CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 3 octubre 2005 (ZENIT.org).- La delicada cuestión de la falta de acceso a la comunión eucarística de los divorciados que se vuelven a casar se convirtió en uno de los apartados de la «relación antes de la discusión» que presentó este lunes el cardenal Angelo Scola.
El relator general del Sínodo de los obispos sobre la Eucaristía constató «la difundida tendencia a la comunión eucarística de los divorciados que se vuelven a casar, más allá de lo indicado por las enseñanzas de la Iglesia».
El patriarca de Venecia reconoció que en la base de esta tendencia «non existe solamente superficialidad». «Más allá de las considerables diversidades de situaciones en los distintos continentes, se debe reconocer que –sobre todo en países de prolongada tradición cristiana– no pocos bautizados se unieron en matrimonio sacramental por adhesión mecánica a la tradición».
Algunos de ellos se divorcian y se vuelven a casar. Muchos de ellos descubren después la vida cristiana, experimentando hasta «un evidente dolor frente al hecho de que la unión seguida al matrimonio les impide la plena participación en la reconciliación sacramental y la comunión eucarística».
Recordando las enseñanzas de la exhortación postsinodal «Familiaris consortio» de Juan Pablo II, el purpurado aseguró que «es necesario que toda la comunidad cristiana acompañe a los divorciados que se vuelven a casar en la toma de conciencia de que no están excluidos de la comunión eclesial. Su participación en la celebración eucarística permite, en todo caso, esa comunión espiritual que, si es vivida bien, es un reflejo del sacrificio mismo de Jesucristo».
«Por otra parte, la relativa enseñanza del Magisterio no está sólo orientada a evitar el desbordamiento de una mentalidad contraria a la indisolubilidad del matrimonio y al escándalo del pueblo de Dios, sino que también nos sitúa frente al reconocimiento del nexo objetivo que une el sacramento de la Eucaristía a toda la vida del cristiano y, en particular, al sacramento del matrimonio», subrayó.
«De hecho, la unidad de la Iglesia, que siempre es don de su Esposo, emana continuamente de la Eucaristía (cf. 1 Cor 10, 17). En el matrimonio cristiano, por lo tanto, en virtud del don sacramental del Espíritu, el vínculo conyugal, en su naturaleza pública, fiel, indisoluble y fecunda, está intrínsecamente ligado a la unidad eucarística entre Cristo esposo y la Iglesia esposa».
«El recíproco consentimiento que marido y mujer se intercambian en Cristo y que los constituye en comunidad de vida y de amor conyugal tiene, por llamarlo así, una forma eucarística», indicó.
Según Scola la asamblea sinodal tendrá que profundizar, sin embargo, en «los complejos y bien diferenciados casos» así como en «las modalidades objetivas para verificar la hipótesis de nulidad del matrimonio canónico».
«Verificación que, para respetar la naturaleza pública, eclesial y social del consentimiento matrimonial tendrá que tener a su vez, un carácter público, eclesial y social», señaló.
«El reconocimiento de la nulidad del matrimonio, por lo tanto, debe implicar una instancia objetiva que no puede reducirse a la conciencia singular de los cónyuges, ni siquiera si es sostenida por la opinión de una iluminada guía espiritual», recordó.
Precisamente por esto es indispensable seguir reflexionando sobre la naturaleza y la acción de los tribunales eclesiásticos para que sean cada vez más una expresión de la normal vida pastoral de la Iglesia local, indicó el patriarca.
«Además de la continua vigilancia con respecto a los tiempos y los costes, se podrá pensar en figuras y procedimientos jurídicos simplificados y que respondan más eficazmente al cuidado pastoral –propuso–. No faltan experiencias significativas al respecto en varias diócesis. Los Padres sinodales, en esta misma Asamblea, tendrán ocasión de dar a conocer otras experiencias».
Independientemente de este debate, «sigue siendo decisiva la acción pastoral ordinaria de preparación lejana, próxima e inmediata de los novios al matrimonio cristiano, así como también el acompañamiento cotidiano en la vida de las familias dentro de la gran morada eclesial», destacó Scola.
Por último, dio particular importancia al cuidado y a la valorización «de las numerosas iniciativas orientadas a acompañar a los divorciados que se vuelven a casar y a ayudarles a vivir con serenidad en el seno de la comunidad cristiana el sacrificio objetivamente exigido por su condición».