CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 28 octubre 2005 (ZENIT.org).- «Un verdadero contemplativo en la acción». Así definió Benedicto XVI al padre Alberto Hurtado el día de su canonización.
En esta entrevista, el cardenal Jorge Medina Estévez, antiguo prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, chileno como el padre Hurtado, comenta las palabras del obispo de Roma.
–En su homilía durante la celebración eucarística, el Santo Padre definió a San Alberto Hurtado como «un verdadero contemplativo en la acción». ¿De que modo particular se plasma a su juicio en la vida de San Alberto Hurtado la inseparabilidad y continuidad permanente que existe entre oración y acción?
–Cardenal Medina: He tratado de leer escritos de San Alberto Hurtado y me parece que de esos escritos y de los testimonios de las personas que lo conocieron bastante de cerca, se desprende que en él todo nace de una profunda intimidad con Dios. San Alberto Hurtado fue un hombre de oración; nunca dejaba de rezar el santo Rosario antes de entregarse al sueño, ni la oración prolongada –según el modelo de la oración jesuita– en las mañanas antes de celebrar la misa y también a lo largo del día, como se lo he oído contar a personas que lo conocieron muy de cerca. Cuando se veía en la necesidad de tomar una decisión o de dar un consejo, para él era imprescindible sumirse antes en la oración, porque la oración lejos de ser un «torcerle la mano» a Dios, para que Él haga lo que uno quiere, es lo contrario: ponerse bajo la luz de Dios, para hacer uno lo que Dios quiere de uno; así lo dice Jesús en el Evangelio, cuando nos enseña el Padrenuestro: «Hágase Tu voluntad en la tierra como en el Cielo».
–La unidad o inseparabilidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo fue el tema central de las lecturas y de la homilía en la misa de canonización. ¿De que manera cree usted que esta unidad, de la cual San Alberto Hurtado es un ejemplo a seguir, puede ser malentendida u olvidada? ¿Y cómo cree que el ejemplo de San Alberto Hurtado podría llegar a desvirtuarse?
–Cardenal Medina: Como usted bien dice, el amor a Dios y el amor al prójimo forman una unidad. Se ama a Dios por ser Él quien es; por ser Él de quien todo lo hemos recibido; por ser Él a quien están orientadas nuestras vidas. Y se ama al prójimo, por amor de Dios. No simplemente por una simpatía humana o por una conmiseración filantrópica, sino porque el cristiano ve en el prójimo –sobre todo en el prójimo doliente– el rostro de Jesucristo. Eso San Alberto Hurtado lo tuvo sumamente claro, cuando comenzó esa tarea de proteger y ayudar a los niños abandonados en los puentes del río Mapocho. El veía en el rostro de cada uno de esos niños el rostro de Jesucristo. Porque se ve el rostro de Cristo en el pobre, por eso es que se le dedica al pobre el respeto, la ayuda, el esfuerzo de educación y de dignificación que corresponde a quien es un miembro sufriente de Cristo.
Estas cosas se pueden desvirtuarse cuando se deja a un lado el amor de Dios, se deja a un lado la perspectiva teocéntrica de la vida. O bien, cuando el amor del prójimo se desarrolla en una clave meramente humana, que de suyo no es algo malo, pero que está por debajo de lo que pide el Evangelio. El Evangelio nos enseña a mirar en toda persona que sufre el rostro de Cristo conforme a las palabras del mismo Señor en el capitulo 25 de San Mateo: «Lo que ustedes hicieron [o no hicieron] con uno de estos pequeños que creen en mi, lo hicieron [o no lo hicieron] conmigo».
–¿Es posible que haya algunos aspectos fundamentales en el ejemplo de San Alberto Hurtado que no hayan sido o no estén siendo suficientemente resaltados, incluso -tal vez de modo inconsciente- entre aquellos que desean seguirlo o llaman a imitarlo?
–Cardenal Medina: Yo no estoy al tanto de toda la literatura que se ha publicado alrededor de la figura de San Alberto Hurtado, pero por los testimonios que yo he oído a personas que lo conocieron muy de cerca, veo en San Alberto Hurtado varios aspectos y no encuentro que a todos se les haya dado el debido énfasis. Primero, el hombre de Dios: ese hombre para el cual el mundo, prescindiendo de Dios, carece de sentido. Segundo, el hombre de oración: el hombre sumergido en la presencia de Dios para conocer allí el querer de Dios sobre nosotros personalmente y sobre nosotros con respecto a las otras personas. Tercero, San Alberto Hurtado como director de conciencias. En el sacramento de la Penitencia, en la dirección espiritual y como predicador de retiros, iluminó a muchas personas llevándolas a un encuentro profundo con Jesucristo. San Alberto Hurtado era una persona que tenía una gran capacidad de escucha. Oía, oía mucho a las personas que acudían a el, y por eso era un director espiritual extraordinario. A la vez, tenía un vivo sentido del pecado como ofensa a Dios y como daño para el ser humano, y por eso dedicó muchas horas de su jornada a administrar el sacramento de la Penitencia, en la Iglesia de San Ignacio, al lado de la cual vivía el en la residencia jesuita. Los retiros espirituales –según el modelo de San Ignacio de Loyola–,que son un instrumento importante para descubrir la voluntad del Señor para cada uno de nosotros, fue un apostolado que él ejercito de una manera admirable. Incluso comenzó la construcción de la Casa de Ejercicios, en aquel lugar antes llamado «Marruecos» y hoy «Alberto Hurtado», para realizar este apostolado de los ejercicios espirituales.
De manera que la personalidad de San Alberto Hurtado es muy rica, y creo yo que seria dañoso reducirla a una sola de sus actividades, real por lo demás: la actividad de socorro a los necesitados. Esa actividad deriva de su calidad de hombre de Dios, de su calidad de discípulo de Jesucristo, y de su meditación profunda del Evangelio. Por eso fue capaz de descubrir con tanta agudeza lo que significa el sufrimiento, la pobreza y la miseria.
–Decía San Alberto Hurtado: «Cuando se empieza un camino, y no se es ni imbécil ni cobarde, hay que recorrerlo hasta el fin, pase lo que pase. (…) Me dan compasión los hombres semihonestos, y con mayor razón, los semicristianos. No hay verdad sino en lo absoluto». ¿De que manera en una vida santa se hace compatible la defensa irrestricta y hasta las últimas consecuencias de una sola verdad, y por otro lado la compasión caritativa? ¿Que suerte corre a su juicio en el mundo de hoy el llamado de San Alberto Hurtado a no quedarse a medio camino ni con medias verdades?
–Cardenal Medina: La verdad es la que Dios comunica. Conocemos la verdad a través del ejercicio de la razón; podemos llegar racionalmente a un número bastante importante de verdades. Pero la verdad mas profunda es la que se nos comunica a través de la Palabra de Dios, de la revelación de Jesucristo y su Evangelio, de la doctrina de la Iglesia que nos entrega la Palabra de Verdad. Ahora, frente a esta Palabra de Verdad, hay hombres que se encuentran –digámoslo así– en situación «deficiente»: porque no la han conocido, porque no se les ha enseñado, porque han vivido sometidos a la presión de un medio que ignora la verdad o que erige en verdad cosas que no la son. De tal manera que para un cristiano es un imperativo tratar de ofrecer a sus demás hermanos este tesoro riquísimo de la verdad, que en definitiva es Jesucristo.
Ahora bien, cuando una persona no acepta la verdad, no por ello yo tengo el derecho de despreciarla o juzgarla como malvada, pues no tengo los antecedentes para poder juzgar hasta qué punto llega su culpabilidad en el no conocimiento o conocimiento imperfecto de la verdad. Mas bien nos corresponde no perder la esperanza, presentar la verdad en la forma más amable posible. Pero «amable» no significa transigiendo, de tal manera que presentemos medias verdades y pongamos entre paréntesis las cosas que la gente no quiere escuchar. La verdad, com
o dice Jesús en el Evangelio, nos hace libres. El que adhiere a la verdad es la única persona que llega a ser verdaderamente libre.
[Por María Isabel Irarrazaval Prieto, redactora de Humanitas. La segunda parte de esta entrevista se publicará en el servicio del domingo, 30 de octubre]