Los ciudadanos franceses rechazan la constitución europea sin raíces

Habla Giorgio Salina, vicepresidente de la Convención de Cristianos por Europa

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ROMA, lunes, 30 mayo 2005 (ZENIT.org).- Paradójicamente el país que más se opuso a la mención de las raíces cristianas en la Constitución Europea ha visto cómo su población votaba contra la Constitución, constata Giorgio Salina, vicepresidente de la Convención de Cristianos por Europa.

Este domingo se celebró en Francia el referéndum sobre el Tratado constitucional europeo que, según los datos del Ministerio del Interior, ha sido rechazado por el 54,87% de las personas con derecho a voto (el sí ha recibido el 45,13%).

Salina trata de explicar en esta entrevista los motivos y consecuencias de este resultado.

–Elevada afluencia, porcentaje del «no» superior a lo previsto por los sondeos… En definitiva, la población francesa ha rechazado claramente el proyecto de Europa delineado en el Tratado constitucional. ¿Cuál es su juicio sobre este voto?

–Salina: Todos los fenómenos que afectan a Europa son seguramente complejos y también lo es el voto francés y sus motivaciones. Excesivas simplificaciones no ayudan a la causa europea. Es el caso, por ejemplo, de las declaraciones de Graham Watson, presidente del Grupo de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa, para quien se trataría de una «cuestión interna francesa», o las del comisario europeo italiano Franco Frattini, quien dice que «es necesario seguir haciendo que Europa sea algo menos burocrática».

Existe un malestar y es serio. El 55% de los franceses, contra todos los partidos políticos favorables al «sí», ha rechazado el Tratado constitucional, y otros países, según las previsiones, se preparan a seguir a Francia con porcentajes favorables al «no» superiores.

Es evidente que hay responsabilidades y causas: la sordera de la Convención presidida por Giscard d’Estaing y del Parlamento a señales que procedían de los ciudadanos, la redundancia del documento, el carácter burocrático de los organismos comunitarios, la falta de iniciativa en materia de defensa y de política exterior, así como la falta de incisividad política ante la crisis y ante la pérdida de competitividad, al igual que el hecho de que más del 40% del presupuesto se dedique a la agricultura, penalizando la innovación…

Nadie menciona el rechazo de las raíces judeocristianas: que nos guste o no, es muy probable que esto haya contribuido a formar un juicio negativo entre una parte consistente de los ciudadanos europeos.

Rechazar un replanteamiento serio, profundo y crítico de las etapas que hasta ahora hemos recorrido sería como esconder la cabeza en la arena, como un avestruz, comprometiendo el ideal europeo.

–Pero, ¿realmente cree que hay gente que no ha votado por esta ausencia de referencia a las raíces de Europa?

–Salina: Sí, estoy convencido de que ha sido una de las causas. No ha gustado el desconocimiento de una verdad histórica imposible de negar, y ciertamente no ha gustado el arrogante rechazo de no querer ni siquiera considerar el argumento.

–En realidad, este voto parece más bien un rechazo de las políticas que la Unión Europea promueve. Según algunos observadores, hay malestar por el poder de la burocracia de Bruselas, o por una política cultural que, en nombre de la tolerancia, rechaza la tradición judeocristiana o cancela la familia promoviendo los matrimonios homosexuales. ¿Qué opina?

–Salina: ¡Estoy de acuerdo! Tolerancia es evidentemente asegurar los derechos de todas las culturas y de todas las identidades, pero no arrinconar la cultura compartida por la mayoría. No tenerlo en cuenta es totalitarismo cultural. Parece que hay personas a las que la dictadura del relativismo no les gusta. Quizá esto no les ha gustado esto a los franceses.

–¿Qué sucederá ahora, en particular si otros países votan contra el proyecto europeo concebido de este modo? ¿Qué escenarios se pueden prever?

–Salina: Es muy difícil responder. Desde el presidente de la Comisión, hasta los gobiernos y los constitucionalistas están examinando la situación que se ha creado, pues el Tratado no especifica qué es lo que hay que hacer ante este tipo de rechazo.

Desde hace tempo se habla de un «Plan b». En el Parlamento se dice que lo está estudiando la Comisión, pero nadie se pronuncia. Sólo se utilizan fórmulas muy genéricas, como por ejemplo «apuntar decididamente hacia una Europa de las naciones» o «replanteemos una Europa a dos velocidades».

Hemos de esperar que no se busque un escamoteo para continuar así a pesar de todo. Es necesario un arrebato de dignidad y de orgullo para replantear el futuro, que no olvide lo que se ha realizado hasta ahora, pero que relance con los hechos el gran ideal de Konrad Adenauer, Robert Schuman, y Alcide De Gasperi. Los pueblos del este y del oeste lo piden, y lo esperan las nuevas generaciones.

Creo también que, con mucha humildad pero con esfuerzo, seriedad y constancia, los cristianos pueden y deben contribuir al relanzamiento de esta nueva perspectiva de real solidaridad interna y externa.

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ZENIT Staff

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