CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 26 octubre 2005 (ZENIT.org).- ¿Por qué son tan aburridas algunas homilías? ¿Cómo es posible hacer redescubrir la belleza de la liturgia? Estas son algunas de las preguntas que se han hecho los obispos que han participado en el Sínodo de la Eucaristía, celebrado en este mes de octubre en Roma.
Entre ellos se encontraba monseñor Julián López Martín, obispo de León y presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española, quien en esta entrevista concedida a Zenit analiza algunas de las propuestas sinodales y abre su corazón sobre la manera en que vivió este acontecimiento eclesial.
— Ante las homilías aburridas o dispersivas, el Sínodo ha sugerido que la homilía sea «mistagógica», es decir, que se convierta en una auténtica iniciación en los misterios que en ese momento están viviendo y celebrando los bautizados. Pero ¿qué significa en la práctica?
–Monseñor Julián López: Este calificativo no es necesario cuando se trata de la predicación litúrgica que tiene su modelo en los santos padres. La homilía, recuperada por el Concilio Vaticano II en la constitución sobre la sagrada Liturgia como parte de la misma celebración, es una explicación de algún aspecto concreto de las lecturas de la Palabra de Dios o de otro texto de la liturgia del día, teniendo presente el misterio que se conmemora e invitando a vivirlo también en las circunstancias concretas de los fieles.
–¿Podría precisar un poco más?
–Monseñor Julián López: La homilía se puede hacer partiendo de las lecturas y aplicándolas al misterio celebrado, o partiendo del misterio o sacramento celebrado –por ejemplo, cuando se administra el Bautismo o la Confirmación–, iluminándolo con ayuda de las lecturas para introducir a los fieles más profundamente en lo que están viviendo. Se trata de un género de predicación específico, que no debe ser confundido con el sermón, aunque éste se haga dentro de la misa. El Vaticano II y el Misal proponen lo primero.
–¿Por qué son tan aburridas muchas homilías?
–Monseñor Julián López: La mayor parte de las veces porque no están bien preparadas, algo que requiere no sólo dedicación sino también conocimiento de lo que ha de ser la homilía.
Brevemente, es preciso estudiar las lecturas en su relación mutua –la pauta la marca el Evangelio– y en el contexto de la celebración y del tiempo litúrgico; meditar el mensaje, orando y preguntándose qué nos quiere decir el Señor en esta o en aquella circunstancia, y cómo manifestarlo de manera clara y comprensible.
No hace falta ser un gran orador ni emplear grandes recursos –homilía quiere decir conversación–, pero sí tratar de asimilar y hacer propio lo que se va a decir, para transmitirlo desde el testimonio.
–¿Qué necesitan los creyentes para descubrir que la liturgia no es cosa «de los curas» sino que les concierne también a ellos?
–Monseñor Julián López: Haberla gustado o probado alguna vez en su riqueza espiritual. La liturgia es como el buen vino. El que ha saboreado uno de auténtica calidad, sabe distinguir. Es decir, hace falta iniciación ya desde niños, a poder ser, fidelidad a la convocatoria de la iglesia los domingos, y que se cuiden las celebraciones un poco más. Pero esto ya no les concierne sólo a los fieles sino sobre todo a los sacerdotes. La liturgia es algo divino, con medios humanos: la comunicación, los símbolos, la música, etc. Al misterio hay que acercarse de puntillas, y con los pies descalzos.
–¿Qué se ha dicho en el Sínodo acerca del «Ite Missa est» [«Podéis ir in paz»]?
–Monseñor Julián López: Que yo recuerde, algunas intervenciones han insistido en el significado profundo de esta breve fórmula, y se ha pedido que su sentido se explicite con frases más incisivas que el simple «Podéis ir en paz». Por cierto, desde 1988, desde que se unificó el texto castellano del ritual de la Misa con todos los países interesados, tenemos varios modos de invitar a los fieles a «glorificar a Dios» con la propia vida, a «anunciar a todos la alegría del Señor resucitado», etc. Pero no se usan apenas.
–¿Qué ha propuesto el Sínodo sobre la participación más activa del pueblo en la liturgia?
–Monseñor Julián López: En el Sínodo se ha reconocido una vez más la importancia de la participación de los fieles en la liturgia, tal y como la propuso el Vaticano II, es decir, una participación no sólo activa y externa, sino también consciente e interna.
Se trata de una tarea siempre inacabada, porque requiere adecuada formación bíblica y litúrgica en los pastores y un cierto empeño en progresar por parte de los fieles. Juan Pablo II escribió en 1988 que la liturgia debe celebrarse ante todo como un acontecimiento espiritual.
–Al regresar a León, sus fieles le preguntarán para qué ha servido este Sínodo. ¿Qué les responderá?
–Monseñor Julián López: El Sínodo, como tantas otras realidades de la vida de la Iglesia, no entra en la categoría de lo utilitario cuya eficacia se mide por unos resultados que se pueden cuantificar. Durante tres semanas hemos tratado, el Papa también, de escuchar ante todo, de escuchar lo que el Espíritu Santo decía a través de los pastores convocados a esta singular asamblea: cada uno hablaba desde su experiencia viva de pastor, y desde circunstancias muy concretas. Escuchándonos unos a otros, percibíamos un sonido de fondo, coincidente unas veces, complementario otras, marcado en no pocos casos por el sufrimiento y en algunos por la persecución y el martirio, que era la voz de Cristo. Al principio como un torrente de muchas aguas, después un sonido que se iba aclarando, y al final, en no pocos aspectos, una convicción profunda, una llamada, una sugerencia. Lo que ha ocurrido con otros sínodos –este año se cumplen 40 de la creación de esta institución por el Papa Pablo VI–, pasará también con éste, que han dado un nuevo impulso a una determinada acción pastoral o han propiciado una renovación en este o aquel sector del pueblo cristiano.
–Y a usted personalmente, ¿de qué le ha servido este Sínodo?
–Monseñor Julián López: De momento me ha hecho sentirme verdaderamente un privilegiado al haber podido participar en él, viviendo intensamente durante tres semanas lo que es la comunión de los obispos con el Vicario de Cristo, y entre nosotros, precisamente en torno al Sacramento de la Eucaristía, el Amor de los amores, experimentando también lo que san Pablo llamaba la solicitud por todas las Iglesias.