NUEVA YORK, 22 de octubre de 2005 (ZENIT.org).- Los temas relacionados con la mujer fueron el centro de un informe publicado el 12 de octubre por el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés). El informe, «La Promesa de Igualdad: Equidad de Género, Salud Reproductiva y las Metas de Desarrollo del Milenio», anima a una mayor atención para lograr las metas de desarrollo planteadas en la Cumbre del Milenio del 2000.

Una parte integral de la reducción de la pobreza, sostiene el informe, depende de que se dediquen mayores recursos económicos a las mujeres y a las niñas. Refiriéndose al plazo del 2015 para cumplir las Metas de Desarrollo del Milenio, el UNFPA afirma que la «discriminación de género» obstaculiza el desarrollo económico y que su eliminación ayudaría mucho al logro de las metas.

A parte de la cuestión del desarrollo económico, el informe trata algunos otros temas relacionados con las mujeres, como la discriminación, la violencia, y los problemas que surgen durante las crisis humanitarias. En el área de la educación, el informe apunta el déficit a la hora de proporcionar educación a las niñas. También lamenta la falta de derechos económicos de las mujeres. El informe llama la atención al alto número de muertes entre mujeres debido a complicaciones surgidas durante el embarazo y el parto.

El informe también vuelve a algunos de los temas preferidos del UNFPA, como la distribución de más anticonceptivos. En su nota de prensa anunciando el informe, la agencia de la ONU sostenía que la pobreza está «íntimamente asociada» con la falta de acceso a la planificación familiar y a la «salud reproductiva».

Términos cuestionables

Muchos de los puntos planteados en el informe tienen que ver con preocupaciones válidas. Pero algunas de las concepciones y orientaciones que subyacen al informe revelan defectos. Tomemos el vocabulario del informe, y lo que implica. El diario católico italiano Avvenire observaba que el uso de términos como «planificación familiar» y «salud reproductiva» han sido objeto de amplias críticas en años pasados. El 13 de octubre, Avvenire observaba que el UNFPA ha sido acusado de complicidad con los programas de planificación familiar del gobierno chino, que se suelen caracterizar por su falta de respeto a las mujeres y la imposición del aborto forzado.

Un capítulo entero del informe de UNFPA trata del tema de la «salud reproductiva». Los representantes de la Santa Sede en los encuentros de la ONU suelen criticar el término, como recientemente ocurrió durante la sesión del 60 aniversario de la Asamblea General que tuvo lugar a mediados de septiembre.

Antes de la conferencia de la ONU de 1994 sobre población y desarrollo, que tuvo lugar en El Cairo, el Pontificio Consejo para la Familia publicó un documento titulado «Dimensiones Éticas y Pastorales de las Tendencias de Población». Una de las secciones, No. 84, explicaba algunas de las carencias del término «salud reproductiva».

El documento comenzaba observando que es importante relacionar este término con lo que significa para las mujeres en su papel de esposa y madre. El término camufla la promoción de la anticoncepción y el aborto, que no sólo suprime la vida, «sino también tiene graves repercusiones en la salud de las mujeres, incluso riesgo para sus vidas», observaba el texto.

El término suele asociarse también con culpar a las mujeres por ser madres, negando la contribución que su papel maternal tiene para la sociedad. «Una sociedad que demuestra desprecio por el hecho de dar la bienvenida a un niño y a una vida humana, mantiene en desprecio a la mujer», añadía el pontificio consejo para la familia.

«Derechos»

Resulta también problemática la forma en que las Naciones Unidas utilizan el concepto de «derechos». Durante un encuentro el 18 de marzo de 1994 con la entonces directora del UNFPA, Nafis Sadik, el Papa Juan Pablo II le entregó el texto de una carta que subrayaba la postura del Vaticano sobre los temas de población.

Es una postura incorrecta formular estos temas en términos de «derechos sexuales y reproductivos», o «derechos de la mujer», comentaba. El Pontífice acentuaba que su objeción «no reducía la importancia de asegurar la justicia y la equidad para las mujeres».

Y en lugar de concentrarse en una serie de metas económicas y de «igualdad de género», los programas de desarrollo «debían construirse sobre la justicia y la igualdad, permitiendo a las personas vivir en dignidad, armonía y paz», afirmaba la carta.

Juan Pablo II insistía en que estos programas deben respetar la herencia cultural de los pueblos y naciones, así como las cualidades y virtudes de los individuos. Además, la carta ponía de relieve la importancia de respetar la libertad de cada individuo, como opuesta a la imposición de los programas de planificación familiar. Tratar a los hombres y a las mujeres «como meros objetos en algún esquema o plan», indicaba la carta, «sería sofocar dicha capacidad para la libertad y la responsabilidad que es fundamental para el bien de la persona humana».

La carta también llamaba la atención sobre la importancia de defender a las mujeres y a los hijos. Estos últimos, escribía Juan Pablo II, «no deben ser tratados como una carga o un inconveniente, sino que deben ser queridos como portadores de esperanza y signos de promesa para el futuro».

El jefe de la delegación de la Santa Sede para la conferencia de El Cairo de 1994, el entonces arzobispo Renato Martino [hoy cardenal], en su discurso el 7 de septiembre, también trató la preocupación de la Iglesia por el bienestar de las mujeres.

Observó que en la anterior conferencia de Naciones Unidas sobre temas de población, que tuvo lugar en México en 1984, la Santa Sede había subrayado la importancia de considerar la salud y la importancia de las mujeres como prioridades. También observó que tanto en los países ricos como en los pobres, la Iglesia católica había proporcionado, desde hacía mucho tiempo, educación y servicios de salud, especialmente para las mujeres y los niños.

No sólo igualdad

La cuestión de cómo lograr la igualdad para las mujeres es otra área donde el Vaticano ha encontrado problemas en las estrategias de Naciones Unidas. Antes del encuentro de 1995 de la ONU sobre la mujer, en Pekín, Juan Pablo II envió una carta a la secretaria general de la conferencia, Gertrude Mongella.

La igualdad de dignidad, precisaba, no significa «identidad con los hombres». La identidad sólo «empobrecería a las mujeres y a toda la sociedad, deformándolas o perdiendo la riqueza única y el valor inherente de la feminidad», indicaba el Santo Padre.

El punto de vista de la Iglesia, explicaba Juan Pablo II, considera a los hombres y mujeres viviendo en comunión mutua, «con un conocimiento recíproco y dándose a sí mismos, actuando con las características de complementariedad de lo femenino y lo masculino».

La jefa de la delegación de la Santa Sede a la conferencia de Pekín, Mary Ann Glendon, también trató el tema en su discurso del 5 de septiembre de 1995. Una década antes del informe de UNFPA, Glendon apuntaba que el reconocimiento de la dignidad y derechos fundamentales de las mujeres liberaría «enormes reservas de inteligencia y energía».

También ella acentuó la importancia de no separar los esfuerzos por afirmar la dignidad y derechos de las mujeres de otros compromisos fundamentales como la familia y el matrimonio. Glendon añadía que el miedo a reforzar ciertos estereotipos sobre la maternidad no debía impedir que las Naciones Unidas salieran al encuentro de las necesidades y valores de las mujeres que se dedican a esta tarea.

Lograr las Metas de Desarrollo del Milenio para el 2015 no es sólo una cuestión de satisfacer objetivos económicos. Consist e en subrayar los valores y visiones sobre los que la Santa Sede lleva centrando la atención desde hace años.