El dolor, ¿enigma o misterio?

La respuesta del cardenal Javier Lozano Barragán

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 8 octubre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció el cardenal Joavier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontificio para la Salud en Aquisgrán (Alemania) sobre el tema «El dolor, ¿enigma o misterio?», «El sentido del dolor en la carta apostólica «Salvifici dolores» del Papa Juan Pablo II».

* * *

Expongo el pensamiento sublime de Juan Pablo II acerca del dolor humano. Como introducción, rápidamente esbozaré algunos datos científicos sobre la fisiología del dolor humano y, dada la apertura del Papa a todos los valores de la humanidad, me referiré sintéticamente a la esencia del pensamiento de las cuatro soluciones aportadas por las grandes religiones que subsisten con el cristianismo, para esbozar un diálogo con ellas. Se trataría del hinduismo, del budismo, del islamismo y de las religiones tradicionales africanas, que tienen muchos elementos en común con el pensamiento religioso tradicional de otras partes del mundo.

Referencias médicas sobre el dolor

«El dolor es una experiencia desagradable, sensorial y emotiva, asociada con un daño que sufre el organismo» (definición de la Asociación internacional para el estudio del dolor).

El dolor puede ser síntoma de enfermedades o una enfermedad en sí mismo. En el primer caso constituye una señal de alarma fisiológica útil; en el segundo, no tiene finalidad y puede constituir punto de partida para otra patología orgánica o psicológica. Del lugar del organismo donde se origina se transmite al cerebro por las fibras nerviosas y, una vez llegado a la médula espinal, sube a la corteza cerebral, donde se percibe tanto el estímulo nociceptivo cuanto la elaboración del síntoma del dolor.

El dolor se puede presentar en forma aguda o crónica. El dolor agudo aparece de improviso y tiene una duración limitada; cesa en poco tiempo, en el contexto de la curación de la enfermedad que lo causa. El dolor crónico (enfermedad) es de duración prolongada (más de tres meses) y entraña un impacto psico-orgánico elevado en el paciente. Continúa a veces aun después de sanar de la enfermedad que lo ha causado (dolor neuropático, herpes zoster), o bien acompaña a una enfermedad incurable.

La intensidad del dolor es subjetiva (umbral del dolor): hay personas que soportan el dolor más que otras; se observa frecuentemente una diferencia de tolerancia al dolor de parte de la misma persona según la causa del mismo y, sobre todo, de acuerdo con su situación psicológica.

Lo esencial de las soluciones dadas al problema del dolor
en las grandes religiones no cristianas

En el hinduismo, la causa del sufrimiento es el «karma», que se origina como consecuencia de las acciones malas que se han cometido en la vida presente o en anteriores reencarnaciones. Se libera alguien del «karma» mediante el conocimiento de la verdad y el anuncio de la palabra de Dios. Dios es el remedio. Paralelamente, se mencionan otras causas del dolor, que son: los dioses, el mundo, la ignorancia y el sufrimiento.

En el budismo, el problema del dolor se expresa en «las cuatro nobles verdades»: 1) Todo es sufrimiento. 2) Su causa es la pasión-ansiedad egoísta. 3) Sólo el nirvana puede eliminar la causa. Ya se hace en esta vida, pero será plena en el futuro. 4) El sendero que conduce al nirvana es «la óctuple rectitud»: esto es, la rectitud de visión, de pensamiento, de palabra, de acción, de vida, de esfuerzo, de atención, y de meditación.

En el islamismo, el dolor se origina por la oposición a la palabra de Dios. Dios es quien puede remediar el dolor. En la corriente «chií» se afirma la solución por una compensación; según esta corriente existió un redentor, de nombre Al Hally, que murió crucificado en Bagdad en el año 922.
En la religión africana tradicional, el sufrimiento lo provocan los espíritus o los ancestros que se han ofendido por los delitos cometidos contra la vida u otras faltas morales, como el robo, la esclavitud, etc. La solución al dolor será primero identificar el espíritu al que se ha ofendido y luego ofrecerle sacrificios.

En estos esquemas encontramos una cierta constante: la causa del dolor es la falta cometida: en el hinduismo es la mala acción o «karma»; en el budismo, es la pasión-ansiedad egoísta; en el islamismo es la oposición a la palabra de Dios; en las religiones tradicionales africanas son los delitos cometidos. Bajo este aspecto no nos encontramos lejos del cristianismo, en el cual también se fija como causa del dolor una falta del todo especial como es el pecado original.

Donde se extrema la diferencia entre estas religiones y el cristianismo es en la solución al problema. Quien se encuentra más lejos de la solución cristiana es el budismo, puesto que piensa en superarlo por una acción meramente humana, la llamada «óctuple rectitud»; en cambio, las demás religiones siempre ofrecen como solución una ligazón con la divinidad. Podemos decir que el budismo es la secularización plena (como sistema de pensamiento es ateo; sólo se vuelve teísta, por decirlo así, en su religiosidad popular). En cambio, en el hinduismo aparece como solución la palabra de Dios; en el islamismo, también la palabra de Dios; y en las religiones tradicionales, el sacrificio a Dios.

Dentro de este marco delineamos ahora las líneas maestras del pensamiento de Juan Pablo II, tomándolo de la carta apostólica Salvifici doloris.

Como título de mi intervención he elegido: «El dolor, ¿enigma o misterio?», porque para el Papa Juan Pablo II el dolor es un enigma que sólo se resuelve en el misterio.

Antes de adentrarnos en el tema anticipo una precisión terminológica: cuando se habla de dolor se suele entender más bien un dolor de incidencias fisiológicas; la otra expresión que se usa es «sufrimiento». Cuando se emplea esta palabra se tiene en la mente algo más extenso, se refiere a toda clase de dolor humano, físico o psíquico, material o espiritual. En el desarrollo del pensamiento de Juan Pablo II usaremos más bien la palabra «sufrimiento», en la que englobamos tanto el dolor físico como cualquier otra clase de dolores. El tema lo desarrollo en tres partes: la primera es sobre el sufrimiento como enigma; la segunda, el sufrimiento como misterio; y la tercera, un comentario a la doctrina de Juan Pablo II.

El enigma del sufrimiento

Así comienza el Papa a tratar el problema del sufrimiento. No esconde que se trata de algo complejo y enigmático, intangible, y que se debe tratar con todo respeto, con toda compasión y aun con temor; pero ello no excusa de tratar de comprenderlo, pues sólo así se podrá superar. Da a continuación un primer abordaje para determinar el campo, hablando de la extensión del sufrimiento y de su sujeto, anotando ya desde un principio que una no comprensión del sufrimiento puede conducir incluso a renegar de Dios.

Dice el Papa: el sufrimiento va más allá de la enfermedad, pues existe el sufrimiento físico y el espiritual. Además del sufrimiento individual, está el sufrimiento colectivo, que se da debido a los errores y transgresiones de los humanos, en especial en las guerras. Hay tiempos en que este sufrimiento colectivo aumenta. El sufrimiento tiene un sujeto y es el individuo quien lo sufre. Sin embargo, no permanece encerrado en el individuo, sino que genera solidaridad con las demás personas que también sufren; ya que el único en tener una conciencia especial de ello es el hombre y todo hombre. El sufrimiento entraña así solidaridad. Es difícil precisar la causa del sufrimiento, o del mal que va junto al sufrimiento. El hombre se la pregunta a Dios y con frecuencia reniega de él, porque piensa no encontrar dicha causa.

Primero se necesita situar el enigma en su justa dimensión y empezar a buscar su causa. El sufrimiento, dice el Papa, consiste en la experiencia de la privación del
bien. La privación del bien es el mal. La causa del sufrimiento es así un mal; por tanto, sufrimiento y mal no se identifican. Con respecto al mal, este es privación, no tiene en sí entidad positiva y así no puede tener causa o principio positivos; su origen es una mera privación. Hay tantos males cuantas carencias; genera dolor, tristeza, abatimiento, desilusión, y hasta desesperación, según la intensidad del mal; existe en dispersión, pero a la vez entraña solidaridad. Siendo su principio la privación, se impone la pregunta: ¿por qué hubo esta privación, quién la causó?

Para responder, abandona el Papa ya el terreno del enigma y se pasa al del misterio. No trata de hacerlo con la oscuridad nebulosa de un mito, sino que entra de lleno en el núcleo de la fe cristiana. Dentro de la fe cristiana, el misterio no es oscuridad sino claridad deslumbrante. Nos ayuda a comprenderlo un poco su raíz etimológica; viene del griego «muo» o «muein», que significa cerrar los ojos. No en el sentido de proceder a ciegas, sino en el de cerrar los ojos, que se origina cuando viene un encandilamiento, como por ejemplo cuando se mira directamente el sol. Sólo a la luz que encandila, sólo en el exceso de luminosidad, que no permite ver de frente, podemos atisbar qué es el misterio del sufrimiento. Además, el misterio cristiano no es sólo algo que se contempla, sino que se experimenta. Sólo en la experiencia del misterio puede adentrarse en su comprensión. Sólo viviendo el misterio del sufrimiento cristiano se puede comprender un poco qué significa el sufrimiento, y, como ha dicho anteriormente el Papa, trascenderlo y superarlo.

Entramos ahora en la descripción del misterio del sufrimiento.

El misterio (1)

Destacamos tres temas que desarrolla el Papa en el camino que nos adentra en el misterio: el mal y el sufrimiento; Cristo asume el sufrimiento; y valor del sufrimiento humano.

El mal y el sufrimiento

Para entrar en el misterio, lo hacemos bajo la misma conducción de Dios, y es en la Revelación en la que nos adentra el Papa para proceder a la ascensión en el misterio. Nos dice el Santo Padre que en el lenguaje bíblico del Antiguo Testamento, inicialmente, sufrimiento y mal se identifican. Pero, gracias a la lengua griega, especialmente en el Nuevo Testamento se distingue sufrimiento y mal. Sufrimiento es una actitud pasiva o activa frente a un mal, o mejor, frente a la ausencia de un bien que se debiera tener (cf. Salvifici doloris, 7).

En efecto, en el libro de Job y en algunos otros libros del Antiguo Testamento, la respuesta es que la causa del mal es la transgresión del orden natural creado por Dios. Sufrimiento y desorden serían lo mismo, o al menos se piensa que el sufrimiento es causado por el desorden. Esta es la tesis de los amigos de Job (cf. ib., 10). Sin embargo, Dios refuta esta tesis aprobando la inocencia de Job; su sufrimiento queda como misterio: no todo sufrimiento viene por transgresión; este es una prueba de la justicia de Job. Es un preanuncio de la pasión del Señor (cf. ib., 11). Más aún, se afirma que el sufrimiento es una pena infligida para corregirse, esto es, para que del mal se siga un bien, para la conversión, para la reconstrucción del bien (cf. ib., 12).

Cristo asume el sufrimiento y lo transforma

Da ahora el Papa otro paso y llega al centro del misterio de la siguiente forma: Cristo en su vida mortal suprime con los milagros el dolor, asume el dolor de todos y conscientemente lo padece en su cruz (cf. ib., 16). La única respuesta podrá venir sólo del amor de Dios en la cruz (cf. ib., 13). La solución al problema del sufrimiento la da Dios Padre: consiste en que «entrega» a su Hijo. El mal es el pecado, y el sufrimiento la muerte. Con la cruz vence al pecado, y con su resurrección la muerte: cf. Jn 3, 16 (cf. ib., 14).

En el cántico del siervo de Dios, en el profeta Isaías, se ve todavía con mayor fuerza que en los evangelios lo que significa el sufrimiento en la pasión de Cristo. Es un sufrimiento redentor. Su profundidad se mide por la profundidad del mal histórico en el mundo y en especial porque la persona que lo padece es Dios (cf. ib., 17). Cristo da respuesta al problema del sufrimiento con la misma materia de la pregunta: responde al que le brinda toda su disponibilidad y compasión; su presencia es eficaz: ayuda, da y se da a sí mismo (cf. ib., 28).

El sufrimiento genera amor hacia el que sufre, un amor desinteresado para ayudarlo aliviándolo. Esto se hace ahora en forma organizada y oficial, mediante las organizaciones sanitarias y sus profesionales, también a través de los voluntarios. Se trata de una verdadera vocación, en especial cuando se une en la Iglesia con una profesión cristiana. Descuella en este campo la ayuda que las familias prestan a sus miembros enfermos. Y entran en la categoría del buen samaritano también todos aquellos que actúan no solamente en favor de los enfermos, sino para desterrar toda clase de males, los que luchan contra el odio, la violencia, la crueldad, contra todo tipo de sufrimiento del cuerpo y del alma. Todo hombre debe sentirse llamado en primera persona a testimoniar su amor en el sufrimiento y no debe dejarlo sólo a las instituciones oficiales (cf. ib., 29). La parábola del buen samaritano converge con lo dicho por Cristo en el Juicio final: «Estuve enfermo y me visitasteis»: Cristo mismo es el que es curado y socorrido en el que cayó en manos de bandidos. El sentido del sufrimiento es hacer el bien con el sufrimiento y hacer el bien al que sufre (cf. ib., 30).

Concluye el Papa diciendo: en Cristo se revela el misterio del hombre, y el misterio del hombre es en especial el misterio del sufrimiento. En Cristo se revela el enigma del dolor y de la muerte. Sólo en el amor se puede encontrar la respuesta salvífica del dolor. Que el dolor de María y los santos nos ayuden a encontrar esta respuesta. Que el sufrimiento se convierta en fuente de fuerza para toda la humanidad.

Comentario

Estatuto epistemológico

Para comprender mejor el pensamiento del Papa servirá una anotación epistemológica: ya habíamos hablado de una forma especial de conocimiento, el conocimiento reverente que adora; precisamos más ahora: nos encontramos con un pensamiento que sólo se comprende desde la fe. Dentro de este nivel, no nos situamos en algo irracional, ni siquiera dentro de una perspectiva heideggeriana de un misterio confuso y nebuloso más allá del análisis lingüístico. Ciertamente, no es adecuado el concepto de conocimiento, analizándolo desde la perspectiva lógica del lenguaje, constatado por la experiencia científica, o bien por la formalidad lógica del mismo lenguaje, incluso situándolo en un juego específico del mismo lenguaje, el lenguaje religioso. Y, por supuesto, no nos situamos en una especie de paralogía de la inestabilidad, ni de «pequeños relatos».

Debemos partir de la objetividad del conocimiento y de la racionalidad lógica del mismo, entendiendo que un conocimiento es verdadero siempre que se dé la correspondencia entre este y la realidad circunstante. Desde este punto de partida, el conocimiento de la fe goza de la plena racionalidad, no en el sentido de que sus contenidos sean demostrables racionalmente, sino en el sentido primero, de que es del todo racional creer, y de que sus contenidos no encuentran ninguna razón en contra, de manera que se pudiera presentar absurdo el que se crea en ellos, aunque no se puedan demostrar internamente como creíbles, ya que sobrepasan el dominio racional, aunque, repito, no lo nieguen. Las afirmaciones de fe se fundan en la demostración racional del hecho de la Revelación, y del hecho histórico de Cristo como Dios encarnado, de su pasión, de su muerte, y de su resurrección. Sin embargo, aunque es racional el creer, no es obligado el hacerlo, porque por una parte la fe permanece como un don y regalo que Dios hace, y por otra, incluso recibiend
o el ofrecimiento divino de creer, el hombre permanece libre para asentir o no a este ofrecimiento.

Una vez asentada esta premisa epistemológica, ahora sí podemos adentrarnos en el pensamiento del Papa, pues no se mueve en una ideología religiosa inventada, sino en un exponer el contenido central histórico de la Revelación sobre el misterio del sufrimiento y del dolor.
Gradación del pensamiento de Juan Pablo II

Pienso que el desarrollo de su pensamiento sube por seis gradas hacia la plenitud del misterio del sufrimiento y el dolor; las podríamos resumir así:

1. El sufrimiento no es en sí malo, sino que es el efecto de una causa mala. El mal no es una entidad positiva sino una privación. La privación no exige una causa positiva, sino investigar quién originó dicha privación.

2. El origen de la privación es el pecado. El pecado cometido por un hombre se propaga por la solidaridad humana. El pecado se puede eliminar mediante el mismo sufrimiento en un contexto solidario del todo especial.

3. Esta solidaridad la puede dar sólo Dios. Esta donación de solidaridad es el sentido de la Encarnación, es el sentido de Jesucristo. Por esta solidaridad Cristo lleva a cabo la eliminación del pecado mediante su propio sufrimiento en su vida, pasión, muerte y resurrección. Esta acción divina es una acción de la santísima Trinidad, en cuanto que el Padre eterno entrega a su Hijo a la humanidad para que así la redima por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el Amor del Padre y del Hijo, y sólo por el Amor del Espíritu se vislumbra la solidaridad misteriosa redentiva.

4. Mediante la solidaridad de Cristo con toda la humanidad, el dolor humano de todos los tiempos ha sido sufrido por Cristo en su pasión y muerte redentora. Así, el dolor humano, el sufrimiento, de ser algo malo se torna bueno, como fuente de vida, pues se torna redentor.

5. Cada uno, en su sufrimiento se une al sufrimiento de Cristo y de esta manera, misteriosamente, su sufrimiento se torna fuente de vida y de resurrección. El dolor y el sufrimiento son la puerta para encontrarnos con Cristo y experimentar en él su presencia como vida y resurrección por obra del Espíritu de Amor que es el Espíritu Santo. Así lo ha hecho en primer lugar nuestra Señora la Virgen María y con ella todos los santos.

6. Esta destrucción definitiva del sufrimiento por el sufrimiento nos lleva a destruir el sufrimiento actual también con toda clase de medios a nuestro alcance, como es el caso del buen samaritano.

El núcleo del misterio

Nos sitúa así el Papa en el núcleo del misterio cuya luz nos encandila. Pues nos encontramos en la intimidad de la santísima Trinidad, en la realidad amorosa de la unidad de Dios en la trinidad de Personas. Y nos situamos en la densidad de este misterio, del misterio central de toda la religión cristiana, no de una manera abstracta o al menos encerrada en una infinitud de distancia, sino en una cercanía que significa la historia humana, en la que irrumpe la eternidad en la temporalidad, a través de la historicidad de la encarnación del Verbo, de su nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección.

Comprensión del misterio

Es una solidaridad trinitaria y cristológica, en la que la plenitud absoluta de la vida se realiza por la muerte y se llama cruz y resurrección. Nos encontramos en el núcleo del misterio cristiano, núcleo que sólo se hace accesible al experimentarlo: si alguien permanece ajeno a él, no puede probar su eficacia y encontrar su solución. La solución al misterio del mal no se da sólo por una exposición teológica, sino por una vivencia de algo que al verlo fijamente se oscurece por su exceso de luz, pero que sin embargo es tan real, que es la realidad más real, valga decirlo, pues es la única forma de alcanzar la felicidad.

De esta manera estamos dentro del núcleo de la salvación. Este es el núcleo del cristianismo. Tertuliano había dicho «credo quia ineptum». Al experimentar el alivio del mal por el sufrimiento, y por el sufrimiento más horrendo que es la cruz, síntesis de todos los sufrimientos imaginables, este «ineptum» se vuelve «aptum», lo más justo y racional que podamos imaginar, pues es la única forma de experimentar la felicidad.

Del sufrimiento a la solidaridad

Por eso el misterio del dolor se desplaza del dolor en sí al misterio de la solidaridad. La solidaridad en su posición de fundamento de toda existencia no es sólo una simpatía con todos, una especie de comprometerse socialmente y ser consciente de que todos pertenecemos a la misma raza, cultura, nacionalidad, etc.; sino que es experimentar una ligazón entre todos los humanos tan interna que no es una calificación que nos llega una vez que existimos, sino que es la misma existencia. Pertenece a la misma vida humana divinizada como un regalo recibido que participa del misterio mismo de la misma vida de Dios. La vida de Dios es infinitamente perfecta en cada una de las personas divinas por la solidaridad interna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta solidaridad infinita es el Amor infinito, que es el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones, Amor infinito que es Dios mismo. El misterio del sufrimiento se encierra en el misterio del Amor, en el misterio del Espíritu.

Solidaridad constitutiva del hombre

De esta manera el misterio del sufrimiento-amor entra en la misma constitución del Dios encarnado, el Hijo se encarna por obra del Espíritu Santo. Siendo Cristo el modelo más íntimo de cada hombre, el Espíritu Santo, el Amor de Dios, el sufrimiento redentor, entra en la misma constitución objetiva, diríamos ontológica, de la humanidad. Pero, a diferencia de una objetividad fría, es algo que pertenece a nuestro ser en su objetividad, sí, pero con el máximo de subjetividad amorosa, pues es y depende de nuestra voluntad libre, de manera que podemos aceptarla o rechazarla. Al aceptarla nos hacemos totalmente hombres a través del sufrimiento-amor; al rechazarla, por el contrario, nos deshacemos como hombres a través del sufrimiento-odio.

El sufrimiento, desde la Resurrección

El Papa es consciente de la dificultad de razonar de esta forma, y por eso nos dice que la realidad del sufrimiento solidario sólo se entiende a través de la resurrección. Desde nuestra solidaridad con el máximo de vida, que es Cristo resucitado, es como podemos comprender nuestra solidaridad amorosa con Cristo sufriente en la cruz. Así como Cristo resucita y en su resurrección está comprendida la resurrección de la humanidad, de todos y cada uno de nosotros, así también en el sufrimiento de Cristo están comprendidos los sufrimientos y dolores de todos y cada uno de nosotros. Entre la resurrección y la cruz no existe ninguna separación, sino una convergencia, tanto en Cristo como en nosotros; por eso dice el Papa que Cristo conserva en su cuerpo glorificado las señales de sus llagas.

El sentido de la cruz gloriosa

Así se realiza y se comprende lo que de otra forma sería una paradoja insostenible, un escándalo y una locura: que la cruz es gloriosa, esto es, que la cruz, en vez de ser el mal más temido como muerte total, es el inicio glorioso de toda la segunda creación. La nada desde la que surge este nuevo mundo de felicidad que significa el paraíso definitivo no surge de una nada inocente, sino de una nada culpable que es el máximo mal, que es el pecado y que en definitiva desemboca en la cruz. Y desde la cruz, no en virtud de la cruz, sino en virtud de la omnipotencia del Padre y por la solidaridad-Amor del Espíritu, el Verbo encarnado recrea en nosotros el auténtico Adán, el hombre de veras, el modelo proyectado por Dios desde toda la eternidad, para ser auténticamente humanos.

Conclusión

La única manera para descifrar el enigma del dolor y el sufrimiento es el camino del amor. Un amor que es ca
paz de transformar la nada en plena realidad. La carencia de sentido, la carencia de dirección, la anticultura radical, la contradicción, la muerte; en plenitud de sentido, en orientación plena, en cultura ascendente, en afirmación gozosa, en vida; la locura y la insensatez, en lo más cuerdo y sabio. Es la íntima solidaridad del amor triunfante que resucita, dentro de la solidaridad amorosa en el sufrimiento más terrible que mata. Es la victoria sobre la muerte.

Así, Juan Pablo II nos conduce a avizorar de una manera misteriosa, encandilante, pero que es la única perspectiva válida, el significado del dolor humano; el enigma finalmente se torna misterio, un misterio alegre, luminoso y pleno de felicidad. Es la paradoja vuelta lógica por el Amor omnipotente de Dios Padre, que es su Espíritu, y tiene su eficacia en la culminación de la historia humana, cuando nos concede la íntima solidaridad de todos los hombres, dentro de la Pascua del Verbo encarnado.

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(1) Los temas que trata el Papa en la carta apostólica Salvifici doloris a propósito del sufrimiento como misterio, son: 1) Mal y sufrimiento: identificación inicial; primera referencia a su causa; corrección de parte de Dios; mal, fuente del bien; destrucción del mal por Cristo en sus milagros; destrucción de enfermedades y muerte; el mal, fuente del bien. 2) Cristo asume el sufrimiento: destrucción del mal y del sufrimiento; asunción del sufrimiento por el Padre; el mal no es el sufrimiento sino su causa; suprimiendo su causa se suprime el efecto; el sufrimiento suprime el sufrimiento; sufrimiento infinito: supresión absoluta y total. 3) Sufrimiento humano: suprimir el sufrimiento humano mediante el sufrimiento humano; el pecado, causa del sufrimiento; paradoja amorosa; bondad del sufrimiento; suplencia del sufrimiento de Cristo; participación del sufrimiento supresor; aliviar el sufrimiento; síntesis del misterio.

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ZENIT Staff

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