¿Qué significa ser Iglesia? El teólogo del Papa responde

Homilía del cardenal Cottier en el Centro Internacional Juvenil San Lorenzo (Roma)

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ROMA, miércoles, 16 junio 2004 (ZENIT.org).- Por su interés publicamos la homilía –difundida por «Korazym.org»– pronunciada el pasado 14 de mayo por el cardenal Georges-Joseph Marie Martin Cottier, O.P, teólogo de la Casa Pontificia, en la Eucaristía que celebró en el marco de los viernes «El camino hacia Colonia 2005» en el Centro Internacional Juvenil San Lorenzo (Roma).

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Hoy es la fiesta de un apóstol, el apóstol San Matías, del que, aparte de su existencia, sabemos pocas cosas. Pero nos da ocasión para reflexionar sobre qué significa ser Iglesia, por qué somos Iglesia.

En el fundamento de la Iglesia está la institución de Jesús de los Apóstoles. Jesús eligió doce discípulos. Y, como sabemos, uno le fue infiel, le traicionó. Este número, doce –que en la tradición bíblica indica también las doce tribus de Israel–, es constitutivo del colegio apostólico. Por ello, tras el abandono de Judas y la Resurrección de Cristo, se trató de sustituir a Judas, que faltaba. Y ahí encontramos una definición bellísima del apóstol, que no está lejos de nosotros. Debemos integrar estas cosas, interiorizarlas.

Por lo tanto son once, porque uno ha cometido traición, y se debe elegir a un nuevo apóstol. ¿Cómo hacerlo? Me refiero a lo que hemos oído en la primera lectura de la liturgia, que es de los Hechos de los Apóstoles (Cf. Hch 1, 15-17; 20-26. Ndr). La elección no viene de los hombres. La elección viene de Dios. Ya en la primera elección es Jesús quien elige entre el grupo mayor de sus discípulos a los doce apóstoles, doce discípulos a los que llama apóstoles, dice el Evangelio. Y ahora se debe encontrar cómo suplir esta ausencia gravísima de la traición de Judas.

¿Qué es ser un apóstol? Es Pedro quien habla en nombre del colegio y nos dice cuáles son las propiedades y las condiciones para ser apóstol.

La primera condición es que debe tratarse de alguien que haya vivido con Jesús. Desde el principio de la vida pública de Jesús, que empieza en el momento del bautismo de parte de Juan Bautista, Matías pertenece al grupo de los que han sido siempre fieles y que con la muerte de Jesús y su Resurrección vivía en la proximidad de los doce. Formaba parte de este grupo más amplio de discípulos fieles desde el comienzo. Pero el hecho de haber vivido cerca de Jesús durante su vida terrena no basta.

Otra condición, que es decisiva, pone San Pedro: debe ser alguien que con nosotros tiene que haber sido testigo de la Resurrección de Jesús. Esta es la definición del apóstol: testigo de la Resurrección de Cristo. Algunos otros, además de los once, tienen esta condición.

Pero es Dios quien debe elegir al apóstol, no los demás; no es la opción del «grupo». Viene de lo alto, y por ello se utiliza este medio sencillo, que consiste en echarlo a suertes. Y se sortea entre dos que tienen las condiciones para ser testigos de la vida y ante todo de la Resurrección de Cristo. El azar, a través del cual se expresó el Espíritu Santo, designó a Matías. A partir de este momento formará parte del grupo de los doce, que serán sucedidos por el colegio episcopal. Los obispos –como vemos en la Sagrada Escritura— son nombrados por los propios apóstoles. Basta con leer las cartas de San Pablo.

Pero tal vez diréis que algo no marcha en esta explicación. ¿Y San Pablo? De hecho, los doce son trece, porque existe también la intervención inmediata de Jesús, quien a través de su conversión elige a Pablo como miembro del colegio apostólico. ¡Y qué miembro! Gran parte de la misión de la Iglesia en los inicios será de hecho obra de San Pablo. Esto demuestra que detrás de todos estos «signos humanos» está la gran libertad e iniciativa de Dios. Dios no se liga a estas cosas, pero ha querido elegir a estos doce y elegir, a través de la «suerte», al apóstol Matías, pero también al apóstol de los apóstoles, que es San Pablo.

Entonces, ¿de qué forma nos afecta todo esto? La Iglesia, que puede ser designada con bellísimos nombres, mantiene vivo el testimonio de los apóstoles. Esta es la razón de ser del colegio episcopal y del Papa como jefe del colegio. La Iglesia viva en su memoria, viva en la predicación, viva en la Eucaristía, viva del testimonio que los doce recibieron en Cristo resucitado. Lo han recibido porque lo han visto. Todos los textos de la liturgia de estos días recuerdan el testimonio: «Hemos comido y bebido con Él, le hemos tocado, le hemos visto». Han sido testigos –en el sentido fuerte e inmediato– de Jesús.

Y así la Iglesia continúa con su predicación, con la vida sacramental y también –esto nos afecta a todos en la manera más inmediata– con la santidad. Se comprende por qué la liturgia de hoy ha elegido el bellísimo pasaje del Evangelio de San Juan sobre la unión con Cristo (Cf. Jn 15, 9-19. Ndr). Los apóstoles nos anuncian y dan testimonio de la presencia continua de Jesús con nosotros. Pero esta presencia no es algo exterior a nosotros mismos; es una presencia que debe ser vivida. Jesús debe ser acogido en nosotros. La acogida de Cristo se llama Caridad: la primera de las virtudes cristianas, la más importante, aunque las otras también lo son. La Caridad no es simplemente amor, sino amor a imagen del Amor de Jesús por nosotros, que amó a sus discípulos, a sus amigos –así les llamó: amigos y discípulos— hasta dar la vida por ellos.

Y en el camino de este Amor debemos ser Iglesia, que es una forma de estar en la historia –y por lo tanto también nuestra misión– de prolongar el testimonio apostólico: Cristo ha resucitado, Cristo es nuestra vida.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

Nacido por el deseo de Juan Pablo II, quien lo inauguró el 13 de marzo de 1983, el Centro Internacional Juvenil San Lorenzo se sitúa a pocos metros de la Vía de la Conciliación, junto al Vaticano, para acoger a los jóvenes peregrinos que llegan a Roma.

A través de momentos de oración, de compartir, de testimonio y de fiesta hace posible conocer más de cerca la vida de la Iglesia y encontrarse con personas que desarrollan su labor directamente en el Vaticano.

Desde su fundación, el Santo Padre deseó que el Centro fuera una «forja de formación de verdaderos jóvenes cristianos», un «laboratorio de fe». Además, con la presencia de la «Cruz de los jóvenes» posibilita vivir la experiencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud cada día.

El Centro está abierto de lunes a viernes de 11.00 a 19.00 horas, y los sábados de 15.00 a 19.00 (con la Misa de víspera de fiesta). A diario hay Adoración Eucarística a las 17.00 horas y se cuenta con un sacerdote para Confesiones. A las 18.00 horas se celebra la Misa con los jóvenes presentes.

Además, cada viernes, como lugar de oración y preparación espiritual de la XX Jornada Mundial de la Juventud (Colonia, 2005), desde las 16.00 horas hay Adoración Eucarística, Santo Rosario y Misa internacional.

Durante la semana, participan en la animación de las actividades la Comunidad «Chemin Neuf», la Comunidad Emmanuel y la Comunidad Shalom.

Animada por la Comunidad Emmanuel, existe allí también una «Escuela de Misión» («School of Mission») residencial, de nueve meses de duración, para jóvenes de todo el mundo de entre 18 y 35 años de edad, en lengua inglesa. Está orientada a quienes, movidos por el amor a Jesús, deseen profundizar en la doctrina de la fe católica y vivir una experiencia de vida comunitaria y de misión.

Más información: Centro Internazionale Giovanile San Lorenzo (via Pfeiffer 24 – 00193 ROMA). Teléfono: +39-06-698.85332. Fax: +39-06-698.85095. E-mail: centrosanlorenzo@iol.it .

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ZENIT Staff

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