OTTAWA, sábado, 15 octubre 2005 (ZENIT.org).- En muchos países vivir juntos fuera del matrimonio se está convirtiendo en una opción cada vez más popular. Pero puede implicar altos costes sociales y emocionales, dice un nuevo estudio, «Cohabitation and Marriage: How Are They Related?» (Cohabitación y Matrimonio: ¿Cómo se relacionan?). Este estudio ha sido publicado por el Instituto Vanier de la Familia de Ottawa el 17 de septiembre.

La autora, Anee-Marie Ambert, reúne los resultados de cientos de documentos de investigación que han examinado los efectos sociales, emocionales y financieros de la cohabitación y el matrimonio sobre hombres, mujeres, niños y sociedad.

La cohabitación, observa el estudio, suele considerarse que exige menos responsabilidades a nivel legal y financiero, y menos fidelidad que el matrimonio. En los últimos años, sin embargo, las parejas de hecho han buscado y obtenido derechos similares a los de las parejas casadas, en áreas como propiedad, asistencia sanitaria, planes de pensiones, y ayuda a los hijos.

Ambert observa que, en Canadá, el índice de matrimonios descendió bruscamente en los noventa, especialmente en la provincia de Québec. Estados Unidos también ha experimentado un descenso, aunque no tan acusado como Canadá.

En ambos países, el número de parejas en cohabitación ha aumentado notablemente. En el 2000, cohabitaban más de 4,1 millones de parejas heterosexuales en Estados Unidos y 1,3 millones en Canadá. En el 2001, cohabitaban el 16% de las parejas canadienses y el 8,2% de las parejas norteamericanas. En Québec el nivel ha alcanzado el 30%, la misma proporción que en Suecia. Excluyendo Québec, el 11,7% de las parejas canadienses cohabitan.

Índices de divorcio
El estudio cita datos que muestran que la cohabitación, de hecho, lleva a índices de divorcio más altos. Ambert cita la Encuesta Social General Canadiense, que encontró, en el grupo de edad de entre 20 y 30 años, que el 63% de las mujeres cuya primera relación había sido de cohabitación se había separado en 1995, en comparación con el 33% de las mujeres que se casaron en su primera relación.

Intentando encontrar las causas que subyacen a este fenómeno, Ambert observa que algunos individuos escogen la cohabitación porque no requiere fidelidad sexual. Las evidencias indican que la experiencia de una cohabitación de menos compromiso conforma el comportamiento marital posterior, observa.

«Algunas parejas siguen viviendo su matrimonio a través de la perspectiva de inseguridad, falta de unión de recursos, bajo nivel de compromiso, e incluso la falta de fidelidad propia del periodo de cohabitación previo», comenta el estudio. Además, algunos estudios indican que las parejas casadas que vivieron antes juntas son menos fieles en sus vidas sexuales. Y es de todos conocido que la falta de fidelidad lleva a índices más altos de rupturas matrimoniales.

Otros estudios muestran que las parejas que han cohabitado tienen un comportamiento menos positivo a la hora de resolver problemas y, por lo general, se apoyan menos el uno al otro que quienes no han cohabitado. Además, los investigadores han encontrado que las parejas que habían cohabitado antes del matrimonio tienen índices más altos de violencia premarital que quienes no habían vivido juntos. Esta violencia premarital que conduce a niveles más altos de violencia doméstica, otro factor relacionado con el divorcio.

Ambert también observa que quienes cohabitan, por lo general, aprueban más el divorcio como una solución a los problemas matrimoniales. Además, las parejas que cohabitan son menos religiosas que quienes se casan sin una cohabitación previa. En este punto hay varios estudios que indican una correlación entre religiosidad y felicidad matrimonial así como estabilidad.

También opina que la propensión a cohabitar pronto tras comenzar una relación romántica conduce a un patrón de inestabilidad. La gente que va a través de una serie de relaciones de hecho es más propensa a matrimonios rápidos, a los que resulta más difícil ser fiel.

Inestabilidad
Otro factor de riesgo de la cohabitación es su naturaleza inestable. Más de la mitad de todas estas uniones se disuelven en los primeros cinco años, según un estudio citado por Ambert. En Québec, el nivel de disolución de las relaciones de hecho es más bajo que en otras provincias, pero aún así tienen un índice de rupturas significativamente más alto que los matrimonios, observaba.

Y la tendencia parece ir hacia una mayor inestabilidad. En los años 70, cerca del 60% de las parejas que vivían juntas se casaban con su pareja antes de tres años. A principios de los 90 esta cifra cayó hasta un 35%.

En años más recientes, una gran proporción de jóvenes comenzaron a vivir juntos justo después de comenzar a salir, con poca intención de permanecer juntos de modo permanente, e incluso menos de acabar casándose. La ruptura se vuelve entonces mucho más difícil que si las parejas hubieran seguido saliendo el uno con el otro.

Pero no son sólo las parejas implicadas las que hacen frente a problemas. En el 2001, el 8,2% de los niños canadienses de menos de 14 años vivían en hogares de parejas de hecho, excluyendo a Québec donde la cifra alcanzaba el 29%. En Estados Unidos se estima que un 40% de todos los niños vivirán con su madre soltera (nunca casada o divorciada) y su novio en algún momento antes de cumplir los 16 años.

Ambert comentaba que a pesar de la creciente aceptación social de la cohabitación, hay poca información directa sobre sus efectos en los niños. Algunas de estas desventajas emergen, sin embargo, de la investigación que compara a los que cohabitan con quienes salen o se casan.

Una puerta giratoria
Para los hijos, la cohabitación significa un mayor riesgo de vivir en una estructura familiar inestable, especialmente cuando su madre cohabita con un hombre que no es su padre. Algunas familias incluso hacen frente a una situación de «puerta giratoria», con una serie de parejas a lo largo de los años. Ambert observa que un estudio descubrió que los niños que viven con su madre que cohabita con su novio tienen resultados escolares inferiores y más problemas de comportamiento.

En cuanto a la situación económica familiar, Ambert observa que cuando una madre soltera comienza a cohabitar, la pobreza puede reducirse en un 30%. Aunque esto beneficia económicamente a los hijos a corto plazo, la otra cara es que esta pareja en una relación de hecho normalmente gana menos que un hombre casado. Además, cualquier ventaja económica de la cohabitación suele ser a corto plazo dada la fragilidad de estas uniones.

Otros problemas que se derivan de la inestabilidad de la cohabitación afectan a la capacidad de la madre para dar una atención adecuada a sus hijos, y contribuye a un descuido general. La pareja de la madre no suele compensar estas deficiencias porque suele estar poco apegado a los niños.

Los abusos físicos son también más frecuentes y los niños en las relaciones de cohabitación corren más riesgos de ser maltratados o asesinados por el novio de su madre que en las familias biológicas. Las chicas, por su parte, corren más riesgo de abusos sexuales.

«Compromiso y estabilidad están en la base de las necesidades de los hijos; no obstante, en una gran proporción de las cohabitaciones, estos dos requisitos están ausentes», observa Ambert.

Mucha gente, observa Ambert hacia el final de su estudio, sostiene que el matrimonio simplemente es una cuestión de elección de forma de vida y que es equivalente a la cohabitación. «En estos momentos la literatura de investigación no apoya este punto de vista», escribe. Por el contrario, los estudios demuestran que el matrimonio tiene muchos beneficios tanto para los esposos como para los hijos. Una conclusión que los legisladores debería n tomar en consideración.