interreligioso?
–Monseñor Philippe Ouédrago: Vivimos en un país muy diversificado desde el punto de vista religioso. La mayor parte de la población es musulmana, después están los que pertenecen a las religiones tradicionales y por último, los cristianos, en su mayoría católicos, y un pequeño grupo de protestantes.
En cuanto a las relaciones con los musulmanes, se ven facilitadas por el hecho de que el Islam en el sur del Sahara es normalmente abierto y tolerante. En nuestros países además los lazos de sangre son más fuertes que los de la fe. Se crean uniones matrimoniales entre personas de fe distinta. Así, en una misma familia es posible encontrar cristianos y musulmanes o animistas sin que existan problemas especiales.
En Pascua o Navidad los musulmanes asisten a la Misa y comparten la fiesta de los cristianos; lo mismo sucede en las festividades islámicas con los cristianos, que participan en la alegría de los musulmanes. Igualmente, en momentos como el nacimiento o muerte, todos, con independencia de su religión, son solidarios con la familia afectada.
Desgraciadamente asistimos también en nuestro país a la penetración de movimientos fundamentalistas financiados por algunos países árabes, aun cuando los jefes islámicos locales tratan de detener el fenómeno.
Por lo que se refiere a las religiones tradicionales, se trata de un ambiente muy abierto al cristianismo y con valores como la tolerancia y el espíritu de solidaridad.
En los últimos años también se han difundido en Burkina Faso las sectas de inspiración evangélica procedentes de países vecinos como Costa de Marfil, Nigeria, Ghana o incluso de los Estados Unidos.
–¿Y el problema de la inculturación de la fe?
–Monseñor Philippe Ouédrago: La inculturación es un desafío para todas las Iglesias particulares. Las Iglesias en África afrontaron la cuestión en el sínodo de 1994. Adoptamos dos criterios al respecto: la compatibilidad con el mensaje evangélico y la comunión eclesial. Este último punto significa que cada uno debe sentirse acogido en la Iglesia en Burkina Faso. (…) Esto no significa que en el plano litúrgico por ejemplo, no hayamos realizado algunas aperturas a la cultura local, introduciendo cantos y danzas de nuestras poblaciones. Pero lo hacemos con cierta moderación.
–Vuestra Iglesia, hija de los misioneros europeos, sólo un siglo después de la evangelización envía a sus propios sacerdotes al extranjero…
–Monseñor Philippe Ouédrago: La Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería Iglesia. Cuando en el año 2000 celebramos nuestros primeros 100 años de historia, nos interrogamos sobre el aspecto misionero. Habíamos recibido el don de la fe de los primeros misioneros llegados a nuestro país (los Padres Blancos) y pensamos que debíamos hacer un esfuerzo por la misión. Todas las diócesis ofrecieron un sacerdote. De esta forma, hemos enviado a nuestros misioneros a la parte mas desierta del país, el Sahel, y a las zonas vecinas: Níger (6 sacerdotes), Mali (3), y Chad (3). Tenemos además un sacerdote de Burkina Faso en Francia y otro en Italia invitado por una diócesis local. Después del 2000, creamos tres grupos de diócesis que por turnos envían de forma estable sacerdotes para la misión «ad gentes».