ROMA, sábado, 15 octubre 2005 (ZENIT.org).- El pasado mes los obispos de México se acercaron a Roma con motivo de su visita «ad limina». La tradición de la visita cada cinco años de los obispos de todos los países para venerar las tumbas de Pedro y Pablo, y para encontrarse con el Papa y sus colaboradores, también da a los observadores una imagen de las preocupaciones de Roma, que se reflejan en los discursos del Santo Padre.
El primero de los cuatro grupos de obispos de México tuvo su audiencia con Benedicto XVI el 8 de septiembre. El Papa comenzó observando la necesidad de que los obispos estén unidos y prosigan en el camino de comunión fraterna, en orden a un mejor ejercicio de su labor.
También observó que los pueblos y las culturas que crearon la nación mexicana se unieron por la presencia de Cristo y la mediación de María. Sin embargo, «hoy México vive un proceso de transición», declaró. Hay una mayor presión para mejorar la situación del pobre, defender los derechos humanos, y profundizar en la democracia.
Los cambios en México exigen a la Iglesia haga frente al desafío de ayudar a los católicos del país a vivir su fe tradicional en circunstancias nuevas. Formar a la gente en su fe, continuaba el Pontífice, es particularmente necesario para los jóvenes, que «se encuentran ante una sociedad marcada por un creciente pluralismo cultural y religioso».
El Papa animaba a los obispos a que permanecieran cerca de los jóvenes, y a no dejar que las nuevas generaciones cayeran presa de las tendencias modernas que les engañan haciéndoles creer que no necesitan a Dios. Enardecidos en su fe, los jóvenes se prepararán a su vez para seguir a Cristo y transformar la sociedad, afirmaba el Santo Padre.
También es necesario ayudar a las familias y a los padres, para que su fe se consolide y se transmita a sus hijos, afirmaba Benedicto XVI. Las catequesis y las clases de religión en la escuela desempeñan también un papel necesario en la instrucción de los jóvenes, añadía el Papa. Aunque la fe no es sólo una cuestión de conocimiento, declaraba. Por el contrario, es esencial un «encuentro personal con el Señor».
Benedicto XVI observó algunas tendencias positivas en la labor de evangelización en México. Citó el trabajo realizado por más de 400 institutos de vida consagrada, muchos de ellos dedicados a trabajar en el campo de la educación y la ayuda a los pobres. El Papa también observó el crecimiento de movimientos laicales activos en el país.
Al mismo tiempo, la Iglesia en México se enfrenta a realidades y desafíos complejos. El Santo Padre animaba a los pastores del país a aumentar la presencia cristiana en los medios de comunicación. También observó: «La sociedad actual cuestiona y observa a la Iglesia, exigiendo coherencia e intrepidez en la fe».
Pecados sociales
El discurso de Benedicto XVI el 15 de septiembre al segundo grupo de obispos mexicanos trató sobre los problemas económicos y sociales. Citó el documento del Concilio Vaticano II «Gaudium et Spes» (No. 43), que pide a los fieles que no separen la fe que profesan y su vida cotidiana. El Papa indicó que los católicos deben tomar parte en el proceso de transformación de las estructuras sociales de México, «para que sean más acordes con la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales».
El Pontífice comentó el «afán de poder» en algunos ambientes, y las presencia de la corrupción y el crimen organizados que ha conducido a la violencia y al desprecio del valor de la vida.
Además, los valores tradicionales de humanidad, hospitalidad, hermandad y solidaridad practicados por muchos fieles se ponen en peligro por la migración al extranjero. Muchos de los que dejan México trabajan en condiciones precarias y tienen problemas para preservar su identidad en una cultura diferente, indicaba el Santo Padre. El lado positivo es que la migración puede favorecer la evangelización de otras culturas, añadía el Papa.
Volviendo a los temas pastorales, Benedicto XVI habló del desafío de aquellas personas que ya no practican su fe, aún confesándose católicos. Otro desafío para los obispos de México es cómo tratar con las sectas y los nuevos grupos religiosos. Tratar esto, recomendaba el Papa, requiere que la Iglesia ofrezca una atención más personalizada «proponiendo una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos».
Pastores de la Iglesia
Dirigiéndose al tercer grupo de obispos, Benedicto XVI se centró en subrayar las responsabilidades de un obispo. En su discurso del 23 de septiembre, el Papa indicó que los prelados deben analizar cuidadosamente las necesidades de la sociedad y de los files para cumplir su tarea como sucesores de los apóstoles.
En medio de las diferentes situaciones y necesidades de los fieles, cada obispo está llamado a hacer que la Iglesia sea casa y escuela de comunión, capaz de responder a las esperanzas del mundo, afirmaba el Santo Padre.
Cada obispo debe también asegurarse de que los fieles participan en la vida de la diócesis, pero también está llamado a anunciar el mensaje de Cristo a quienes ya no practican su fe. Al hacer esto, los obispos deben saber cómo adaptar sus lenguajes y sus métodos, comentaba el Papa. También pedía que los obispos que dedicaran sus mejores desvelos a sus sacerdotes, especialmente para asegurarse de que sean hombres de oración.
Servicio
El último grupo de obispos de México acudió a la audiencia papal el 29 de septiembre. Reflexionando una vez más sobre el papel del obispo, el Papa recordó las palabras de Cristo, «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28).
Observando la alegría y el profundo sentido de la fiesta tan común en los fieles mexicanos, el Papa también recomendó a los obispos que encontraran el modo de orientar esta peculiaridad hacia una fe sólida y madura, capaz de modelar una conducta de vida coherente.
El Santo Padre habló de la prioridad que los obispos deben dar a ayudar a los pobres, siguiendo el ejemplo de las primeras comunidades cristianas. Les animó en su labor con las mujeres, pidiéndoles que ayudaran a cambiar algunas actitudes de la sociedad de manera que sean tratadas con plena dignidad en todos los ambientes y se proteja también su insustituible misión de ser madres y primeras educadoras de los hijos.
El Papa también tuvo ocasión, el 23 de septiembre, de dirigirse al nuevo embajador de México ante la Santa Sede, Luis Felipe Bravo Mena. Tras observar los progresos alcanzados desde que se establecieran relaciones diplomáticas en 1992, Benedicto XVI trató el tema de la libertad religiosa en un estado secular. El Estado, afirmaba, «ha de servir y proteger la libertad de los ciudadanos y también la práctica religiosa que ellos elijan, sin ningún tipo de restricción o coacción».
El Papa observó la fuerza del creciente secularismo que intenta reducir la religión a un asunto meramente privado «sin ninguna manifestación social y pública». Pero, indicó, «el mensaje cristiano refuerza e ilumina los principios básicos de toda convivencia».
Benedicto XVI se refirió a las próximas elecciones del 2006, y expresó su esperanza de que fueran una oportunidad para consolidar la democracia. «La actividad política en México ha de continuar ejercitándose como un servicio efectivo a la nación», insistió. Ciertamente, tanto la Iglesia como el Estado en México se encuentran en un momento de transición.